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Mensaje por Agito Hoshigaki Sáb Jun 30, 2012 5:29 am

La preocupación puede llegar a límites muy elevados, tales que puede empujar a alguien a cometer actos atroces, la preocupación puede darse por muchos motivos, todos muy dispares, pero lo que es seguro es que si la preocupación es demasiada siempre lleva a cometer cosas, de las que luego uno puede arrepentirse. Hay situaciones en que la preocupación es tan grande que puede llegar a transformarse en miedo u obsesión, como Kenko, la preocupación de que le echasen de Iwagakure fue tal que llegó a convertirse en miedo y ello le empujó a asesinar a su antecesor en el cargo de Tsuchikage, Taiyo Horiki, tal fue su preocupación por suspender el examen de chunnin que cuando se le complicó perdió los estribos, junto con ellos la cordura y con eso cortó un brazo al cadáver de Taiyo para recomponerse. Ahora vive arrepentido en parte por sus acciones, por todo eso que aunque parezca que no, le ha complicado la vida, no porque viva más ocupado, sino por su conflicto interior.

Hoy en día el Tsuchikage sigue preocupándose demasiado, y como siempre eso le empuja a cometer actos moralmente mal vistos. Esta vez su preocupación era que los gennins de su villa perdieran alguna extremidad en el examen de chunnin como el perdió en su día, no quería que pasaran por el mismo sufrimiento que él ya paso hace tanto tiempo, sintiéndose inútil por faltarle un brazo, pero la única manera que Kenko conocía para que sus ninjas volvieran a tener sus miembros era mediante un antiguo jutsu del su propio clan, el clan Jiongu, pero para ello necesitarían un miembro que sustituyera al perdido o el suyo propio cercenado, pero aún así Kenko todavía no conocía el jutsu, por lo que tendría que entrenarlo, por eso hoy estaba en la sala de entrenamiento especial, pero no podría entrenarla sin dos sujetos, ese fue el acto decadente que tuvo que hacer para poder realizar la técnica por primera vez, tuvo que robar dos cadáveres del cementerio de Iwagakure, Kenko sabía que estaba mal, pero poco le importaba con tal de que los ninjas a su cargo estuvieran bien.

Cuando entró en la sala cerró la puerta con llave desde dentro, para que nadie pudiera entrar ni molestarle, pues necesitaría mucha concentración, después fue hacia el centro de la sala y una vez allí abrió el ataúd de su espalda cayendo de su interior dos cadáveres frescos, se notaba que habían sido enterrados hace bien poco, pues apenas estaban descompuestos. Tras sacarlos el Jiongu les cortó a cada uno un brazo con un kunai, los cadáveres no sangraban, pues sus corazones no latían y su sangre ya estaba coagulada, era una escena terrorífica, pensar que el Tsuchikage, no, que Kenko podía hacer algo así resultaba espeluznante, un muchacho que aparenta tranquilidad, emana paz e irradiaba justicia y bondad, parecía algo impensable, pero lo estaba haciendo.

Tras cortar los brazos a los difuntos se sentó entre ambos cuerpos, cogió el de la derecha junto con su brazo cortado, después cerró su ojo mientras se concentraba, el silencio, se veía molestado por el sonido de las gotas de agua que chocaban contra la ventana de la sala, había comenzado a llover de una forma espectacular, una gran tormenta, pero Kenko no debía darle importancia, pues tenía que concentrarse. Tras unos minutos de concentración, al rededor de su cuerpo comenzó a brotar un aura de chakra morado con retoques dorados que se volvían fugaces para después desaparecer y volver a brotar, entonces unos hilos salieron de las suturas que formaban sus cicatrices, atravesaron las vendas que arropaban sus brazos y se aproximaron hacia el cadáver y su miembro cortado, todo era muy complicado y muy costoso, Kenko sudaba, se le veía cansado, al borde del sofoco, pero él lo veía necesario, por su villa, por los suyos, los hilos comenzaron a penetrar en la parte de la herida, tanto del cuerpo como del brazo, entonces los hilos se juntaron, arrastrando el brazo al cuerpo y cosiéndolo, mientras suturaba aquella herida, el Jiongu pensaba si empezaba a parecerse a su antecesor enfermizo, pues había conseguido los corazones de una forma deshonesta, había asesinado a su kage por no ser descubierto, consiguiendo su cargo, y ahora había profanado dos tumbas solo para poder realizar un jutsu, comenzaba a parecerse peligrosamente a él y eso le asustaba, no quería ser odiado por los suyos en Iwagakure como le odiaban los habitantes de la villa oculta de la cascada, no quería tener que alejarse de los que le habían aceptado, el pánico le inundó, por ello cogió al segundo cuerpo y le cosió el brazo como al otro lo más rápido que pudo, aquellos hilos estaban insuflados del chakra de Kenko así coserían todos los tendones y unirían lar arterias y venas del cuerpo, restaurando así el brazo y, a su vez, permitiendo al cuerpo mover el miembro, un implante exitoso, además el chakra sincronizaba la sangre a la del nuevo dueño, tras todo ello Kenko recogió los cadáveres y los metió en su ataúd, se ve que recapacitó y quería devolverlos a sus tumbas para que pudieran descansar en paz.

