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Vuelta a lo que un día fue mi hogar

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Mensaje por Sonzu~ Mar Sep 25, 2012 3:12 am

Un viaje a Iwagakure me había mantenido ocupada, Viral fue quien me propuso hacer una visita, aunque los recuerdos estaban algo oscuros y borrosos, no entendía del todo bien lo que ocurría. Nos era fácil llegar a la villa donde me había criado la mayor parte del tiempo, allí pasé los años más duros de mi entrenamiento ninja y esenciales respecto a la persona que llegaría a ser. No entendía los motivos de la partida tan repentina, ¿era acaso que ya se había acabado mi estancia en Konoha? Otra vez volvía a sentir que se escapaban los sucesos de mis manos y que me encontraba donde yo no quería, sino que era obligada, o en el caso de querer nadie me había preguntado siquiera. Aún así no era algo que verdaderamente me molestara pues como shinobi que era tenía mis superiores a los que debía obedecer, entre las cosas que necesitaba hacer se encontraba servir a mi villa. Claro que con tantos cambios ya ni sabía de dónde era. Algunas veces pensaba que pertenecía a Konoha, pero cuanto más me ponía a pensarlo mayor cuenta me daba de que la villa de la roca sería siempre el lugar al que pertenecía. O no. A veces no tenía nada claro. El sitio donde quería estar era cerca a las personas que resultaban importantes para mí, indiferentemente de su localización. Así que como iba con Viral, me sentía segura, una seguridad algo tonta. La misma que me acompañaba el día que me encontré de repente en un sitio que no había elegido después de un fogoso beso y un viaje en el tiempo. Resultaba increíble como habían cambiado las cosas desde entonces. No solo había crecido respecto a mi edad, sino que también me sentía más madura mentalmente, y los continuos entrenamientos y misiones me habían marcado a la hora de presentar mayor resistencia en batalla. Aún así mis músculos seguían sin ser curtidos, claro que las razones eran algo confusas para mí, pero tampoco eran cosas que me quitaran el sueño. Prefería pillar desprevenido al enemigo respecto a mi fuerza a que se escondiera de mí esperando un brutal ataque. No sería la primera ocasión en la que me abriría paso a puñetazos, como en el combate contra 4 gennins y Shika, donde dos de los ninjas cayeron inconscientes después de un puñetazo, y las otras dos chicas fueron a parar a la trampa de Shika gracias a la fuerza de mis golpes. Hacíamos buen equipo juntas y me gustaba poder disponer de la calidez de los brazos de una amiga, de una confidente con la que compartir alegrías y dividir tristezas. Tampoco éramos unas chicas normales, de esas que van de compras los fines de semana y se prueban vestiditos, pues mayormente entrenábamos y en cualquier caso nos enseñábamos alguna habilidad o jutsu, o simplemente nos defendíamos en alguna batalla en la que solo podíamos confiar entre nosotras. Por eso me chocó tanto su reacción, cuando en el claro, me preguntó si desconfiaba de ella. No entendía lo que se llegaba a pasar por su mente para creer eso, pero tenía muy clara mi respuesta, y era un “no” se mirase por donde se mirase. Claro que, si la respuesta hubiera sido al revés, y yo se la hubiera formulado a ella, quizás la respuesta habría sido distinta. No me extrañaba, había veces en las que yo misma dudaba de mí. A veces perdía el control y no sabía cómo pararme, y el mismo día que ocurrió todo aquello Son Goku jugó con mi cabeza como quiso dejándome claro que tenía más poder sobre mí del que yo pensaba, y que las promesas para él eran muy importantes, no me convenía incumplirlas.
Por entonces estaba contenta de tener la oportunidad de ver a mi villa de nuevo, desconociendo las razones que me llevaban allí. Esperé a Viral en la sala principal de la mansión, donde estaba uno de los sillones en los que tantas noches había dormido esperando su llegada. Me encontraba sentada en él con una sonrisa, moviendo las piernas con cierto nerviosismo, lo que me caracterizaba cuando estaba impaciente o contenta. No había podido lavarme los dientes en el baño, estando quieta frente al espejo, sino que estuve dando vueltas por todo su tamaño hasta terminar.
Cuando vino me agarré a su brazo como la primera vez… Lo que no sabía es que las cosas ocurrirían de manera muy distinta. Al llegar a Iwagakure no pude ver a la gente saludando, al Tsuchikage con su radiante sonrisa como la primera vez, nada era como esperaba…
Polvo y destrucción. Gritos de pánico. Cenizas negras. Piedras convertidas en tierra. Gente corriendo de sus hogares. Desolación, temor, angustia… Dolor.
Entre aquel panorama, resonó un llanto, mi lamento. La última vez que eché la vista atrás antes de partir me esperaba ver al volver sonrisas, preguntas sobre dónde había ido y cómo había estado todo este tiempo, me preocupé por si Shika estaría bien y se preocuparía por mí, pensé en lo emocionante de esa aventura y lo bien que me sentiría al volver. Nada de eso llegó.
Una figura estaba presente, acompañada de otra a la que parecía haberse tenido que enfrentar Kenko-sama, quien venía con nosotros. Viral nos sacó de allí antes de que pudiera pasar algo más, pero mi corazón seguía encogiéndose ante ese hombre que llevaba el mal pintado en los ojos.

