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Mensaje por Sonzu~ Sáb Oct 06, 2012 3:16 am


Me daba cuenta de que había demasiada gente con planes egoístas suelta por sitios que en un principio pensé que eran seguros. Aquellos pensamientos me llevaban a afrontar un viaje hacia mí misma, recorría espacios vacíos y oscuros, sin la más mínima pizca de luz, pues cuanto más lejos caminaba más rápido desaparecía el brillo que podía guiarme. Llegaba a enormes barrancos donde no podía ver el final, un gran abismo que hacía que un nudo se hiciera en mi garganta. Entonces, para no caer, intentaba retroceder; pero al volver sobre mis pasos el suelo se iba cayendo, y yo me acababa hundiendo con él. Era entonces donde entre todas aquellas tinieblas aparecía una estrella fugaz, que aunque efímera, dejaba sobre el cielo oscuro ese brillante resplandor. Y me paraba, lo que debía haber supuesto una mortal caída se quedaba congelado, lentamente volvía subir. Podía ver pequeños puntos de luz, alguna motivación y metas, pero no había nada comparado a aquella estrella fugaz, cuyo brillo permanecía en mis ojos, cegados ante la radiante luz.

En ocasiones me parecía que la oscuridad desaparecía, no tardé mucho tiempo en darme cuenta que solo quedaba aletargada para atacarme cuando más débil fuera. Pero si atacaba dos veces, me levantaba tres. Intentaba ir un paso adelantada para poder estar pendiente de las cosas que requerían mi atención y consideraba más importantes, así no me quedaba retrasada. A veces viajaba por distintos lugares, y a pesar de ello no conocía demasiado mundo. Las cosas parecían enormes respecto a mi propio ser, como las hormigas que tanto miedo tenía, yo debía ser para ellas un enorme gigante. No tenía cosas mayores a la mía, autoridades que ejercían mayor cargo y de las que debía cumplir órdenes, pero poco más. Después estaban el tiempo, el espacio… Aquello que no se puede controlar y en cierto modo debería ser temido. Igual que las guerras o los destrozos, o los corazones oscuros. El terror que sentía hacia esas cosas era mayor que la propia muerte, a la que tendría que enfrentarme en alguna etapa de mi vida, quedase lejana o no. Antes no me asustaba en absoluto, tal vez porque no tenía nada que perder, pero por entonces las cosas habían cambiado y lo que podía perder si partía era mayor. Sin embargo era otro momento más, el punto y final que cerraba la historia de tu vida, igual que con los demás era el mismo curso de vida. Se desemboca en un mismo sitio en común, por muy diferentes que hayan sido los distintos caminos.

