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Mensaje por Shika Dom Ene 27, 2013 1:06 am

Día tras día, la vida en la villa oculta de la hoja transcurría sin problemas aparentes. Los shinobis se levantaban cada mañana y realizaban a lo largo de las horas las diferentes tareas que les eran encomendadas. Los comercios abrían sin encontrar obstáculos e ello y la mayor parte de las misiones se llevaban a cabo con éxito. Peticiones, tareas e informaciones se acumulaban sobre el escritorio de mi despacho mientras yo, tan rápido como podía me encargaba de ello. Eran largas las jornadas que pasaba encerrada entre las paredes de aquella habitación atendiendo a los encargos que suponía ser Kage de una villa. En algunas ocasiones el trabajo se llevaba sin problemas, pero en otras tanto ajetreo se hacía pesado. Recibía una gran cantidad de visitas diarias y debía atender, si quería mostrar una buena imagen, con una sonrisa en el rostro a cada persona que pasara por el lugar. Tampoco era una obligación lo último, pero prefería afrontar cada mañana con la alegría que se debe mostrar ante un nuevo día.

El hecho de que cada noche se incendiaran los bosques que rodeaban Konoha abría numerosos expedientes que anteriormente no habían existido, suponiendo un rompecabezas para aquellas personas que debían encargarse de los problemas causados, contándome yo en entre ellas. Sabía, gracias a diferentes fuentes, que el país del fuego no era el único afectado por las diferentes anomalías. Una constante tormenta cubría el mar del país del agua impidiendo que los navíos pudieran navegar sin problemas. Además, las tormentas de arena se levantaban en el país del viento con constante insistencia, creando destrozos incontables. El mundo en general se veía envuelto en un remolino de caos y destrucción por causas que la mayor parte de las gentes ignoraban. Una gran multitud de personas, además, se interesaban por los diferentes sucesos e investigaban como podían. Sin embargo, la mayor parte de esas gentes se encontraban con un muro inquebrantable que les impedía seguir el paso en sus investigaciones.

Dejando temas como aquel para los momentos en que pudiera atenderlos con mayor calma y atención, pasaba las hojas y descubría casos completamente diferentes. Llegado el punto en que encontré diversas peticiones de algunos ninjas de la villa que deseaban aprender los posibles jutsus de Konoha, mi mente llegó a varias conclusiones. En primer lugar, debía investigar más los jutsus de la villa oculta de la hoja, en segundo lugar recordé la aldea en que había vivido con anterioridad. Aquella había tenido también en conocimiento diferentes técnicas, pero ahora cada edificio estaba destruido. Sin embargo, aún había con vida una persona que sabía todos y cada uno de los jutsus de la villa oculta de la roca. Kenko Jiongu, el que anteriormente había sido Tsuchikage para pertenecer, después de haber sido derrotado en las puertas de su propia villa, a Konohagakure. En multitud de ocasiones me había sentido traicionada por él, o defraudada. Ahora era el momento de que él actuara e hiciera algo por el bien de los ninjas que provenían del mismo lugar que él no había protegido con suficiente fuerza.

Aparté los papeles, clasificándolos según el tema al cual se referían. Al menos los que había leído ya, los otros los dejé tal cual los había encontrado. Entonces, me puse en pie y salí del despacho para después buscar por todo el edificio del Hokage a mi secretaria. En algunas ocasiones esa mujer podía ser muy escurridiza, conocía muy bien cada rincón del edificio y encontrarla podía ser un problema de vez en cuando. Viendo que no daba con su persona, me paré frente a su escritorio y redacté una breve nota en que ponía que había salido a encargarme de las tareas. Si conocía bien cada papel que me había entregado sabría que no había demasiados casos que requiriesen mi presencia fuera de aquel lugar, pero bien sabría también que yo actuaba de la forma que venía conveniente a cada momento.

El sol se mostraba casi sobre las cabezas de las gentes, marcando así que poco faltaba para el mediodía. Debía darme prisa si no quería ver a Kenko Jiongu comer antes de ordenarle lo que tenía en mente. Quería ser conocedora de los jutsus provenientes de Iwagakure, así como verme capaz de enseñárselos a aquellos ninjas que aún se vieran en el fondo de su alma como shinobis que sirven a la villa oculta de la roca. No era muy complicado, sabiendo que el chico al que iba a visitar había sido Tsuchikage y seguramente tendría en su mente más información que muchos otros acerca de la villa destruida. Además, ahora su rango se limitaba a Chunin, por lo que debía obedecer mis órdenes si no quería acabar solo o incluso muerto. Yo no estaba muy al corriente de la vida que llevaba en aquel lugar, después de los sucesos, de si tenía una gran cantidad de amigos o más bien se encontraba solo ante los obstáculos que la vida le mostrase. Tal vez algún shinobi que anteriormente le había servido ahora intentaba hacerle sentir culpable después de todo. Había iwanianos que sufrían en el día a día pensando en lo que podría haber sido, en vez de afrontar la realidad y seguir adelante sirviendo a la villa oculta de la hoja. Sin embargo, pocos habían luchado a las puertas de la villa por proteger aquello que ahora más preciaban, se decía en todos los lugares que nadie sabía lo que tenía hasta haberlo perdido.

Yo también añoraba el lugar, sin embargo valoraba el hecho de que había logrado seguir viviendo en Konohagakure, junto a algunas personas que habían significado mucho para mí. Tal vez debía sentirme avergonzada al no haber luchado por la villa en que anteriormente había vivido, pero prefería entrenarme y prepararme para proteger la que ahora regía. Además, mi deber era también hacerme cargo, en menor medida, de Amegakure no Sato, la villa que había conquistado tiempo atrás. Toda acción tenía sus consecuencias, y la de haber incluido una aldea al imperio suponía tener que protegerla también, poner mi vida en juego al igual que habían hecho aquellos anbus que habían puesto todos sus esfuerzos en resguardar el lugar de mi presencia. El sentimiento que me invadía al recordar que había segado sus vidas como si de briznas de hierba se tratasen era extraño. No me sentía culpable, tampoco era la euforia lo que me recorría. No me había gustado, pero tampoco disgustado, tal vez algo en mi interior agradecía la pequeña venganza que había tomado con respecto a todo aquello que había ocurrido a lo largo del periodo de tiempo que hasta el momento había durado mi vida.