Tras recoger a los cadáveres y limpiar la sala especial quitó la llave y salió sigiloso, era de noche, había estado tan enfrascado en aprender su técnica que no se dio cuenta de que anochecía, pero la tormenta no se fue con el día, aún seguía lloviendo como si fuera el diluvio universal. En el edificio ya no había nadie, salvo los ninjas de guardia que hubiese, Kenko no quería ser descubierto, por eso volvió a entrar a la sala, abrió la ventana y mirando al suelo pensó durante unos momentos si era buena idea todo esto y no decir nada a nadie, pero esos pensamientos fueron fugaces pues llegó a la conclusión de que nadie debía saberlo, entonces saltó por la ventana intentándose pegar a las paredes para ir por ellas, pero la pared estaba demasiado mojada, tuvo mala suerte, pues resvaló por el agua y cayó precipitándose al suelo ras cuatro plantas de caida, menos mal que pensó rápido y sacó los hilos de sus brazos y piernas para poder agarrarse a una barandilla y balancearse hasta el suelo, las calles estaban embarradas, y eso le hizo resbalar y caer al suelo, llenándose la ropa de barro. Los nervios, la lluvia, el cansancio por haber realizado la técnica y la caída hacían que Kenko estuviera exhausto, pero se levantó como pudo y siguió huyendo hasta el cementerio. Parecía que nadie le había visto, o almeno eso esperaba él.

El Tsuchikage recorrió varias calles con el mayor sigilo que pudo, menos mal que gracias a la lluvia no había gente en la calle, o casi nadie, pues mientras corría se encontró con el anciano jounnin que examinaba e a los aspirantes a guennin y que examinó a Kenko hace mucho tiempo, este le paró con una sonrisa y se alarmó por ver el estado de su líder.

-Pero señor Tsuchikage ¿qué le ha ocurrido?- preguntó asustado y preocupado
Aunque su subordinado estuviera preocupado Kenko no paró, siguió corriendo como alma que lleva el diablo hasta el cementerio.

Pasaban las horas y la lluvia no cesaba Kenko seguía corriendo, pues el cementerio estaba a las afueras y aún quedaba mucho camino, estaba empapado, pero no le importaba, estaba cansado, pero no dejaba de correr, estaba arrepentido y no iba a parar hasta que devolviese los cuerpos a sus tumbas. La vista se le comenzaba a nublar y sus piernas comenzaban a pesarle, pero sus remordimientos pesaban más aún y era un peso que no quería tener, su ataúd pesaba mucho a sus espaldas, pero aguantaría el peso hasta el cementerio.

Tras unas horas corriendo terminó llegando al cementerio, había dejado de llover, un alivio para Kenko, ahora tenía que enterrar los cuerpos en sus tumbas. Fue caminando hasta las tumbas abiertas de los cadáveres, tras llegar abrió el ataúd pero esta vez sujetando los cuerpos, ya habían sufrido bastante y n quería que sufrieran más aún, después los cogió cuidadosamente con los hilos y los depositó a cada uno en su ataúd, ya solo faltaba volver a enterrarlos, coger una pala y comenzar a llenar los agujeros hubiera sido muy lento, en vez de eso Kenko realizó un sello con ambas manos y colocó ambas manos en el suelo después, entonces la tierra comenzó a tragarse los ataúdes hasta llegar a una profundidad de dos metros y medio, quedando estos sepultados. Así acabó todo, comenzó a amanecer en Iwagakure, parece ser que hoy iba a ser un buen día para los habitantes de iwa, Kenko había conseguido librarse de esos remordimientos que atacaban su conciencia, y por lo visto nadie se había dado cuenta. Estaba destrozado, apenas podía con su alma, y mucho menos con su cuerpo, pero debía volver a la villa, a su casa para dormir y olvidarse de todo lo sucedido la noche anterior, hoy se tomaría un día libre del trabajo, pero antes de salir de allí vio a una mujer delante de una de las tumbas, al parecer uno de los difuntos era un hombre casado que murió luchando por Iwagakure y aquella mujer su antigua esposa, que venía cada día a dejarle flores en la tumba, eso le hizo pensar a Kenko que no debía volver a hacerlo, que no tenía ningún derecho, que ya bastante tuvo que sufrir en vida aquel hombre, o cualquiera de allí, como para no dejarle descansar en paz durante el resto de sus días.

Tras contemplar aquella escena el Jiongu comenzó su partida hacia casa, iba ladeándose, exhausto, sucio y al borde de la inconsciencia, apenas veía, estaba tan cansado que su ojo ya fallaba, los brazos le colgaban, ya le suponían un lastre más que una parte del cuerpo, arrastraba los pies, ya que sus piernas le pesaban como si fueran dos enormes rocas. Menuda imagen estaba dando a los ciudadanos de su villa, pero era lo que había, pero para que se alarmase la menor cantidad de gente posible intentó ir por las calles menos transitadas y por las sombras, así le verían lo menos posible.

Una vez más, Kenko sufrió los estragos del exceso de preocupación, pero no podía evitar preocuparse por los de su villa, a fin de cuentas, era su trabajo, pero ese comportamiento era inexcusable, y ya fue castigado por sí mismo, aunque el demonio que llevaba dentro no opinaba lo mismo, pensaba que el fin justificaba los medios y que no había hecho mal alguno, total los sujetos ya estaban muertos y poco importaba, realmente Kenko siempre llevaba una batalla interior con el demonio, una batalla que no cesaría hasta el día de su muerte.

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