Rompiendo esferas de cristal

Datos del entrenamiento:

El aire fresco de la mañana agitaba mis cabellos rosados mientras el sol recorría mi piel. Había salido de casa un rato antes, preparada para entrenar lo que fuera necesario. La decisión que había tomado el día anterior aún seguía en mi mente, tan viva como el primer día. Cerré los ojos e inspiré hondo antes de acercarme al rosal, que siempre me transmitía la calma que mi interior necesitaba. Las rosas blancas me encantaban, a mi parecer tenían una pureza única, que nadie podría osar a quitarles. Tiempo atrás, me habían quitado a mí la pureza ante los shinobis de la villa, durante el examen de ascenso a Chunnin. Me entristecía ver que las personas se fijan tanto en lo material, aún sabiendo que a veces puede fallarnos. Sin embargo, me alegraba saber la forma de pensar de cada shinobi, pues así no cometería el error de acercarme más de lo necesario.

Una sonrisa lucía en mi rostro y las emociones luchaban por salir fuera, pero me contuve y seguí mirando al rosal, que tan bello amanecía. Sus rosas, cubiertas de rocío, siempre me habían encandilado. Me disgusté al ver a los caracoles comerse el rosal tiempo atrás y, sin embargo, pude ver después cómo la planta se recuperaba, llegando a tener un aspecto mejor que el anterior. Siempre pensé que la satisfacción y el orgullo eran dos sentimientos apegados al rosal, que le inundarían el alma siempre que observara la planta. Pasé la mano por el tallo, soportando los pinchazos de las pequeñas espinas y disfrutando de la suavidad que ofrecía el tacto de cada flor.

Aún faltaban varias horas para el amanecer, pero yo tenía que entrenar más para enfrentarme sin problemas a lo que me esperaba. Quería salir preparada de la villa, poder enfrentarme sola a lo que me pudiera esperar al otro lado de las puertas de Iwagakure, que cruzaría varias horas más tarde, preparada para un combate que posiblemente se produciría. No sabía cómo acontecería todo, por lo que era mejor que me preparase por si acaso luego necesitaba hacer acopio de mis habilidades.

Decidí salir en ese momento en dirección al edificio del Tsuchikage, por lo que me giré, dando la espalda al rosal, y seguí caminando por las calles de la villa. La luz de la luna iluminaba los tejados de las casas, dando a la aldea un tono azulado que el sol se llevaría al amanecer. Las estrellas decoraban el firmamento, negándose a dejar solo al astro nocturno durante las solitarias noches de otoño. En la villa oculta de la roca prácticamente nadie se levantaba durante la noche, excepto algún ninja que, como yo, decidía hacer algún entrenamiento nocturno. Las salas especiales de entrenamiento seguían abiertas aún cuando el sol se ocultaba tras el horizonte, por lo que podía seguir yendo a entrenar a la hora que quisiera.

Llegué ante la fachada del edificio un rato más tarde de salir y me adentré en él. Crucé los pasillos con calma, sin prisa alguna, hasta llegar a las salas de entrenamientos. El edificio estaba prácticamente desértico, apenas tres o cuatro ninjas, contándome a mí, caminábamos en su interior, ocupando las salas para poder entrenar. Entré en una de las primeras, en la que había un muñeco de entrenamiento. Aquella noche entrenaría una técnica de clan que tenía pendiente desde tiempo atrás.

Sin esperar más tiempo del que ya había gastado en el camino, me coloqué a una distancia de cinco metros del muñeco de entrenamiento que previamente había encontrado en la sala, haciendo una técnica de mi clan que había aprendido varias semanas antes. Creé unas partículas de cristal que se condensaron, formando una esfera de cristal resistente que encerró al muñeco. Después, me concentré en el jutsu que intentaba aprender.

Debía hacer que la esfera se rompiera debido a la presión, consiguiendo así que saltaran trozos de cristal, los cuales se clavarían en el muñeco de entrenamiento. Me concentré en conseguir el efecto que quería, pero en la espera siguiente no se produjo ningún cambio, por lo que volví a intentarlo.

Pude comprobar cómo la esfera temblaba, pero no llegó a romperse, pero yo no perdí los nervios ni la confianza en mí misma. Sabía que en algún momento conseguiría romper la esfera. Realicé un tercer intento y pude tener la satisfacción de ver cómo la esfera se rompía, consiguiendo así que montones de trozos de cristal se clavaran en el muñeco. Con la técnica aprendida, una sonrisa apareció en mi rostro.

Revisado