Miré a un lado y a otro descubriendo la gente que caminaba a mi alrededor. Sus atuendos iban acordes con la estación, ligeros pero no excesivamente. Recordé a la chica de cabellos rubios y orejas puntiagudas a la cual había conocido poco tiempo después de llegar a la villa, que siempre había vestido ropas que abrigaban poco, incluso en invierno. Pensé en la muerte que había tenido durante el examen Chunin, aplastada y sin más opción para salir de aquel lugar que la de ser rescatada. Sin embargo, tan solo dos de sus compañeros de equipo sobrevivieron aquel día. Una chica pelirrosa, de Kirigakure, que había logrado pasar a la siguiente prueba y, allí, junto con el otro equipo, había sido rescatada. Y un niño de cinco años y pelo azul, proveniente de Amegakure y que poco tiempo después, tras la conquista de la villa y la desaparición del kage, había ascendido a Amekage. Si no iba mal encaminada, su nombre era Sokka y pertenecía al clan Origami, algún día tendría que coincidir con él en persona si quería saber realmente cómo estaba regida la villa oculta de la lluvia. Al parecer había pocos shinobis en ella, aunque la misma situación se observaba en Konoha. Sin embargo, en la villa oculta de la hoja poco a poco eran examinados los estudiantes que se preparaban minuciosamente en la academia. Yo misma había puesto en prueba una nueva modalidad de examen, pero aún debía pensar durante horas y horas en si debía seguir como hasta ahora o innovar con aquel estilo que ya se había probado.

De pronto se levantó una leve brisa, que hizo a varios mechones de mi cabello chocar contra mi propio rostro. Salí así de mi ensimismamiento y observé de nuevo todo. Pensé que pasar desapercibida no era uno de los mayores problemas que encontraba al caminar en soledad. Mis ropajes eran normales, además iban cubiertos por la capa de la villa que había recibido al llegar, de un color verde como las hojas de los árboles. Mi pelo caía en cascada tras mi espalda, alternándose los mechones lisos con otros que se mostraban trenzados. Aquella mañana me había esmerado en cuidar mi apariencia, cosa que tal vez debería hacer cada día si no quería recibir comentarios desagradables por parte de las personas más criticonas del lugar. Realmente, al mirar mi imagen ante un espejo me había gustado el peinado que había decidido probar. Tal vez trenzara mi cabello más a menudo a partir de entonces. Mi mirada pasó de nuevo de la melena rosada al suelo y aquello que pisaba. Mis oídos se fijaron en el sonido que producían mis pies al entrar en contacto con la superficie y sonreí pensando en lo ligeras que eran mis pisadas y la velocidad que mantenía en contraste con la de otras personas de mi alrededor. Eran pequeños detalles que tal vez alguien normal no viera, pero aquellas personas que se fijaban en las cosas sin especial importancia verían la diferencia que había entre el caminar de una kunoichi bien entrenada y el de una mujer que se dedicaba al trabajo en su propia casa.

Pronto llegue a la calle que había supuesto mi destino desde un rato antes. Era ya mediodía cuando golpeé la puerta de una de las casas que habían sido edificadas en aquella zona de la aldea. Tardaron un poco en abrir, entonces contemplé ante mi persona al aún joven Kenko Jiongu, sonriente como siempre. Pensé que, después de todo lo que pudiera ocurrir con el paso de los años, ese chico jamás perdía su sonrisa. Al parecer era algo semejante en nosotros. Sin embargo, yo no sabía qué motivos, qué partes de su personalidad le llevaban a mostrarse así ante todos, de una forma que a algunos incluso les asustaba. Tal vez era la simple apariencia lo que le importaba y no encontrar un motivo para alegrarse en cada situación, sin importar cual. Yo permanecía seria, pero pronto mostré ante aquel shinobi una agradable sonrisa, no tenía intención de espantarle nada más haber llamado a la puerta. Los segundos pasaban como horas mientras escogía las palabras que debía dedicarle si quería que no opusiera problema alguno ante mi petición, o orden. Según cómo acontecieran los minutos mi deseo podría expresarse de una forma u otra, lo que yo tenía claro en mi mente era que volvería a la mansión conociendo los jutsus de Iwagakure no Sato.

- Buenas tardes, Kenko, no sé si te imaginarás el motivo por el cual he venido hoy a verte.

Mi voz sonaba que habría sido cómico para aquellos que me conocieran lo suficientemente bien. Era amable, pero también transmitía decisión a través de mis palabras y la duda de si él sería capaz de pensar en los motivos que me llevaban ante la puerta de su casa. Habían transcurrido ya varios años desde que yo no le dirigía la palabra siquiera, puesto que no nos habíamos encontrado en ningún lugar de Konoha. El lugar en que él vivía se situaba medianamente lejos de la mansión del Hokage, así como del edificio en que se encontraba mi despacho. Por tanto, la zona por la que él se movía sería completamente diferente a las calles que yo recorría cada día. Me extrañaba, en el fondo, que nunca hubiera pedido audición alguna con su Kage, pero no sabía nada de su vida, ni tan siquiera de si seguía entrenándose en el ámbito de la lucha o de si había dejado los entrenamientos atrás, con su anterior vida. La mentalidad de cada persona era un mundo diferente para otros, un universo lleno de pensamientos que resultarían rompecabezas para unas personas y otras. Un hombre difícilmente comprendería a la perfección a una mujer, y viceversa. Nadie lograría hacerlo, independientemente de la sexualidad.

