Entrenamiento de CCK

Entrenamiento:

Me parecía ya una rutina el hecho de que cuando pasaban unos días de tranquilizad volvieran las pesadillas. De vez en cuando me despertaba enrollada entre las sábanas con las pupilas dilatadas a causa del pánico, pero eso Sonzu no lo sabía. Había cogido la costumbre de ir a las montañas cada vez que las pesadillas volvían a mi mente, allí podía calmarme y asimilar poco a poco los recuerdos. Aquel día no sería diferente, pues me había despertado en medio de la noche y, por más que lo intentara, no conseguía dormir de nuevo. Estuve un rato sentada en el borde de la cama intentando despejarme y durante ese tiempo mi vista recorrió la habitación de lado a lado para terminar posándose en la ventana. Esta, que aún permanecía abierta, permitía a la brisa nocturna entrar y jugar con las cortinas, haciéndolas bailar sin descanso.

El vaivén de la tela me despejó la mente, permitiéndome así abrir los ojos al completo y ver los objetos de la habitación con claridad. La luz de la luna se colaba en la casa, iluminando aquello que podría hacerme caer al levantarme. Gracias a ello, pude llegar a la ventana sin tropezar con nada y cerrarla para que el baile de las cortinas cesara. Me dirigí al armario y saqué una camiseta y un pantalón de color negro, que acompañé con unas sandalias del mismo tono. Después, me acerqué a la cómoda y cogí un lazo oscuro que até a mi muñeca, esperando no perderlo. Bajé a la cocina y, sin hacer ruido, cogí un trozo de pan para comer por el camino, evitando así pasar hambre hasta la mañana, momento en que desayunaría.

Me acerqué al salón y de ahí cogí papel y bolígrafo para hacer una nota, evitando así que mi amiga se preocupara si llegaba más tarde de lo esperado. Últimamente ella se levantaba bastante pronto, por lo que posiblemente saldría antes de mi llegada. Atravesé la casa hasta llegar a la cocina de nuevo y me apoyé en la mesa para escribir.

He salido a entrenar por la noche, no te preocupes si no me encuentras al despertar. Puede que vuelva más tarde del amanecer, no me esperes para desayunar a no ser que vayas a tomarte el día libre. Hay mermelada en el mueble por si quieres probarla, es de los últimos arándanos que recolectamos en verano, espero que te guste.

Dejé el folio en la mesa y me abrigué con la capa de la villa para no pasar frío durante el paseo. Una vez preparada, salí de la casa procurando hacer el mínimo ruido posible al cerrar la puerta y me encaminé, como las otras noches, hacia las montañas. Mis pies seguían el camino sin necesidad de que mis ojos lo buscaran, pero la luz que la luna ofrecía a la villa me ayudaba a esquivar los obstáculos que me habrían hecho caer si no los hubiera visto.

Llegué a la roca que había servido como punto de encuentro en los entrenamientos anteriores al examen y mis piernas me llevaron al lago en que otras noches había meditado. Tras quitarme las sandalias, comencé a caminar por el agua en dirección a la roca que, en medio del lago, me serviría de asiento. El agua rozaba mis piernas, calmando los músculos con su frescura. En pocos segundos llegué a la roca y me senté en ella con las piernas cruzadas, observando el bosque y escuchando el sonido del agua al caer.

Cerré los ojos y apoyé las manos en mis rodillas, relajando los hombros y la vista. Los sonidos que el lugar me ofrecía me ayudaban a calmarme lentamente, consiguiendo sacar los recuerdos de mi mente al menos durante el rato que permaneciera así. Desde mi posición podía escuchar a los grillos, apostados en las diversas plantas del bosque. Llegaba también a mis oídos el croar de las ranas que, desde los nenúfares y la superficie de las otras rocas, disfrutaban de la noche y de la luz que la luna les ofrecía.

Diversos animales salían de sus madrigueras bajo la oscuridad de la noche para alimentarse y conseguir sobrevivir ante las pruebas que la vida les ponía. Y ahí estaba yo que, queriendo seguir un buen camino ninja, aprovechaba las noches en que no conseguía dormir para entrenar en la montaña. Con ese propósito, comencé a dirigir mi chakra a las manos para luego llevarlo a los pies, en un vaivén sin fin.

La brisa nocturna removía mi cabello rosado y refrescaba mi rostro, dándome así la calma que durante muchas horas había buscado en casa sin poder encontrarla. La humedad del ambiente que la cascada producía mojaba mi ropa y se colaba entre los resquicios de esta para rozar mi piel, haciendo que perdiera la concentración.

Me cubrí mejor con la capa, intentando huir del frío que las noches otoñales traían consigo, siendo así más consciente de que el verano había quedado atrás. Mis oídos me permitían escuchar el leve sonido que las hojas hacían al desprenderse de las ramas y cortar el aire en su camino al suelo cuando cerré los ojos, buscando de nuevo la concentración que el frío me había arrebatado.

Me concentré de nuevo en los sonidos que llegaban a mis oídos y el chakra volvió a fluir de un lado a otro de mi cuerpo, controlado por mi mente. Los sentimientos llegaban a mí para después irse por donde habían venido, evitando como podían distraerme en mi entrenamiento nocturno. Sin embargo, había uno que tenía la intención de quedarse entre mis pensamientos, ofreciendo tranquilidad a mi cuerpo y a mi mente. La calma había llegado a mí varios minutos atrás, mientras los sonidos del bosque llegaban a mis oídos.

De nuevo la humedad comenzó a colarse entre mi ropa para llegar a mi piel, consiguiendo así que el frío se clavara en mi carne como un puñal. Abrí los ojos y contemplé cómo la luz del sol comenzaba a cubrir el cielo ante la inminente llegada del amanecer. Fue entonces cuando decidí volver a casa. Cogí las sandalias y crucé el lago para ponérmelas ya en la orilla y comenzar el camino de regreso a casa.

Revisado.