Pero quizás esos pensamientos fueran demasiado nostálgicos en contraste a la felicidad que sentía en el pecho. Felicidad, felicidad… Que palabra más curiosa para describir la calidez del amor y expresar una sonrisa sincera. No se podía tocar, ni ver, pero cuando alguien la presentaba se sabía perfectamente que se encontraba ahí. Curioso, ¿verdad? Lo que le delataba en cierto modo puede que fuera que no había forma de imitarla, o lo sentías de verdad, o no podías hacer como si fueras feliz. Por eso las personas que salían a la calle con una sonrisa falsa se veía a la legua que no entendían aquel gesto, solo se debía mirar la tristeza que tenía cautiva su mirada. No cualquier persona podía entender una mirada, por eso yo solía moverme con la idea clara de que si alguien no es capaz de comprender una mirada tampoco sería capaz de hacerlo con una larga explicación. No necesitaba que Viral me recordara a cada momento que me amaba para saber que sus sentimientos eran sinceros, o que Shika me dijera que estaba contenta de tenerme con ella, ni siquiera que el perro que cogí me estuviera mordiendo continuamente para saber que me odiaba. Y aún así lo hacía, todos lo hacían. Quizás sintiésemos la imperiosa necesidad de recordar a las personas que queríamos lo que sentimos por ellas por si alguna vez se nos olvidaba decírselo, o porque sabíamos que en el fondo nos gustaba que nos lo dijeran y suponíamos que con ellos no era diferente.
Qué era lo que impulsaba a la gente a estar sola... A no desear la compañía de otras personas... Si pudiéramos entender a todos ellos, tal vez se arreglaran muchas cosas. De vez en cuando quería que aquellos niños sin hogar, como yo lo fui en su momento, encontraran el camino a casa para no volver a sentirse desolados. En Kirigakure parecía que muchas infancias se veían rotas y esas almas perdidas acababan yendo por un mal sendero, que les incitaba a comportarse como criminales. No en vano recibían la enseñanza de una de las villas más sangrientas. Que yo supiera, no era como ellos, me preguntaba qué hubiera pasado en caso de haber permanecido en ese sitio depravado y letal, ¿habría acabado siendo una persona mala, de la que ni yo misma estuviera orgullosa? Aunque siendo ninja se tengan que tomar decisiones duras y dejar los sentimientos a un lado en ciertas ocasiones, me gustaba ser lo buena que se me permitiera. Eso no significaba que fuera a apartar mis responsabilidades y de esa manera vivir en un mundo lleno de colores, no existía tal sitio, pero si tenía que elegir entre guiarme por una mente fría o un corazón caliente, elegía la segunda. Sabía que no solía darle demasiadas vueltas a esos temas, pero ya fuera por encontrarme en la villa de la niebla, con esa atmósfera fría, o porque a Son Goku y a Kinder se les había ocurrido tocarme un rato las narices acabé reflexionando sobre lo que no debía. Por alguna razón de la que no estaba segura, había traído al perro que robé a un Inuzuka, claro que no estaba el animal muy contento conmigo, y buscaba cualquier momento para morderme, aunque por raro que pareciera no había llegado a escaparse. Quizás dejarle en la Mansión habría supuesto un error para el pobre PussyCat, al que no le agradaba demasiado su compañía. Con suerte se llevarían mejor en otro momento, pero se estaba prolongando tanto que no lo veía cercano.

Para estar andando por las calles de la villa anteriormente había tenido que montarme en una embarcación. Konoha y Kiri eran del mismo Imperio y por ello no tenía problema alguno en ir sin que se formara una guerra, o algo así, pero los medios para llegar a un sitio donde había agua eran algo escasos. Llevaba la capa con el fénix de fuego en la parte trasera, cubriéndome hasta los pies. Podría haber ido con chakra en los pies para poder seguir por el agua, pero ya que di con un barco, preferí montar en él y leer un libro durante el viaje. No tenía una tremenda agilidad lectora, si se miraba objetivamente era más de fuerza bruta, iba despacio pero sin prisa. La tapa del libro era bastante sencilla, había una torre algo pequeña de color dorado destacando sobre un fondo rojo. Usaba una de las cartas que recibí de Shika como marca-páginas, así no tenía que preocuparme en recordar el número por el que iba y quedaba marcado con un bonito recuerdo. Me gustaba mucho que incluso en la distancia pudiera mantener a mi amiga tan cercana, aunque fuera por medio de escritos, era mejor que nada. La alegría que me supuso su reencuentro fue indescriptible, tanto tiempo sin verla… Al fin estaba conmigo, así podría despertarle tirándole un Coñito a la cabeza para que no llegara tarde, y hacerle un desayuno con tostadas untadas en mermelada de arándanos, esa que tanto nos gustaba a ambas. Por los caminos llenos de niebla que destacaban en Kirigakure echaba en falta el verde de la villa de la hoja, ya no había árboles ni flores, pero destacaba la sal del aire que traía el Mar.
Tuve que salir de una barca para dirigirme a otra, pues después de ir a una de las tiendas y comprar una vela fui a otra embarcación en camino a la Isla de la diosa Liriam. Allí estaba enterrada mi madre, y yo me dirigía a visitar su tumba. El cuerpo de mi padre nunca fue enterrado, aunque figurara también en la misma lápida de mi madre. Que su cadáver no estuviera no significaba que tuviera que separarle de la que fue su esposa, así figurarían por siempre juntos, como pasaron toda su vida. La vela solo era representativa, como la estrella que les brillara entre la oscuridad para que se mantuvieran cercanos al hogar. Así no se perderían entre las brumas del olvido. Así siempre permanecerían conmigo.
Al desembarcar fui directa al lado oeste, en esa isla había algo más de claridad y vegetación que en el resto de la villa y alrededores. Era de los sitios más bonitos donde podrían estar, no en vano era su lugar de descanso. Entre los demás no me fue difícil encontrarles, y tras encender la vela me quedé un rato mirando esa fría piedra. No entendía la costumbre de llegar hasta ese lugar cuando esa roca no les representaba en absoluto… Pero otra parte de mí decía que era un gesto bonito. Tal vez lo hiciera por Kinder.