Observé en su gesto el hecho de que pensaba por un momento, a saber qué opciones cruzaban sus pensamientos para después ser expuestas. El tiempo que lentamente transcurría se me hacía más que eterno, como si los segundos se detuvieran en un reloj cuyas agujas hubieran dejado de funcionar. Hablar con aquel hombre se me hacía extraño, que tenía mi propia edad si mal no recordaba. Le había guardado rencor durante mi estancia en la villa oculta de la roca por diversos motivos que ni tan siquiera llegué a ver completamente claros en algunos momentos. Yo misma había cambiado desde entonces, más me valía pues habían transcurrido varios años llenos de situaciones y emociones completamente diferentes. Después de todo, incluso, aún seguía llena de dudas con respecto a algunos temas que se me hacían incansablemente complejos. No sabía si él habría resuelto todas las incógnitas que se pudieran haber presentado ante su mente, pero su simple presencia me hacía recordar todo aquello que había transcurrido durante las largas jornadas en Iwa. Desde el momento en que había llegado a la villa siendo una simple niña sin apenas experiencia en la vida hasta mi último día entre las murallas del lugar. Había vivido situaciones de muchos tipos diferentes, aunque bien sabía que me quedaban muchos momentos por vivir antes de rendirme ante el final de mi existencia, muchas personas a las que conocer.

El chico, con su eterna sonrisa, por algún motivo, entró dentro de la casa dejando la puerta abierta. Hablaba, dando por hecho que yo entraría, pero desconfiaba lo suficiente como para no querer cruzar el umbral. Su voz llegaba hasta mis oídos mientras explicaba que había comido un rato antes, por lo que tendría suerte. Tras unos minutos, volvió a salir con una capa cubriendo su cuerpo y protegiéndole del frío que pudiera hacer a aquella hora en la villa. Comentó el tiempo que hacía que no me veía a mí, o a Sonzu. Recordaba a la mayoría de los shinobis que habían aprendido a luchar en el lugar en que él había dejado tanto atrás. Yo no sabía reconocer el tono con que su voz llegaba a mis oídos, no descubría si hablaba con tristeza, añoranza o algún sentimiento diferente. Tal vez una mezcla de todos ellos, al igual que me había ocurrido a mí momentos antes. Mi mirada se posó sobre el paisaje que me rodeaba, tantas casas semejantes que no parecían tener excesivos lujos, y las personas que caminaban por la calle. No había demasiada gente, siendo aquella una zona más repleta de viviendas que de comercios. Podía ver a algunas mujeres regresando a sus casas después de haber comprado lo que necesitarían para comer aquel día o a los hombres cargados con sus utensilios de trabajo después de una mañana llena de labores.

No sabía exactamente el lugar al que quería ir, ni al que se dirigía Kenko con tanta decisión. Estando junto a las murallas, contemplé el camino que pisábamos, hecho con rocas grandes, medianas y pequeñas, así como planas para hacer sencillo el paso por ellas. De pronto, el chico frenó en seco y me miró para comenzar a explicar lo que debía hacer. Con ello, lograría aprender el jutsu más sencillo proveniente de la villa oculta de la roca. Fruncí el ceño mientras él comenzaba la explicación, preguntándome cómo sabría desde un principio mis intenciones si ni tan siquiera me había preguntado para estar seguro de ello. Sin embargo, llegué a la conclusión de que poco más podría querer de él si no fuera aquel el motivo que me había llevado ante su presencia. Algunas veces las personas podían sorprender a otras de formas que no habría podido imaginar, aunque ese no fuera uno de los casos más extraños que había visto o lograría ver en algún momento. Lo que debía hacer era concentrarme en atender a la explicación y observar cómo él posaba ambas manos sobre el suelo para realizar la técnica. Yo hice lo mismo, no necesité demasiados intentos para lograrlo, pues era algo sencillo para lo que yo tenía por costumbre. Aún así, recordé los momentos en que aprender jutsus de semejante dificultad me había resultado increíblemente complicado.

Cuando hube logrado realizar la técnica sin aparentes problemas, Kenko comenzó la siguiente explicación. Dejaba para después una técnica con una dificultada que se encontraba entre la de la que yo ya había aprendido y la que tocaba ahora. Sus motivos tendría. Me explicó que debía, principalmente, concentrar chakra en la planta de uno de mis pies para después golpear con éste el suelo. Dijo que el efecto de la técnica sería enviar unas ondas bajo el suelo gracias a las cuales yo podría descubrir si había algún objeto, animal o persona a mi alrededor, en un radio máximo de treinta metros. Sin embargo, también tenía sus limitaciones, y es que solo podría descubrir algo que estuviera en contacto con el propio suelo y, además, tan solo podría hacer un uso de aquel jutsu durante el combate. Pero, ante todo, lograría ayudarme para no estar desprevenida en algunas situaciones. Pensé que la mayor parte de las técnicas que yo ya había aprendido, provenientes de mi clan, me ayudaban a prepararme para ataques ante los que podría estar desprevenida. Por tanto, era un método para no estar desprevenida. El juego de palabras que había en mi mente era extraño, pero no por ello me distraje cuando el que había sido mi Kage durante el tiempo que había vivido en Iwagakure realizó la técnica. Durante un rato intenté imitarle, poniendo mis esfuerzos en realizar el jutsu. Notaba que la dificultad con respecto al anterior era mayor, pero no por ello me rendía en los intentos que realizaba.

Cuando lo logré, Kenko sacó un pergamino de debajo de su capa y lo extendió sobre el suelo, explicando que era una de las pocas cosas que había podido rescatar. Dijo que siempre lo había llevado encima mientras fue Kage en Iwagakure, luego no fue tan necesario puesto que en Konoha la mayor parte de los ninjas que habían llegado desde el anterior lugar daban por hecho que aquello era uno de los objetos perdidos en la villa oculta de la roca. Sin embargo, allí estaba. Y él tardó varias horas en explicarme la procedencia, el significado de lo que contenía y todo aquello que me era imprescindible saber acerca del contrato de Gaia. Ya avanzada la tarde, firmé el pergamino y procedió a hablar de la técnica que se había saltado durante el proceso. Dijo los pros, los contras y los efectos en general que podía lograr con aquel jutsu, así como los requisitos que necesitaría cumplir si quería realizarlo.

