Perdida en la montaña

Una joven caminaba ya hacía varios días sin rumbo por los parajes de las muy afueras de Kirigakure, cuando pudo darse cuenta, se encontraba en medio de unas montañas, perdida, apenas sabía donde se encontraba ni a donde caminaba, pero seguía, con paso tímido pero sin pausa, a veces tropezando con un largo y blanco kimono, de una antigüedad incalculable, quizás de hacía varios siglos, ropas que ahora eran extrañas, la muchacha, las vestía sin preocupaciones, cansada y sin aliento paró, tras varias horas de caminata a descansar bajo la sombra de un pequeño, pero suficientemente alto árbol que se encontraba junto a muchos otros, no tantos como para un bosque, ya que estaban repartidos por varias zonas y entre uno y uno un trocito de verde y fina hierva natural, de aroma suave y relajante.

Esta se sentó bajo las hojas del árbol, que se mecían al compás de una suave brisa que agitaba los demás árboles también, apoyó su espalda en el áspero tronco del árbol, y cerró los ojos dejando que los mechones largos de su pelo blanquecino acariciaran sus pálidas y delicadas mejillas, cual flor en plena primavera. La joven estiró los brazos y encogió las piernas, lo que, tras tanto andar, le causó un gran placer, que la hizo ruborizarse a la vez que esbozar una tierna e involuntaria sonrisa.

Tras varios minutos de mirar a su al rededor, y estar segura de que no había nadie, y confiarse de que sería posible que nadie pasara por un lugar tan desamparado, comenzó a cerrar los ojos poco a poco, unos ojos azules y cristalinos como el mar en calma en verano, que brillaban con fulgor gracias a los rayos de sol que impactaban en sus grandes y emotivos ojos, esto ocurrió, hasta que quedó profundamente dormida debido a un gran cansancio, delicada bajo un árbol, de este mismo, cayó una pequeña hoja, que fue a parar sobre la graciosa nariz de la pequeña, incluso dormida, funció el ceño, y enseguida , su pituitaria se adaptó al fuerte olor de la hoja.

Llevaba varios días siguiéndola, no pasaban de dos, pero la persecución había encendido su instinto como hacía tiempo que no le pasaba. Se dejaba guiar por su entrenamiento ninja, cazando a la pequeña, quien, si no se equivocaba, sería una parte fundamental de sus planes pero no debía dejar que nadie la encontrara antes o todo se iría a un lugar poco agradable. La recuperación sería dolorosa para los secuestradores y para mi mismo. Finalmente acabé por toparme con ella, dormida, como una pequeña criatura del bosque. Aproveché el momento para posar mi mano sobre su frente y mandar una orden mental. Ambos desaparecimos de la espesura, para reaparecer en un lugar muy alejado, en pleno País del Sonido.

Había empezado.

Que ha pasado...: