Entrenamiento de Dártirus y Shika

Datos del entrenamiento:

Jutsu a aprender:

Por fin, había terminado las clases y los entrenamientos. Unos cuantos entrenamientos nocturnos, y un par de clases con dos ninjas que me ayudaron a aprender mis técnicas... Todo perfecto. Sin embargo, aún tenía una cuenta pendiente. El día de la carrera por el bosque, tras el entrenamiento con Shika y Sonzu, habíamos quedado en cenar para saldar la apuesta que, cómicamente, perdí. En la cena, entre risas y debates, había quedado con Shika para entrenar unos días después... Y precisamente era justo el posterior a mi clase con Blank. Después de descansar toda la noche, y de tomarme el día siguiente de descanso, estaba de nuevo preparado para conseguir una nueva técnica que me ayudaría en mi propósito de convertirme en Chunnin. Después de unos minutos de relax al terminar la cena, me duché a las once y media. Una fría ducha, que me recorría como un río regenerador. Estábamos a mediados de agosto, el último mes del verano, y eso me agradaba. Pensar en que pronto se acabaría una tortura que tamto tiempo había durado... Maldito calor.

Tras la ducha, me vestí rápidamente, y me dirigí al templo. Cuando llegué, ya eran las doce y media, hora a la que habíamos quedado. El templo estaba dentro de la villa, pero algo alejado de las casas, por lo que se tardaba algo en llegar... Por ello, no me preocupé al no encontrar a Shika allí. Y apenas me dio tiempo a sentarme, cuando un rato después apareció en el lugar. Agradado por su compañía, sonreí suavemente, y la saludé desde mi posición.

- ¡Hola Shika! ¡Estoy aquí!

Dije desde lo alto del templo. En la entrada del mismo, la luna recortaba mi silueta con la luz que proyectaba. Medía un metro con setenta y siete. Era ligeramente delgado, pese a tener un cuerpo bien trabajado, y mi tono de piel era levemente pálido. Mi largo cabello liso me llegaba hasta la altura del diafragma. El color de este era absolutamente negro, un negro metalizado, que se confundiría con la misma oscuridad de aquella noche. Esta vez, lo llevaba suelto. Mis ojos eran de un color azul verdoso, notablemente oscuros, y las largas pestañas hacían que fueran bastante llamativos. La nariz, fina y recta, y los labios suaves y finos también. Vestía una camiseta negra de manga larga, ceñida y sin adornos. Un pantalón también negro y largo, y las típicas zapatillas ninja, ajustadas. Llevaba mi collar de cuero negro ceñido a la mitad del cuello, y tres pendientes de aro de plata en la oreja izquierda. En la mano derecha tenía un anillo con un tribal, también plateado.

Así pues, esperé a que llegase, y me adentré con ella en el templo.

- Así que el Kakuremino no Jutsu... Nos va a costar, pero lo conseguiremos.

Dije sin duda alguna en mi tono. Al fin y al cabo, lo que debíamos hacer era controlar nuestro chakra y cubrir una parte de nuestro cuerpo.

- ¡Bien! ¡Vamos a ello!

Tras decir esto, me alejé al trote de ella, para quedar a unos cinco metros de distancia y en una columna, pues tenía que haber una superficie que el chakra debía imitar. Según se pusiera ella, me pondría mirándola de frente.

- Intentemos volvernos invisibles. Cuando no me veas, avísame, y yo haré lo mismo.

Y, tras guiñarle un ojo, y dedicarle una dulce sonrisa, comencé a practicar.

Debía crear una capa de chakra que imitase la superficie en la que estaba. Una superficie cilíndrica y lisa, y del color de la columna en la que estaba apoyado. Bien, el primer paso era sacar el chakra de mi cuerpo. Al no haber sello, tenía que hacerlo con mi control sobre el chakra... Así que miré fijamente a Shika, y comencé a evadirme del entorno, centrándome únicamente en Shika y en mí mismo. Poco a poco, noté que el chakra salía de mi cuerpo, y me concentré en crear una capa de la misma forma que la columna que tenía detrás. Y la verdad, no fue tan mal. Al principio, me volví algo borroso, aunque no lo conseguí. Por ello, repetí el proceso de nuevo, lentamente, y concentrado. De nuevo, debía crear la capa...

El segundo intento, resultó mejor: estaba borroso, y no se me veía una pierna.

En el tercero, lo que no se me veía era la cabeza.

En el décimo, no se me veían las extremidades, y era como si llevase una camiseta a rayas verticales que me hacían parecer un jamón recién cortado en lonchas.

Iba aún por el décimo cuarto, cuando dejé de ver a Shika. Esta vez ella lo había conseguido antes que yo. Perdiendo la concentración para decírselo, casi pegué un brinco.