Recibir la experiencia por parte de un ninja con menor rango que yo en la villa me resultaba extraño, aunque bien sabía que incluso un niño pequeño podría enseñarme cosas que yo pasaba por alto, pequeños detalles que yo no había descubierto a lo largo del tiempo que había estado caminando por el mundo. Al fin y al cabo, se decía que cada día te acostabas sabiendo algo nuevo acerca de la vida, de lo que te rodeaba en todo momento. Así pues, atendí a las palabras que el chico me dirigía sin poner objeción alguna para después imitar sus movimientos, posar una mano sobre el suelo y, tras diversos intentos, recibir su chakra y transferirle también una pequeña cantidad procedente de mi propio cuerpo. La sensación era extraña, pero la técnica me resultó bastante útil para el día a día, los combates de un grupo de ninjas conocedores del contrato que un rato atrás yo había firmado.

A continuación, siendo ya prácticamente de noche, me dijo que al día siguiente me explicaría las dos últimas técnicas, pues notaba ya el cansancio producido por tantas horas enseñándome los jutsus. Dijo que tan solo quedaban dos ofensivos, puesto que me había enseñado ya las dos técnicas suplementarias y la defensiva. Por tanto, habiendo finalizado el entrenamiento durante el día, me despedí del que había sido Tsuchikage y caminé en dirección a la mansión del Hokage para poder descansar y recuperar las fuerzas que necesitaría para sobrellevar las experiencias que tendría el día siguiente.

Habiendo cruzado los caminos del Bosque de la Muerte, así como la puerta principal de la mansión, permanecí un rato en el patio contando a Negro Kun lo que había vivido durante el día para después acostarme. Me preguntaba cómo serían las técnicas que iba a aprender, pero finalmente pude descansar sin más problemas para despertar con los primeros rayos de sol y energías renovadas. Me preparé, desayuné y acudí al mismo lugar al que había ido el día anterior para encontrarme con Kenko. De nuevo, fuimos hasta las murallas y comenzó a explicar la técnica más sencilla dentro de las ofensivas. Y pude descubrir que, aún siendo sencilla con respecto a la otra, un ninja sin la suficiente experiencia en combate no sería capaz de aprenderla. Palabra tras palabra, mi mente analizaba la información para llegar a la conclusión de lo que debía hacer para poder realizar el jutsu sin demasiados problemas. Entonces, cuando el chico hizo de modelo, yo también realicé la técnica. Claramente, no nos atacamos entre nosotros ni a ninguna persona de nuestro alrededor, aunque no había nadie realmente. Cuando tuve en mente la técnica y, tras una gran cantidad de intentos fallidos, pude realizarla a la perfección.

Era una técnica interesante, cuanto menos, aunque comenzaba a preguntarme cuánto tiempo tardaría en aprender la última y estar dispuesta para las actividades que tenía que realizar como Hokage. Había perdido ya un día entero de trabajo y ya llevaba una mañana más cuando él comenzó a explicar todo lo relacionado con el jutsu. Pros, contras, efectos que lograba, requisitos que debía cumplir… así como una descripción minuciosa de cada detalle. Podía ser peligroso si no se hacía bien, eso estaba claro y además era una característica acorde con el nivel de dificultad que tenía la técnica. Escuchar tantas explicaciones podía resultar bastante aburrido, aunque por mi propio bien debía atender a todo y después seguramente anotaría las técnicas en algún pergamino para que pasaran a la posterioridad.

Cuando Kenko dejó de hablar, hizo lo que se requería para llevar a cabo la técnica y después me cedió el turno para intentarlo. Realicé incansables intentos hasta lograr el efecto que realmente alcanzaba ese jutsu. Una fugaz sonrisa escapó de mis labios y después miré al que había sido mi anterior Kage, antes incluso de llegar a la villa oculta de la hoja. Aún se me hacía extraño estar ante su presencia, aún habiendo compartido con él varias horas del día anterior y varias del actual. Veía otra parte de mi personalidad en ese momento, cuando él me pidió salir de la villa para contemplar los enclaves. Antes incluso de llegar a las puertas extendió una mano con el pergamino que yo misma había firmado el día anterior. Comentó simplemente que yo podría protegerlo mejor estando en Konoha. Tras su eterna sonrisa, no aceptó negaciones por respuesta, por lo que tuve que guardar el pergamino y seguir caminando.

Me pregunté qué habría sido de mí si hubiera seguido en Iwagakure, si la villa no se hubiese destruido. Pero pronto llegué a la conclusión de que hacer preguntas como aquella no me llevaba a ninguna parte, simplemente podía seguir con mi vida y evitar que una tragedia como la de Iwa ocurriera en Konoha. Debía proteger la villa, evitar que otras personas tuvieran que hacerse mi misma pregunta, evitar que hubiera más niños viajando solos por el mundo a causa de haber perdido a sus padres, aunque mi caso no fuera exactamente aquel.

Pronto llegamos al valle del fin, aunque eso no detuvo el camino que seguíamos. Mis pies pasaban sobre la hierba del lugar mientras él relataba alguna anécdota sin mucha complicación, algunas incluso ya las conocía con anterioridad. Mi mente viajaba, pensando en si me habría llevado bien con él en caso de que me hubiera tratado desde un principio como hacía ahora. A partir de esa, surgieron más y más dudas acerca del trato que se ve entre unas personas y otras. La presencia del último Tsuchikage me hacía pensar en más cosas de lo que normalmente hacía. No pasábamos por ningún camino, con el bosque a nuestro lado y al otro una pradera y varios caminos de tierra que llevaban a diferentes lugares del País del Fuego. A una distancia de dos metros, caminando yo a la izquierda de Kenko y, por tanto, más cercana al bosque, observé el bello paisaje que se mostraba ante nosotros mientras mi mente se llenaba de ideas, pensamientos, decisiones e inquietudes.