Enternecedor. ¿Podrías dejarte de tonterías y dejarme jugar un rato? Saca a Kinder, al menos.

Podrías tener algo de respeto.

Podría no estar encerrado.

Era desesperante. Si conseguía que la irritante voz femenina se mantuviera callada, ya estaba el otro para demostrarme que la tranquilidad en mi mente era más que escasa. Aunque no mantuviéramos una relación estrecha, tampoco era especialmente a regañadientes, pero bien cierto era que últimamente no había mantenido peleas en las que el monito juguetón pudiera divertirse como era debido. No tenía pensado ir a buscar pelea, me parecía un día de cierta tranquilidad, pero quizás con que entrenara algo y le produjera cierta acción se mantendría más calmado. Como lo último que deseaba era que Kinder se pusiera también a dar la plasta (ya lo que faltaba es que se aliaran e hicieran un maquiavélico plan hacia mi persona que ni las hormigas); me puse a tocar la cajita de música que sonaba con la canción del Cascanueces mientras caminaba alejándome de ese lugar sagrado, no era momento para mancillarlo con ningún entrenamiento. No terminaba de convencerme Kirigakure, me daba la sensación de que siempre había que estar en constante tensión por los peligros que pudieran acechar. Suerte que era previsora e iba preparada. Al acabar la canción guardé la cajita en la mochila y saqué una de las muffins que había preparado, comenzando a comérmela con tranquilidad. Me encantaba esa textura acompañada del sabor a chocolate. Mientras, el perro me seguía mordiendo los bordes del pantalón mientras daba pequeños tirones. Me senté en una piedra, quitándome los zapatos y dejando que mis pies descalzos tocaran la tierra. Así estaba mucho mejor. La suave brisa marina revolvía las hojas de los dos únicos árboles, mi pelo color carbón estaba recogido en una coleta, mientras que mis ojos perlados contemplaban los alrededores, parándose en esos arbustos de poca altura. Un mordisco más. Que bien se estaba sin las enormes hormigas.

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Última edición por Sonzu el Lun Nov 19, 2012 3:51 am, editado 1 vez
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Mensaje por Blank Lun Mar 18, 2013 1:05 pm

Iba un día paseando, las colinas pateando, cuando a una jamba burra y tetona me encontré pastando. A esta me acerqué, muy bien no se lo tomó, contra mi persona arremetió, me vi obligado a responder. Dando muestra de mi gran poderío, a la jamba hice fosfatina, y como acostumbran los pandas en china, a violarla me llevó el río. Más cuando me encontraba a punto de iniciar la faena, y a la jamba conejear hasta darla un hijo, una rata más parecida a un perro se hizo, mordiéndome el talón bajo la luna llena. A comérmelo como si fuera una oreo me dispuse, mas entonces recordé algo curioso, y es que al igual que este un mismo perro furioso, en mi despensa un sello le puse. A la jamba a base de hostias desperté, y como quién no quiere la cosa, a utilizar el sello le enseñé, controlando así aquella rata rosa. Tras eso mi camino seguí, estaba cansado, y dejo de rimar que esto se ha acabado.

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