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Mensaje por Viral Mar Feb 12, 2013 11:37 pm

De nuevo, mis pisadas resonaban por la avenida principal de Konoha en su hora de máxima afluencia, ya cerca el mediodía, momento en que los aldeanos buscaban refugio del sol incidente en los restaurantes, o incluso sus propias casas. Pronto todo quedaría vacío, de no ser por los Anbu que han formado un pasillo, invisibles a la vista común, sobre los tejados a ambos lados de la avenida, tras haberme detectado al traspasar la cúpula defensiva. Supongo que no todos los días el Emperador los visita por sorpresa, no culpo un poco de seguridad añadida, aunque innecesaria. Al menos no han bajado a darme la bienvenida oficial y aún puedo caminar entre la multitud envuelto en mi capa de la capital, con sus colores intensos, como los de el plumaje de un fénix, y su capucha en forma de pico calada de tal forma que mi rostro quede oculto entre sus sombras. A mi espalda, con apenas dos metros de retraso, siento las pisadas de Garudá, que a pesar de no poder ser oídas pues realmente no está pisando el suelo, a pesar de que finja muy bien, tienen un eco en mi corazón que siempre se sincroniza con sus acciones, seguramente los vestigios del Nibi, mi pesadilla personal, se retuercen entre las capas de mi alma al sentir el poder del dios. Ella por su parte, va envuelta en uno de esos vestidos negros con plumaje rojo que tantísimo le gustan, y de no ser por su influencia sobre la mente de las personas que la rodean, llamaría la atención lo suficiente como para que no quedara persona en Konoha sin darse cuenta de nuestra llegada. Hace ya varios días que dejé a Sonzu cuidando de Rac Álainn en mi ausencia, pues por algún motivo las teleportaciones de largo alcance estaban fallando desde hacía un tiempo, y hasta que no descubriese por qué, no me arriesgaría a hacer un viaje tan largo por los pliegues del espacio, así que no tuve más remedio que cruzar el mar por la vieja usanza y viajar durante varios días a través de un bosque que a cada momento que pasaba, sobre todo durante la noche, se sentía más amenazante. Los animales estaban inquietos, huían del norte, de los incendios que seguían ocurriendo en las zonas cercanas al Valle del Fin y aún nadie había descubierto la causa. Se había logrado parar los incendios haciendo un enorme corta fuegos que impedía su paso más allá de las zonas del norte, pero era cuestión de tiempo que una chispa, las cenizas de un incendio más grande de lo normal, o directamente la criatura que los provocaba, cruzase el cortafuegos y la pesadilla reanudase.

Con esos pensamientos en mente había llegado a la hoja, admirando su belleza, que había considerado mía durante años, como un padre orgulloso de sus hijos. Shika los estaba cuidando bien, lo sabía por las sonrisas en la cara de los niños, los ánimos de mercaderes y consumidores, e incluso por los Hozuki que habían emigrado a Konoha, que no parecían tan acalorados como normalmente, pasando por las fuentes tan solo para rellenar sus cantimploras. Al ver el júbilo general a pesar de los malos tiempos que pasaban, me animé aún mas, contagiándome de su felicidad, y apreté el paso hacia el Edificio del Hokage, ansioso por reencontrarme con mi Fénix del Oeste, La bella Shika. Rápidamente, llegué a la plaza central, frente a mi destino, en la que había hecho alzar la fuente más grande de Konoha, representando a los dos Shinobis que más había honrado y admirado desde mi mas tierna infancia. Uno de ellos, Sagara el Ogro, primer Hokage, portaba su colosal espada con la que decían que podía destrozar montañas enteras. Frente a él, desenvainando su mítica Kirikurai, El demonio danzante Kirugani, fundador de la propia Kirigakure, y el ninja más poderoso vivo actualmente, según se decía. Cuando pasé por delante, me paré a hacer una reverencia ante la estatua, y lancé una moneda dorada con el emblema del fénix imperial al agua, pidiendo sus bendiciones. Con la sensación de que la sabiduría de estos dos legendarios Shinobis me guiaría, cruzo las puertas del enorme edificio cilíndrico, con su característico tejado rojo. Al llegar a recepción, me quité la capucha, revelando mi rostro y dejando que mi cabello cayera a mi espalda. Apoyándome sobre el mostrador, me acerco a la secretaria, la conozco perfectamente, y ella a mí, así que no hay mucho mas que decir aparte de un pequeño guiño como invitación para visitarnos a mi y a Sonzu cuando lo desee.

- Subiré yo mismo al despacho para darle una sorpresa a la jefa.

Rápidamente, subo las escaleras hasta llegar al último piso, seguido por Garudá, consciente de lo poco que ha cambiado todo desde que partí de Konoha para fundar la capital Imperial Rac Álainn. Todos los cuadros siguen en su sitio, pero me pregunto si Shika se ha adueñado del despacho grande, o por el contrario, prefiere los lugares pequeños como era mi caso. No lo sabía, pero dejé que mi intuición me guiara antes de elegir puerta y abrirla entrando rápidamente a la habitación a la par que me quitaba la capa de encima lanzándola sobre el ropero más cercano y sonreía ampliamente.