- ¡¡Shika!! ¡¡Shika!! ¡¡Shika!! ¡Ya no te veo! ¡Eres invisible!

Dije emocionado, con alegría.

- ¡Enhorabuena! Bien, ahora tengo que conseguirlo yo...

Con la sonrisa aún en el rostro por ver a Shika haber conseguido el jutsu, y motivado por su victoria, comencé a repetir el proceso, convencido de que lo conseguiría. Y me faltó muy poco, pues lo conseguí, pero no pude mantenerlo mucho tiempo. Fue dos intentos después cuando Shika me avisó de que ya no se me veía por completo, y yo salté de nuevo, yendo a su encuentro.

- ¡¡Perfecto!! Ya tenemos nuestro nuevo jutsu.

Decía alegremente, con una enorme sonrisa de satisfacción.

- Genial... Shika, arrasaremos en el examen. ¡¡Nos lo sacaremos con la gorra!!

Así, entre risas y sonrisas de alegría, volvimos a la zona de las viviendas. Tras llegar a un cruce, me despedí de Shika con una reverencia, y cogimos nuestros respectivos caminos para llegar a nuestras casas. Al fin, y definitivamente, mi entrenamiento había terminado.

Offrol:

Llegué a casa después de un día lleno de entrenamientos justo a la hora a la que solía cenar normalmente. Me preparé un plato de pasta con tomate y me senté a la mesa de la cocina para cenar con calma. Un rato más tarde tendría otro entrenamiento más, esta vez con Dártirus. Íbamos a entrenar juntos una técnica común que nos ayudaría tanto en los combates como en el examen que los dos tendríamos que hacer unos días más tarde. No me di ninguna prisa para cenar, pues sabía perfectamente que tenía varias horas para prepararme hasta el momento en que tendría que llegar al templo.

Ya con la comida en el estómago, recogí la mesa y ordené la cocina para que no quedara pendiente la tarea. Fregué el plato que había utilizado y bebí un poco de agua fresca. Cuando la cocina estuvo recogida, subí a la habitación y me quité el lazo del pelo para dejarlo en su sitio, junto a todos los demás. Dejé en su sitio el pergamino que había utilizado aquel día y me dirigí al cuarto de baño para darme una relajante ducha fría. Había hecho bastante calor, por lo que agradecí bastante el tacto del agua en mi piel. Abrí el armario para coger una vestimenta diferente a la que había utilizado durante el día y después me miré en el espejo. Decidí dejarme el pelo suelto, por lo que cogí un lazo negro y me lo até a la muñeca. La imagen que podía contemplar en el objeto me mostraba a una chica de pelo rosa bastante largo y suelto que llevaba puesta una camiseta de manga corta blanca y unos pantalones, también cortos, negros. De calzado, me puse unas sandalias blancas.

Una vez preparada, metí una chaqueta fina y negra en la mochila que solía llevar conmigo y salí de casa. Esta vez tendría que seguir un camino diferente para llegar al sitio en que había quedado con mi amigo. Miré el rosal y sonreí al ver que las rosas blancas que ya habían florecido resaltaban en la oscuridad de la noche. Nunca había entrenado antes bajo el abrigo de la oscuridad, pero confiaba en que la presencia de Dártirus calmaría mis temores. Si hubiera estado sola no habría parado en todo el entrenamiento de girar la cabeza para vigilar mi espalda. La noche siempre me había parecido un momento más peligroso, pues era más fácil que te cogieran por sorpresa si no podías ver a tu atacante. Sin embargo, yo ya no era una niña y podía cuidarme sola si ocurría algo, por lo que me permitía ir más calmada por el camino hacia el templo de las ocho columnas.

Al salir de la villa, había algunos lugares por los que no podía ver bien donde pisaba, pero no me importaba. Cuando llegaba a los tramos más oscuros hacía un jutsu con el que mi cuerpo producía una leve luz que iluminaba el camino. Tuve que hacer varias veces esa técnica, pero no me importaba, porque me ayudaba a controlar mi chakra y así me resultaría menos difícil después entrenar con Dártirus.

Cuando llegué al lugar en que habíamos quedado, él se situó a una columna a cinco metros de distancia de la que utilicé yo para apoyarme. Como lo que tenía que hacer era camuflarme, prefería estar apoyada y así no cansar tanto las piernas, que tendrían que llevarme a casa después. Realizamos más de diez intentos cada uno, viendo cómo desaparecían algunas partes de nuestro cuerpo en la oscuridad de la noche hasta que, en un momento, Dártirus dijo que no me veía. Fue entonces cuando supe que lo había conseguido. Varios intentos más tarde, yo dejé de verle a él y pudimos volver a casa con una nueva técnica aprendida por los dos.

Revisado.