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Aguantando más la vida es mejor

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Mensaje por Shika Dom Jul 29, 2012 12:29 am

Información del entrenamiento:

Echaba en falta a Sonzu, echaba en falta su presencia y sus palabras, que tantas veces habían conseguido templar mis ánimos. Su espíritu luchador, que le llevaba a entrenar tantos días en las montañas, golpeando troncos cuando la rabia podía con ella. Una sonrisa asomaba a mi rostro cuando pensaba en su forma de descargar la rabia, en la que al menos no corría el riesgo de dañar a nadie que no fuera ella misma. Pensé en que yo era bastante peligrosa si llegaba a mí ese sentimiento, que me hacía atacar a tantos muñecos de entrenamiento. Sin embargo, aquella era una nueva faceta que había descubierto pocos días atrás.

Tras el entrenamiento en que había destrozado los muñecos de entrenamientos, había vuelto a casa más calmada, con los ánimos templados y una nueva habilidad aprendida. Últimamente siempre entrenaba lo que podía, aprovechando cada rato libre para aprender algo nuevo que pudiera servirme en un futuro lejano… o muy cercano. Sabía que varios días después atravesaría las calles de la villa hasta llegar a las puertas de Iwagakure, en que posiblemente combatiría contra quien intentara pararme. Era consciente de que la mía era una campaña peligrosa, pero no tenía la más mínima intención de volver atrás, de rendirme ante el reto que me había puesto.

Fuera de los lazos que me unían a Iwa, tal vez podría encontrar a Sonzu, en una villa que ante mí era completamente desconocida. Aún así, intentaría llegar al país de la hoja, buscando algo que me ayudara a encontrar a mi amiga, por difícil que fuera entrar en la villa en que permanecía. Pero para poder conseguir mis propósitos tenía que entrenar duramente, como hacía en los últimos días. Tenía que aprender técnicas y habilidades prácticamente sin descanso entre un entrenamiento y otro, en un sinfín de intentos.

Con la intención de entrenar caminaba por las calles de Iwagakure, pasando frente a árboles, casas y tiendas, dejando a mis piernas guiarme entre muros hasta el lugar en que tendría que entrenar. Tenía la intención de aprender una habilidad nueva, una que me ayudaría a aguantar más en los combates, a tener más esperanzas de ganarlos.

Las hojas de los árboles caían lentamente sobre el suelo de la aldea, llevadas por la brisa que la mañana les ofrecía y formando un manto de tonos ocres que cubría las calles. Dirigí mi mirada hacia las ramas de los árboles, observando cómo el otoño quedaba atrás poco a poco, esperando la llegada del invierno, que traería la nieve y el frío. A finales de estación, había tenido que cubrirme con la capa de la villa para no resfriarme, al igual que unos pantalones largos cubrían mis piernas, evitando que lucieran como en verano.

Mis cabellos, con el mismo tono rosado de siempre, se revolvían juguetones entre las tenues corrientes de aire, cubriendo mi rostro y danzando sobre mis ropajes. Llegaban por debajo de mi cintura, ofreciendo a mi cuerpo un manto rosa que lo cubría cuando la falta de otras ropas se hacía evidente.

Mis ojos recorrían los muros que había a mi alrededor, fijándose cada poco tiempo en el azul añil que aquel día reinaba en el cielo, ofreciendo a los habitantes de Iwagakure un día despejado que cada cual aprovecharía a su forma. El sol había despertado tiempo antes, entre bostezos, promesas y secretos que cada familia guardaba entre las paredes de su casa. Pensé en que yo misma tenía diversos secretos que solo Sonzu tendría la oportunidad de saber en ese momento.

Entre ellos estaba mi decisión de salir de la villa, que tan presente se hacía en los últimos días, animándome a entrenar duramente, tanto por la noche como por el día. Echaba de menos las muffins que Sonzu hacía y que tantas mañanas habían formado un delicioso desayuno para mí. Yo seguía teniendo mermelada en la despensa, pero se estaba terminando y ya no tenía tiempo de hacer más antes de partir, pues mi prioridad era mejorar en el arte de la lucha.

Los diversos shinobis que habitaban la villa oculta de la roca pasaban a mi alrededor, concentrados en las respectivas tareas que el día traía consigo para ellos. Apenas hacían caso a mi figura, que vagaba libremente por las calles de la aldea, buscando un edificio en el que entrenar. Pensé que nadie podría descubrir el secreto que mis planes para los siguientes días guardaban, que nadie intentaría convencerme para quedarme allí, en la villa que me había ofrecido un hogar en los últimos años.

En cierto modo me entristecía dejar Iwagakure, pero sabía que sería lo mejor para mí, pues podría ser libre, hacer lo que quisiera y no depender de las mentiras que un kage guardara ante mí. Aunque no terminaba de imaginar lo que me esperaría cruzadas las puertas de la villa que, ante todo, me ofrecía protección. Sabía que cuando saliera no dispondría de la protección de nadie, que tendría que valerme por mí misma y no depender de ninguna persona, poder combatir con quien fuera y evitar conflictos en los que perdería desde un primer momento, contra ninjas más poderosos que yo.