- Creo que hoy no me he olvidado los pantalones, querida.
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Mensaje por Shika Sáb Feb 16, 2013 8:16 am

Las jornadas en la villa oculta entre las hojas se me antojaban notablemente más pacíficas y acogedoras que en mis anteriores hogares. No había excesivos percances que rompieran la frágil felicidad que se palpaba cada hora en la aldea. Las gentes se mostraban alegres ante el paso del tiempo, saludando con una sonrisa a quienes coincidieran en su camino, independientemente de los problemas que pudieran asolar a la villa. Los tiempos se presentaban difíciles en las afueras, así como en diferentes países ajenos al del Fuego. Diversos problemas recorrían el mundo llevándose consigo todo aquello que se interpusiera en sus caminos. Debíamos encontrar soluciones cuanto menos eficaces en poco tiempo, antes de que todo escapara de las manos de aquellos dispuestos a luchar. Y yo no sabía si aquello suponía una distracción u ocupación tan solo para mi mente, aunque seguramente habría más personas pensando en ello.

Los párpados se me cerraban mientras yo daba vueltas y vueltas a todo sin saber por dónde empezar a buscar soluciones o respuestas. El enorme despacho se presentaba ante mí como una pequeña jaula algunas veces, obligándome a abandonarlo para pasear por la villa en busca de aire fresco. Pero aquella mañana no permitiría que el agobio me echara del que era mi lugar de trabajo. Diversas tareas eran dispuestas para mí día tras día y yo no podía escapar de mis quehaceres como si no fueran de determinada importancia. El cargo de Kage se había puesto sobre mí para que yo cumpliera con los deberes con mano firme, sin dudar y sin faltar. Con la cabeza apoyada sobre las manos abrí los ojos para contemplar, después de tantas veces, lo que me rodeaba. Había varios muebles fabricados con madera de roble en la sala, entre los que podía contar varias estanterías repletas de libros y objetos de decoración. Me gustaba la textura que presentaba aquella madera, así como su color o el aspecto que ofrecía a la habitación. Bajo mis codos había una mesa del mismo material que el anterior mueble, amplia y vacía salvo por los papeles amontonados en medio de la tabla, clasificados al detalle. Un ventanal se abría tras mi espalda con la cualidad de permitirme observar la villa desde el interior sin que los demás pudieran ver el interior de la sala. A mi izquierda un ropero junto a un pequeño sofá rojo y a mi derecha la pared presentaba varias estanterías. A un lado de la mesa, con una distancia de un metro, una silla y, más allá, la puerta del despacho, al otro lado se situaba la silla en que yo permanecía sentada. Realmente, a pesar de que aquella era una sala amplia, no estaba excesivamente amueblada. Mi vista se perdió entre los tomos de las estanterías, intentando encontrar entre ellos la respuesta a tantas dudas hasta que el sonido de la puerta al abrirse captó mi atención.

Entonces mis ojos enfocaron a la figura que cruzaba el umbral con energía, para lanzar una capa que pude reconocer como típica de Rac Álainn al ropero que más cerca pudo encontrar. Había una sonrisa radiante en el rostro del emperador, que se presentaba ante mí mientras pronunciaba unas palabras que irremediablemente me hicieron reír con más alegría de la que había recorrido mi cuerpo en tantos días de trabajo sin descanso. No pude hacer más que corresponder a su gesto con otra sonrisa, queriendo en parte evitar que notara la preocupación que anteriormente había sentido. Ante la información que me ofrecía al decir que no olvidaba los pantalones, miré mis propios ropajes y descubrí que yo llevaba puesto un vestido de un tono semejante al de mi cabello, un poco más pálido y oscuro. La capa que me pertenecía como Hokage permanecía en el mismo ropero al que Viral había lanzado la suya propia. El cuello del vestido era cuadrado y su final se situaba pocos centímetros por encima de mis rodillas, permitiéndome suficiente movilidad como podría llegar a necesitar. Unos tirantes lo sujetaban a mis hombros para que no se desprendiera de mi cuerpo y unas botas blancas cubrían mis piernas hasta mis muslos.

- Parece que soy yo la que ha olvidado hoy los pantalones.

Dirigí de nuevo la mirada hacia el emperador mientras la risa recorría en un destello el azul de mis ojos. Me puse en pie entonces, puesto que se me hacía incómodo permanecer sentada ante su presencia mientras él se mantenía erguido sobre sus dos piernas. Caminé a lo largo de la habitación hasta llegar al ropero y coloqué bien la capa que él había lanzado mientras pensaba en los posibles motivos que podrían haber causado su llegada, aunque bien podía estar de paso para comprobar que todo marchara como era debido.

- ¿Qué te trae por la villa?

Las palabras salieron prácticamente sin que yo me diera cuenta de entre mis labios y al momento comencé a preguntarme si hacía bien tuteándole. Me pregunté con qué trato debía dirigirme a él, puesto que era el emperador pero bromeaba al dirigirse a mí como si fuera una amiga. No sabía si considerarle como una amistad era lo correcto, o si debía verle simplemente como mi superior, aunque por esas fechas más me habría gustado la primera opción. Odiaba la sensación de soledad que tantas veces me había alcanzado en las últimas fechas, sentirme acompañada por personas a quienes estimara era algo que yo consideraba importante, tal vez por la falta de aprecio que había sufrido en mi infancia. Pero ciertamente aquello no era lo que importaba en ese momento, me interesaba saber el motivo por el que Viral permanecía entre aquellas paredes, si había algún problema, aunque una sonrisa en su rostro escondiera lo que pudiera haber relacionado con malas noticias. No tenía problema alguno en recibir sus visitas, al fin y al cabo él tenía un mayor cargo en aquellos lugares pertenecientes al Imperio de Kiri y aunque su presencia me hubiera incomodado no habría podido impedirle recorrer las calles de Konoha, villa de la cual él se había encargado antes que yo.
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