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Mensaje por Sokka Lun Feb 04, 2013 4:31 am

De nuevo se repetía la misma pesadilla con aquella misma vendedora ambulante pelirrosa y su alegre perrito. De nuevo la lluvia caía en mi sueño. De nuevo estábamos siendo engañados e invadidos en Amegakure no Sato. Siempre era la misma persona la que aparecía allí y siempre veía como mis aliados, aquellos que lucharon hasta el final de sus días por proteger la villa oculta de la lluvia, caían uno tras otro con gran facilidad. Si hubiese sido más poderoso en aquel momento, si hubiese estado lo suficientemente descansado, seguramente el resultado habría sido otro muy distinto. El despertar era igual muy similar todos los días. Sudor frío en la frente, ojos entreabiertos, respiración agitada, pelo alborotado, sábanas revueltas, etc., y siempre hacía lo mismo. Levantarme e irme a mirar a un espejo o algo que reflejase mi figura. Uno de estos días me llegaron las preguntas de cual era el por qué de la pesadilla y tantas repeticiones de la misma, el por qué el engaño de aquella vendedora ambulante después de que la hubiese dicho que ningún ameniano querría comprar nada de ella. Las preguntas seguían llegando y se acumulaban. Más y más preguntas para mi simple mente que quedaban sin respuestas. A los dos días de meditar sobre aquellas preguntas se me ocurrió una posible solución. Ir en busca de la pelirrosa vendedora y su característico perrito para intentar hallar las respuestas a las preguntas y quizás poder pasar un rato conociendo a aquel animal.

Quedaba iniciar el viaje. Desde Amegakure no Sato había tres rutas terrestres por las cuales se puede entrar o salir del País de la Lluvia. Dos de ellas conducían al desierto, un lugar en el cual jamás había estado y demasiado seco para un ninja perteneciente a la Villa oculta de la Lluvia así que iría por la ruta que me acabaría llevando al País del Fuego donde se hallaba la Villa oculta de la Hoja y donde podría pedir información. Con el mapa frente a mi comencé a planificar el viaje. Partiría desde mi posición actual, desde la villa ninja del País de la Lluvia, para dirigirme hacia la capital de dicho país. Una vez el la capital de la lluvia el camino se bifurcaría en dos direcciones. Una llevaría al País de los Ríos y la otra hacia la capital del País del Fuego. De nuevo el camino se dividiría, pero esta vez sería en cuatro direcciones diferentes. Una de ellas volvía a llevar al País de los Ríos. Otra pasaría a las ruinas del País de la Hierba. Gracias a mi posición como Amekage podía tener acceso a mapas muy precisos sobre las situaciones de casi cada país. Uno de los dos restantes caminos se dirigía al País de la Muerte, y el cuarto camino se dirigía a la villa ninja del País del Fuego. Mi primera parada sería allí, una vez en la Villa oculta de la Hoja pediría información, reservas y otros neceseres para continuar mi viaje como por ejemplo otro mapa.

La ruta de mi viaje ya estaba planificada, o al menos la primera parte de la ruta, ahora quedaba conseguir las reservas alimenticias y ropajes para dicho viaje. Quizás tardaría un día en conseguir cazar un par de pingüinos y algo de ropa nueva pero eso no supondría ningún problema. Es más, antes de continuar preparando la expedición iría a conseguir estas cosas. Lo primero que hice, tras vestirme con la camisa negra que todavía me está grande y unos pantalones cortos, los cuales son tapados por la camisa, fue mirarme en el espejo como hacía habitualmente. La mirada me la devolvió un niño de baja estatura, aproximadamente de unos 70 centímetros de longitud, con el pelo de color azul muy intenso peinado lisamente, con los ojos de color azul claro y con un rostro alegre y sonrosado.

El atuendo era adecuado pero demasiado propio de mi por lo que debería cambiarlo. Lo primero a cambiar sería el pelo. Ese azul tan intenso no lo poseía mucha gente y quizás debería aclarármelo un poco. Con un tinte conseguiría hacerlo así que mandé a mi secretaria de cortos y apretados ropajes que ella y su séquito de hombres fuesen a comprar un tinte del mismo azul que mis ojos. Lo del pelo ya estaba solucionado y ahora quedaba los ropajes. Antes de que mi secretaria se marchase me preguntó por qué quería el tinte y le dije que quería cambiar mi aspecto. Ella pareció entusiasmarse al oír la noticia y yo me quedé con una cara de perplejidad, sin embargo ella me sugirió que fuese a un tal sastre situado al este de la villa. Me explicó que un sastre era el que confeccionaba trajes y ropajes para las personas. Así pues seguí las indicaciones de aquella a la cual muchas mujeres de la villa solían confundir con un animal caracterizado por su inteligencia y astucia y me dirigí al local del tal sastre.

Aquel lugar estaba repleto de maravillosos espejos que reflejaban la imagen del que entraba. Solían agruparse de tres en tres pero también los había que estaban solos. Al entrar sonreí instintivamente al quedar alucinado por tal espectacular lugar. Por lo menos debía de haber unos diez niños exactamente como yo reflejados en los espejos. Un señor vestido con un chaleco negro, con una camisa blanca debajo de dicho chaleco, con unos pantalones negros también y una cinta métrica al cuello se acercó a mi. En su rostro mostraba una amplia sonrisa y comenzó a hablar:

- ¡Señorito Amekage! ¡Qué sorpresa verle por esta zona! Si se me hubiese notificado sobre su llegada habría estado más preparado. Es un placer recibirle aquí. ¿Qué desea? ¿Un traje formal para una importante reunión? ¿Un conjunto informal para pasear? ¿Unos ropajes formales y elegantes para alguna cita? Cuente, cuente.- Hablaba muy deprisa y con esa misma sonrisa sin variarla ni un segundo.

- ¡Buenos días! Buscaba algo para llevarme a un viaje largo. Algo cómodo y del mismo color de mis ojos...- Mi voz se fue acallando al ver justo lo que buscaba. Alcé mi brazo y señalé el conjunto del color de mis ojos. - ¡Quiero eso!