Sin embargo, aún sabiendo todos los inconvenientes que suponía salir de la villa, mi decisión era permanente, no salía de mi mente de ninguna forma. Sabía que algún día buscaría a Sonzu, con la ciega esperanza de encontrarla, esquivando todos los obstáculos que aparecieran en mi camino. Era consciente también de que Yami siempre me acompañaría en mi campaña, de que sería fiel a mi opinión y que me protegería. Al fin y al cabo no estaría tan sola como en un principio había pensado. El pequeño Yami me acompañaría allá a donde fuera sin oponer resistencia, protegiéndome de todo aquello que no le gustara, aunque requiriendo mi ayuda para gran parte de las batallas.

El pequeño aún tenía mucho que aprender antes de considerarse innato en el arte de la lucha, aunque sus habilidades mejoraban lentamente. Algún día podría acompañarme a los combates, luchar junto a mí y vencer a gran parte de nuestros oponentes prácticamente sin ayuda, aunque siempre la tendría. Yo intentaría enseñarle a no meterse en el combate si yo no requería su ayuda, pues el pequeño en muchas ocasiones no sabía cuando parar. Podía descuartizar a su oponente en poco tiempo y aún seguiría jugando con sus miembros, pues para él combatir era prácticamente como jugar.

A veces me daban escalofríos pensando en todos los aspectos de Yami que había heredado del monstruo que fue su padre. La bestia del examen que me permitió ascender a Jounnin, aunque realmente tendría que haber quedado en Chunnin. No había comprendido enteramente la decisión de los examinadores, pero no me atreví a cuestionarla, sabiendo que eran ellos quien tenían que tomarla, hablarla y llevarla a cabo. Si me veían dotada para ser del rango que habían dicho yo no lo negaría, intentaría demostrar ante todos, incluida yo misma, que valía para ello.

Un sonido muy conocido para mí llegó a mis oídos, sacándome de mi ensimismamiento. Cuando me giré para ver la situación que me había distraído, encontré a Yami detrás de mí, con la intención de acompañarme al entrenamiento. Me reí ante la escena, pues el bichejo daba vueltas por el suelo con sus azules ojos fijos en mí. Me miraba con cara de cordero degollado, intentando conseguir el sí que un rato antes había guardado para mí, pero sin conseguirlo. Una sonrisa cubría mi rostro, pues enfadarme con el pequeño bichejo que me acompañaba siempre a todas partes era demasiado complicado para mí, pero una negación salió de mis labios.

Me quedé un momento viendo cómo Yami giraba sobre sus pasos y reemprendía el camino hacia casa, resignado. Siempre quería acompañarme, consciente de que en cualquier momento yo podría sufrir un ataque, pero no podía hacerlo por la villa. Me habría encantado que el pequeño me acompañara al entrenamiento, pero era totalmente consciente de que no cabía por la puerta del edificio del Tsuchikage.

Cuando Yami desapareció tras la esquina de la casa, me giré y continué en dirección a la sala especial de entrenamientos. Por la calle me cruzaba a diversos habitantes de Iwagakure que me saludaban, en algunas ocasiones entreteniéndose a hablar conmigo. Yo llevaba prisa, por lo que les explicaba que debía entrenar y terminaba pronto la conversación, ansiosa por continuar mi camino. Para eso Yami era bastante bueno, pues siempre que iba con él las personas normales de la villa temían acercarse a mí por puro pavor. El pequeño que había regresado conmigo del examen imponía bastante a las gentes de la villa oculta de la roca, ofreciéndome la tranquilidad que muchas veces su falta me negaba.

Sin Yami tras mi espalda ni vecinos que me parasen, seguí caminando a través de las calles de la villa con la simple idea de entrenar metida en la mente. El edificio del Tsuchikage no estaba muy lejos de mi casa, pero tampoco estaba demasiado cerca, por lo que llegar a él me quitaba treinta minutos de un preciado tiempo que no debía perder en los últimos días. En poco tiempo tendría que salir de la villa y quería estar preparada llegado el momento, cosa que solo conseguiría entrenando sin descanso, como hacía en los últimos días.

Llegué al edificio del Tsuchikage en poco tiempo, pues cada minuto era demasiado valioso como para desaprovecharlo. Tenía poco tiempo hasta llegado el momento en que dejaría atrás Iwagakure, por lo que tenía que entrenarme sin cesar en cada momento libre que encontraba a lo largo del día. Entré en el edificio y crucé la entrada para después avanzar por el pasillo en que estaban las salas especiales de entrenamiento. En un principio estaban todas llenas, pero pude ver cómo un gennin salía de una sala, dejándola libre, y entré para poder entrenar con tranquilidad.

Una vez dentro de la sala comencé a pensar en la habilidad que quería aprender. Era difícil, por lo que tuve que esforzarme en encontrar una forma de comenzar a entrenar la habilidad pendiente. Llegué a la conclusión de que debía dañarme para poder aumentar mi aguante en un combate, siendo así capaz de durar un poco más tras los ataques. Pensé en las técnicas que utilizaría para poder dañarme a mí misma y comencé a hacer sellos.

Pude ver cómo una esfera de cristal me rodeó para después estallar, clavándose un montón de cristales en mi cuerpo. Cerré los ojos con fuerza y contuve una mueca de dolor cuando ya llevaba varias veces realizada la misma técnica y entonces decidí cambiar a otra diferente. Así, en un ciclo sin fin en que me dañaba a mí misma, pude ver cómo mi cuerpo resistía un poco más que las veces anteriores antes de caer inconsciente por tercera vez en el día.
Shika
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Mensaje por Blank Lun Jul 30, 2012 12:08 am

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