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Mensaje por Sonzu~ Sáb Oct 06, 2012 1:08 am

Parecía casi increíble el transcurso del tiempo y la diferencia de las estaciones. Ya no estaban los árboles poblados de las más bellas flores, la primavera con su manto de colores pastel había tocado a su fin para dar paso al verano. Había llegado con gran calor, como era habitual en Konoha, y a pesar de que los árboles ya no estaban florecientes la villa seguía con su singular verde. Además había muchos frutos que no se conseguían en otras épocas del año, como mis queridos higos. Me encantaba comerlos, eran tan dulces y jugosos… Por suerte entre todos los árboles había higueras también, lo mejor era tomar la fruta recién recogida del árbol, de esa manera estaba mejor que nunca. El árbol que se adentraba en la Mansión, de cuya rama colgaba un columpio, no daba ningún alimento, pero en su defecto era gigantesco. La vegetación del Bosque de la Muerte era enorme, bella a su manera, con grandes claros y escondites para las descomunales hormigas que me observaban cuando caminaba por allí. Pero esa noche no me quedaría en el sitio delante de la Mansión, mi destino sería distinto. Por alguna razón tenía la manía de llevar los pies descalzos, que estuvieran en contacto con la tierra me agradaba bastante. Así que sin necesitar nada más, me puse el ligero vestido blanco que usé por primera vez en aquel combate contra varios gennins donde acabé dañando a Shika… En esos momentos odiaba con todas mis fuerzas no poder defender a quienes más quería debido a que yo misma era el peligro. ¿Por qué no podía ser yo misma y actuar como quisiera, sino que en cualquier momento me estaban observando? Resultaba ciertamente frustrante. Vale que Son Goku fuera un tanto destructivo, o juguetón… Como prefiriera decirse, pero había tiempo para cada cosa que precisase atención y no podía ser cuando se deseara. Esos pensamientos no debían estar en la mente de un demonio, que no estaba acostumbrado a estar encerrado y tener que seguir la voluntad de un humano.

Fuera como fuese, ya había conseguido que me desvelara. Era de noche, con la Luna arropada por numerosas estrellas. No entendía que tenían las noches, pero me parecían radiantes, mágicas… Magia, ¿a qué se le llamaba como tal? Los momentos que pasaba con Viral me parecían mágicos, era como si estuviera hechizada, o cegada por su radiante luz. Pero eso no me importaba, al contrario, deseaba que él sintiera la misma calidez en el pecho que me envolvía a mí al estar a su lado. Por muy largo que fuera el día mis ojos guardaban un gran amor que no parecía apagarse jamás, y eso me gustaba, tenía una razón para luchar y seguir adelante contra vendavales y tormentas. Porque ya no estaba sola, tenía un hogar, que guardaba tal calor que sería hasta capaz de derretir la nieve.
Miré por el balcón para calcular distancias respecto al suelo, no quería ir a caer encima de los rosales, que por muy bellos que fueran seguían siendo peligrosos a la hora de clavarte sus espinas. Con un salto los esquivé, sin necesidad de usar ninguna luz. Las estrellas alumbraban mi camino. En vez de seguir caminando, me dediqué a correr a la velocidad máxima que mi cuerpo me permitía, y si lograba mi propósito antes de salir el Sol se vería aumentada. Con el vestido agitándose por el viento, al igual que mi pelo moreno, casi sentí que podía volar. Tal vez fuera eso lo que me gustaba tanto de ir descalza, el ir con los pies casi flotando sobre el suelo, libertad que no conseguía si me ponía cualquier tipo de calzado.

Cómo si necesitara alguna flecha o mapa de la zona para guiarme por Konoha, no era como cuando vine de Iwagakure, ya sabía mejor los escondites y hasta donde se encontraba cada fuente, claro que estando la villa plagada de ellas no era muy difícil. Recorrí espacios vacíos llenos de ausencia. Las gentes debían estar durmiendo a esas horas de la noche, preparándose para la jornada siguiente, y en cambio yo corría veloz pero fijándome en cada detalle.

De repente, algo me hizo parar mi carrera. Al principio no advertí bien que era, pero su hechizo llegaba hasta mis oídos parándome los pies. No había nada que se igualase a aquello, al menos en lo que yo tenía entendido. A mis oídos llegaba la más embriagadora música creada por cualquier ser humano, que de no haber sido porque me pellizqué unas buenas tres veces, bien habría creído que estaba soñando con una llamada celestial. Suponía que venía desde lejos, y sin querer esperar su encuentro, volví a correr escuchándolo cada vez un poco más intenso, dejando que la música me guiara sin preocuparme por nada más. Tardé un rato en darme cuenta que estaba yendo en dirección a Tanzaku, pero tampoco me importaba donde me llevara, mientras siguiera llegando hasta mí sentía que era capaz de recorrer mares y escalar montañas. Las ramas de los árboles me habían azotado el rostro y la piel, que a pesar de la luz que siempre le daba seguía siendo algo nívea, asemejándose a mis ojos color mármol. Sin embargo su ausencia de color no era porque vieran mal ni estuviera ciega, al contrario, y eso fue suficiente para saber que las ruinas de la torre que tenía frente a mí no eran alucinaciones ni mi vista me estaba jugando una mala pasada. Alejada de la población, como si perteneciera a otra época en la que aquella figura arquitectónica tuvo un gran esplendor, se encontraba postrada entre fina y fresca hierba, que acariciaba las plantas de mis pies. En vez de haber seguido aumentando la música, ante mi presencia parecía haberse quedado en un tono más suave, parecía que tuviera miedo a que alguien más la escuchara. Seguí dando saltos entre las pequeñas colinas que se formaban hasta llegar a la entrada de aquella Torre.
De pronto, nada más dar un paso y atravesar la puerta de piedra, me sentí una ladrona de recuerdos, pero la curiosidad fue aún más grande que eso. Andando descalza empecé a subir, escalón a escalón entre pedazos rotos y trozos que faltaban para llegar un poco más arriba. Al acabar de subir, cuando aún debían faltar dos plantas para llegar al final, me desvié a la derecha atraída por una especie de cola pelirroja con la punta de color blanco. Cada paso que daba me parecía que retumbaba entre esa estructura sin importar lo sigilosa que fuera. Milésimas de segundo antes de que mi cabeza asomara por lo que en su momento debió ser una habitación, y parecía estar iluminada por un resplandeciente aura, la música se apagó. Y antes de que pudiera ver el milagroso personaje que hacía del piano una parte más de su propio ser, caí al suelo, y rápidamente la oscuridad llegó a mi… Lo último que fui capaz de ver por mis párpados entre cerrados fue una figura acercándose hacia mí.