El sastre se dio la vuelta y vio lo que había señalado. Era un chándal de color azul claro, con una cremallera en la chaqueta y unos amplios bolsillos en los pantalones. Además tenía unos negros guantes de cortados dedos que completaban el conjunto. El sastre se extrañó y, entre refunfuños, me trajo el conjunto. Cuando me lo probé y me miré en el espejo noté que me sentaba DI-VI-NO, pero... faltaba algo. Aquel conjunto podría estar mucho mejor con algún complemento o algo similar.

En seguida averigüé lo que faltaba. Había demasiado azul en todo el conjunto y acababa resaltando demasiado haciendo que no pareciese un niño. Opte por decirle al sastre que me tiñese la capa de la aldea de un tono anaranjado para que no fuese todo de color azul. Seguía faltando algo pero supuse que era el tinte que todavía no llevaba. Cuando fui a pagar al sastre me dijo que no se hacía así en aquel lugar sino que enviaban la factura a la propia casa. Me pareció una buena idea y a día de hoy todavía no sé por qué. Antes de marcharme, el sastre me regaló unas zapatillas blancas de mi talla. Le di las gracias y me marché.

En el momento en el cual regresé al edificio del Amekage, el lugar donde yo vivía, mi secretaria había vuelto con el tinte que le pedí y con su séquito de hombres. Aunque también había vuelto con una gran cantidad de mujeres de aquellas que la seguían confundiendo con el animal astuto e inteligente. Me fui a mi despacho tras haberme sido dado aquel botecito que contenía el tinte y tras haber atraído las curiosas miradas sobre las bolsas que portaba. Dentro del despacho cogí las instrucciones, las abrí y las comencé a leer. Tras cinco minutos eternos miré al frente y dije:

- ¡Ja-ja-ja! ¡No se leer!-

Dicho esto, confié ciegamente en la habitual suerte que solía tener y me dispuse a echarme todo el bote sobre la cabeza, sin quitar el tapón claro está. En el momento justo, entró mi secretaria de ajustadas ropas. Su cara palideció un poco más de lo blanca que solía ser y se apresuró en quitarme el pequeño bote. Me explicó que no era así como se debía hacer sino que primero había que mezclarlo con agua o algo así. Como mi cara no era de comprensión ninguna sino de extrañamiento y confusión, la rubia mujer se cansó de explicármelo y lo hizo ella.

Pasadas las dos horas indicadas en las instrucciones leídas por mi joven secretaria mi pelo se tornó de un tono de azul mucho más claro del que tenía antes, ahora era del mismo color de mis ojos y de mi nueva vestimenta. Me miré al espejo de nuevo con mi nuevo atuendo. Todavía quedaba algo, faltaba algo para culminar mi atuendo. Todavía seguía reconociéndome a mi mismo. Mi secretaría me había demostrado que sabía bastante sobre moda y complementos así que se lo comenté a ella. Le dije que mi repentino cambio de aspecto físico se debía a que quería iniciar un viaje de manera que nadie me reconociese. Ella se quedó pensativa tras escucharme. Al poco tiempo chascó los dedos y buscó algo por el despacho. Pareció no encontrarlo y dijo que ahora venía. En cuanto salió se armó un revuelo y pareció dirigirse a sus fans. Se produjo un gran silencio pero cuando ella calló se volvió a armar jaleo. Volvió a entrar con una tela roja y buscó algo para cortar. De la tela roja sacó una larga tira y le hizo dos agujeros y me lo puso cual antifaz. Me dijo que me mirase al espejo y que le diera mi opinión. Era un chico totalmente distinto a mi. Quizás fuera por mi mentalidad de cinco años pero no me reconocía al verme reflejado.

Listo lo del atuendo quedaba asegurarse de la comida para el viaje. No tenía casi tiempo por lo que lo de cazar a los pingüinos no podía ser en esta ocasión. Así pues bajé a la cocina del gran Chef Olaf. Olaf era un hombre extranjero llegado al País de la Lluvia hacia muy poco tiempo. Vino solo, sin conocer a nadie, con un extraño acento que provocaba confusión a la gente. Comenzó como un vagabundo, solo con una cazuela y sin ningún futuro casi. Lo conocí en la calle y le di cobijo. Por aquel entonces solía dar cobijo a mucha gente que me encontraba por la calle. Descubrí que tenía un gran potencial como cocinero y le ayudé a desarrollarlo. Cuando entré en la cocina su serio rostro sonrió y se iluminó:

- ¡Oh, Señoguito Amekage! Es un gan plaserg vegle en mi cocina. ¿Qué le trae pog aquí?- Era difícil de comprender su acento pero se podía llegar a entenderle mediante los gestos que hacía o el contexto.

- Buenos días Monseuir Olaf. Un placer verle una vez más. Me gustaría que me preparase algo de comida para dos días de viaje. En principio la iba a cazar yo mismo pero se me ha echado en tiempo encima.

El gran chef Olaf cambió la expresión de la cara a una más pensativa. Dos minutos más tarde la volvió a cambiar pero esta vez a una de idea buena. Fue a la despensa y volvió con un gran saco constituido a base de una fuerte y resistente tela marrón. Dentro del saco había tal cantidad de comida como para abastecer durante tres días enteros a todo un ejército compuesto por un niño de cinco años o al menos eso era lo que ponía en la etiqueta. Aquella persona, siempre tan eficiente. Tras dar las gracias y cargar con el peso, partí desde la villa ninja hacia la capital del País de la Lluvia. Mi equipaje constaba simplemente del saco de comida y de una negra mochila que había hallado con una etiqueta que rezaba "Para viajes importantes". Este era un viaje importante para mi así que decidí llevármela.

Mientras recorría el camino con mi nueva apariencia, la lluvia me acompañaba y eran muchos los que se fijaban en mi debido al saco que portaba. Sin embargo no alcanzaban a reconocerme así pues mucho menos me reconocería una persona que me vio hace tres meses. Por otro lado, y gracias a que las pesadillas se repetían constantemente, yo recordaba casi a la perfección a la vendedora ambulante pelirrosa. En medio día llegué a la capital y realicé mi primera parada para almorzar. Me refugié de la lluvia entrando en uno de los metálicos edificios de Amegakure no Sato. La comida era deliciosa aunque de extraño aspecto.

Una vez hube almorzado procedí a continuar mi camino, ahora tocaba cruzar la frontera que existía entre el País del Fuego y el País de la Lluvia para continuar hasta llegar a la capital del País del Fuego. Así lo hice y en otro medio me hallaba cruzando la frontera de estos países. Una vez entré en el País del Fuego, la lluvia dejó de acompañarme. No era la primera vez que dejaba atrás al País de la Lluvia ni al fenómeno meteorológico que caracterizaba a dicho país pero siempre sentía lo mismo, sentía como si una parte de mi se quedase allí, como si parte de mi fuera arrancada y apresada en aquel lugar.

Todavía me quedaba una gran caminata por delante hasta llegar a la capital del país en el cual me hallaba ahora mismo pero eso no me detendría. Tras otra breve pausa para reponer fuerzas reanudé la trayectoria para llegar al lugar deseado y obtener algo de información. Seguramente en aquel lugar también habría ido la misma pelirrosa si es que era una vendedora ambulante que se pudiese apreciar. Lo que no sabía yo era que al poco de llegar vería una gran estatua con el rostro de aquella vendedora ambulante. ¿Tan buscada estaba que le habían esculpido su rostro en una montaña? Debía de ser.

Pronto encontré a alguien con autoridad y pregunté sobre la localización de aquella cuyo rostro estaba tallado en la montaña y me indicaron que debía dirigirme al edificio del Hokage. Estaba harto de caminar, necesitaba descansar y todavía tenía que reponer fuerzas así que decidí que antes de ir al nuevo destino quizás fuera mejor comer algo del saco que ya había sido vaciado dos veces. Tras la comida, fui a aquel edificio y allí me indicaron que la Hokage era a quien buscaba. ¿Por qué la Hokage tenía por segundo trabajo el de vender objetos puerta de villa a puerta de villa? ¿Tan mal estaba la economía de aquel lugar? Si de verdad era así no lo aparentaban. Dejé esas preguntas para otro día y pregunté sobre dónde podría hallar a la Hokage. Me dijeron que había salido a hacer unos recados y por esta razón decidí marcharme a buscarla.

Me recorrí prácticamente todo el país hasta que anocheció sin encontrarla. Solo quedaron dos lugares por inspeccionar pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente probaría en el edificio del Hokage de nuevo. Sin embargo la fortuna seguía sin sonreírme. Otra vez me dijeron que la Hokage no estaba allí. Esto significaba que debía de seguir buscando. Mirando el lado bueno esta búsqueda me estaba sirviendo para conocer el terreno del País del Fuego. Sin saber por qué, esta vez elegir ir al Valle del Fin y la suerte volvió a acompañarme. La melena pelirrosa se encontraba cercana a un bosque junto a otra persona a la que no reconocí.

Sabía perfectamente lo que tenía que hacer ahora, con un salto rápido y grácil logré situarme sobre el hombre que desconocía y sentarme en su cabeza. Mientras saltaba, el rojo antifaz se agitaba debido al viento y producía un leve sonido. Con una amplia sonrisa en los labios dije un tanto alto:

- ¡Holaaaa!
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Mensaje por Shika Lun Feb 11, 2013 12:36 am

Paso tras paso, las anécdotas llegaban a mis oídos mientras mis ojos contemplaban el hermoso cielo que se abría ante nosotros. Mi mirada se perdía en los alrededores del círculo de luz que tomábamos por sol y mi mente viajaba a lugares lejanos, posiblemente añorados por mi subconsciente. Mi vida había cambiado muchísimo desde tiempo atrás, había formado lo que se podía tomar como una familia después de haberme criado en un orfanato lleno de personas que nunca llegaron a comprenderme o aceptarme. Además, tenía más amigos que cuando había sido pequeña. Y había viajado mucho más que otras personas, había tenido una vida con hogares cambiantes. Una y otra vez había tenido que viajar de un país a otro, de una villa a otra para poder instalarme. Tal vez debido a eso no sabía cuál era mi verdadera procedencia. No sabía más de mi primer hogar que el contenido de un orfanato, pues hasta mi exilio lo único que había conocido era el interior de unos muros que se me habían antojado increíblemente altos. Ahora que conocía más datos acerca de la vida me daba cuenta de que escapar no habría sido tan difícil en un principio si no me hubieran criado entre avisos.

Mi atención se perdía en rincones de mi mente, viendo incluso en algunos momentos el escenario de mis recuerdos a mi alrededor, y no el paisaje que realmente me rodeaba. Kenko había desaparecido del rango de cosas a las que estaba prestando atención en ese momento, al igual que el niño que se posó sobre su cabeza y habló bien alto. Estaba perdida entre recuerdos, pensamientos que habían recorrido mi mente tiempo atrás y visiones que tal vez no habría querido presenciar. Al tiempo que el día en que huía del orfanato se repetía en mi mente, me giré, tal vez esperando encontrar el escenario del recuerdo. Pero mi sorpresa al encontrar un hombre encapuchado al que no era capaz de reconocer poniendo ambas manos sobre el cuerpo de Kenko y el niño, que no había visto llegar, fue de grandes dimensiones. No pude actuar, atacar al hombre, puesto que se desvaneció entre los árboles al igual que mis recuerdos entre rincones que por el momento no visitaría más. Mi preocupación era ambas personas, Kenko había caído al suelo al tiempo en que en mi mente se había producido el golpe sordo que tanto me había aterrado. Y debía prestar atención a los problemas que tanto el shinobi como el niño podían tener en esos momentos. Me acerqué a ellos dando las zancadas necesarias y me agaché frente a sus cuerpos. No reconocía al pequeño peliazul, pero ese no era dato de excesiva importancia. Aquel hombre había hecho algo que a simple vista yo no era capaz de ver, más que el hecho de comprobar que Kenko yacía sobre el suelo, sin vida.