Cuando volví a abrir los ojos la luz no era producida por ningún aura extraña, sino que era real. La cabeza me daba vueltas y me retorcí en el suelo unas cuantas veces… Antes de darme cuenta de que no estaba sobre el suelo. Mi cuerpo permanecía sobre un sillón algo gastado, con el mismo olor a viejo que guardaba el lugar. Al mirar al techo pude ver una araña de cristal y fuego que presidía el salón, alumbrando débilmente parte de los rincones que aquel escondía. Seguramente la electricidad no funcionara desde hacía mucho, pero alguien se había tomado la molestia de encender unas luces y al lado del cojín donde tenía apoyada la cabeza estaba una mesilla antigua con unas cuantas manzanas rojas esperando que las hiciese mías. Sentí el peligro antes de ocurriera nada, mis músculos se pusieron en tensión y a pesar de no estar preparada para hacer ningún gran esfuerzo me incorporé tan precipitadamente que me dio la sensación de que me iba a estallar la cabeza. Instantes después, el frío metal de un kunai sobre mi cuello y una pregunta clara hecha con una voz dura como la roca, que aún guardaba algún rastro de la dulzura que antaño tuvo.

-¿Qué haces aquí?

Demasiado tiempo pensándome la respuesta quizás, pues estaba tan confusa y mareada que con suerte me acordaría de mi propio nombre. Para saber cómo había llegado a estar en un mugriento sillón con una señorita de lo más descortés, a la que parecía que no le gustaba que la hicieran esperar, por si fuera poco, pues en vez de desearme unos momentos de tranquilidad me clavó levemente el arma, haciendo que un hilillo de sangre brotara de mi garganta. Creo recordar que no fui yo quien hizo nada, pues esos momentos no sé lo que pasó, pero si aquella persona se acordara habría visto como en mis ojos se dibujaba una línea roja del burbujeante color de la lava, y haciendo un rápido sello con una mano mi cuerpo comenzaba a arder en un estallido de fuego. Como cabía esperar, la descortés dama se apartó asustada ante mí, o lo que era mi cuerpo, pero dirigido por un demonio de lo más enfadado. Si bien no parecía hacerle ni pizca de gracia estar encerrado, menos que pusieran ambas vidas en peligro. Dicen que el roce hace el cariño. Cuando volví a recuperar el control, de lo que yo sí me acuerdo, sentí un dolor de cabeza aún más fuerte que el anterior y los ojos inyectados en terror de la mujer de mediana edad que se acurrucaba contra la desgastada pared. En vez de pararme a pensar lo que había pasado, desactivé el jutsu que había iluminado considerablemente la sala y amenazaba con quemar cualquier objeto sin importar su valor que fuera capaz de prender a voluntad de un corazón Katon.

- Lo siento, señora, no quería causarle ningún daño. Solo me asusté por su reacción y procedí a defenderme, si desea que la ayude en algo, yo...

Mi disculpas eran sinceras, no entendía lo que me había pasado pero mi intención no fue hacerla daño. Claro que si se miraba por el lado de que podría haberme matado, mi reacción era excusable. Los ojos de la dama se cambiaron de terror a hostilidad, como si fuera demasiado orgullosa para admitir si quiera que la había llegado a sorprender.

- Las personas que no son capaces de controlar sus impulsos acabarán consumidas por la impureza de sus almas.

Y sin darme tiempo a preguntarle nada, desapareció subiendo las escaleras con paso ágil, a la vez que una ráfaga de viento se filtraba por los diferentes salientes provocados por la erosión de los años y apagaba las patas de la araña de cristal. Me fui sin necesidad de recibir invitación para hacerlo, sabiendo que la señora no esperaba que me quedara. Una última vez, cuando ya estaba bastante metros alejada de las ruinas y lo ocurrido en ellas, eché la vista atrás, con los primeros rayos del alba rompiendo el cielo y escondiendo las estrellas- Al lado de la puerta por la que había entrado, unos grandes ojos negros me miraban y alrededor de ellos un pelaje rojo terminando en dos puntiagudas orejas. Al frotarme los ojos y volver a mirar, había desaparecido.

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Mensaje por Blank Sáb Oct 06, 2012 1:56 am

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