Le había matado ante mis propios ojos de una forma que yo no había sido capaz de ver. Si también había posado su mano sobre el niño posiblemente éste tendría algún daño. O podía tener algo que ver con la aparición del encapuchado. Había muchas incógnitas, la única solución que veía ante todas ellas en ese momento era la de transportar ambos cuerpos hasta la villa. No estábamos excesivamente lejos de la villa, por lo que creé bajo mis pies un disco de cristal rosado para en él montar al que había sido mi Kage en su momento. Tal vez si llevaba el cadáver al emperador él lograría descubrir qué era lo que había ocurrido allí. Cogí al niño entre mis brazos, esperando que no se revolviera más de la cuenta, puesto que mi fuerza no era magnífica. Entonces comencé a caminar en dirección a las puertas de Konohagakure.

Una vez allí, ordené al primer ANBU que vi que saliera en busca del hombre encapuchado que había desaparecido entre los árboles, aunque algo me decía que alcanzarle sería demasiado complicado esa vez. Me moví por calles por las que no caminaban más personas a aquellas horas para así evitar miradas indeseadas. Normalmente no me importaba que me observaran las gentes de la villa, pero yendo acompañada de un cadáver y un niño desconocido podrían producirse rumores erróneos que no harían más que empeorar la situación. Por el momento, a mi parecer, lo mejor era mantener el suceso en secreto, al menos hasta que todo se aclarase.

Pronto llegué a la mansión y dejé el cadáver de Kenko en una sala en que la temperatura y las características permitirían que el cuerpo se conservara sin problemas durante el tiempo que debía esperar. Además, caminé a través de los pasillos para dejar al pequeño en una de las habitaciones contiguas a la mía, para que pudiera avisarme si necesitaba algo. Le posé sobre la cama, le quité los zapatos y le tapé con las mantas para que no pasara frío, así como dispuse sobre una mesa de la habitación algo de comida por si tenía hambre. Además de ser kunoichi y Kage de Konoha, era madre, y como tal tenía instinto maternal, aunque no excesivamente desarrollado, puesto que mi hijo era un monstruito que se abastecía sin necesidad de ayuda.
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Mensaje por Sokka Sáb Feb 16, 2013 7:59 am

Un extraño hombre se había acercado sigilosamente a el grupo de tres shinobis que estaba compuesto por el moreno hombre llamado Kenko, el último Tsuchikage; la pelirrosa Shika, actual Hokage; y, por mí mismo, Sokka el actual Amekage. No obstante yo solo sabía sobre Shika, ya que me había informado gracias a su secretaria, y sobre mi mismo. A pesar de nuestro alto rango, ninguno pareció darse cuenta de la aproximación del extraño hombre. Lo único que recuerdo es que alguien me agarró por la cabeza y después simplemente me desmayé.

Ahora me encuentro en una especie de cama, es muy cómoda y blandita. Sobre mi hay una gruesa manta que me proporciona calor. En mis pies no noto la típica presión que ejercen mis zapatillas cuando las calzo. Quizás me las hayan quitado. Desde mi posición me llega un suave olor a cerezos. Abro los ojos y lo primero que veo es el techo de un tono bastante suave del color rosa, casi pastel, las paredes y el suelo también son del mismo color. La habitación está amueblada con una mesa y cuatro sillas donde parece que se realiza la hora del té. Además, la habitación consta de una cama, una cómoda y una mesita de noche. Sobre la mesita de noche hay una pequeña lámpara capaz de iluminar la habitación en la más oscura noche. Sobre la cama hay una inmensa colcha de color rojo intenso que resulta muy suave al tacto además de abrigar bastante bien. Al pie de la cama están mis zapatillas las cuales en seguidas son calzadas por mi. Noto una ligare presión en la parte derecha de mi cabeza. Allí donde el pelo tapa la piel.

Tras levantarme de la cama investigué por la habitación un poco en busca de un espejo. Dicho espejo lo encontré sobre la cómoda de la habitación. Era un pequeño espejo de mano adornado con un metal brillante de color gris. Pesaba un poco pero lo podía manejar con soltura. Miré al espejo de tal forma que reflejase la zona donde sufría la leve presión. A primera vista solo veía mi azul pelo pero tras removerlo un poco y mirar debajo de él pude distinguir una especie de grabado que no recordaba haber obtenido. Quizás fuese cosa del tinte pensé en el momento pero ignoraba cuan equivocado en ese momento. Ni si quiera podía imaginar lo que aquello significaba.

Tras haberme tranquilizado un poco al ver que mi antifaz, el cual custodiaba celosamente mi secreta identidad, seguía ocultando parcialmente mi rostro salí de la habitación por una puerta que olía a roble. Nada más salir una extraña sensación recorrió mi cuerpo y comencé a dar pequeños saltitos. Mis ojos se volvieron algo más cristalinos y comencé a recorrer el pasillo dando esos saltitos con mis manos situadas hacia la entrepierna. Sentía la necesidad de encontrar cuanto antes un servicio pero aquellos largos pasillos parecían no acabar nunca. ¿Aquel que hubiese construido este lugar no pensó en colocar algún lavabo en mitad del pasillo o qué? ¿Y si surgía la necesidad de utilizar un aseo urgentemente que debería hacer uno? Seguí caminando por los pasillos en busca de un cartel o alguien que me pudiese llevar a un lavabo o encontrar el propio servicio...

Tras haber encontrado finalmente un lugar donde aliviar mi mal, abandoné Konoha para dirigirme a Ame. Sin embargo, algo había cambiado. Una voz sonaba en la mente de Sokka pero él no la escuchaba debido a su falta de atención en las cosas. El camino fue bastante largo hasta volver a ver el negro cielo de Amegakure no Sato, sentir la humedad de su lluvia, volver a casa.
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