Jadeando y sudorosa me desperté de mi sueño. No pude evitar un grito angustiado, cogí la almohada y enterré el rostro en ella. Me repetí mil de veces que solo había sido una pesadilla, la misma que me estaba atormentando desde hacía tantas noches, y deseé con todas mis fuerzas que la casa estuviera vacía para que nadie hubiera contemplado aquella actuación tan estúpida y patética. Solo un fruto de mi mente… Nada real… Sin embargo, se me encogía el corazón como si hubiera ocurrido de verdad, como si aquello acabara de pasar. Me costaba pegar ojo, y ya se notaban en mi rostro los estragos de ello. Unas pronunciadas ojeras estaban presentes, tenía la mirada cansada, sin controlarlo me temblaban las manos y piernas, que combinado con algunos mareos acababan siendo fatales para mí.
Salí de mi habitación al pasillo, había tenido sueños cortos, me despertaba y me volvía dormir, me revolvía por la cama y no encontraba forma de descansar bien. Lo máximo que conseguí hacer seguido fue esa pesadilla, y no es que me dejara demasiado tranquila o mejorada. De hecho, cuando llegué al baño y me miré al espejo, me encontré con que estaba más pálida que de costumbre. Si eso lo combinabas con mis ojos blancos y los ojos síntomas de la privación de mi descanso, parecía un muerto viviente. Dejé que el agua de la bañera corriese con el tapón puesto, y a la vez que se iba llenando fui agregando unas sales aromáticas y relajantes, así tal vez descargaría la tensión de mis músculos y mejorara un poco. Cuando esta estuvo lo suficientemente llena, me desvestí del camisón y mi ropa interior, dejándolo a un lado, y me introduje en la bañera. El agua caliente me sentaba realmente bien, más cuando la escarcha quería helar mi corazón. Más tranquila cerré los ojos y fui dejando que me sumergiera en el cálido agua, tan diferente a los fríos mares de Kirigakure. Me iba resbalando por la superficie de porcelana, y cabía en mi totalidad tumbada, en verdad los baños de la Mansión eran muy grandes. Todos los espacios lo eran, aunque yo había elegido una habitación algo más pequeña pues no estaba del todo acostumbrada, claro que seguía siendo bastante grande. Tampoco me disgustaba, ya que tenía suficiente espacio para hacer lo que quisiera y no tenía que estar pendiente sobre donde guardar mis pertenencias ya que había espacio de sobra. No había demasiadas cosas mías, una cajita de recuerdos, los que eran mis tesoros y guardaba con especial cariño. También un juego de té que ya se pasaba la mayor parte del tiempo en la cocina, donde le servía una taza también a Viral. Solía probar el de canela y vainilla porque me relajaba mucho, pero para variar iba experimentando recetas nuevas y así no era siempre lo mismo.
Cuando el agua me cubrió completamente, hasta el punto de estar aguantando la respiración mientras algunas burbujitas salían por los orificios de mi nariz, la relajación se vio frustrada. Con los ojos cerrados pude ver la figura de mis pesadillas, estaba tan cerca que se encontraba justo delante de mí, y abrí la boca y los ojos para gritar, a la vez que tragaba agua sacaba la cabeza sin parar de toser. No en esos momentos conseguía sacármelo de la cabeza, no entendía la razón de por qué le daba tantas vueltas, no me hacía ningún bien.
Menos aún entendía las reacciones de la gente, ¿por qué ellos me miraban con seriedad? ¿Por qué no me decían que era tonta por soñar tales cosas? ¿Qué estaba pasando?
Por un momento pensé que quizás no había sido solo un sueño, y salí precipitadamente de la bañera, desbordando un poco del agua de esta. Cogí una de las toallas que estaban en el reposadero y salí con ella puesta corriendo por la mansión. Fui a la habitación de Viral y Shika, grité sus nombres les llamé, pero no había nadie. Estaba sola.

Me di cuenta de que una vez más aquello no era algo a lo que me pudieran contestar, sino que debía partir para contestar a las preguntas que se formulaban en mi interior, y debía ser ya, pues sabía que el examen de ascenso a Chunnin estaba cerca y sentía que tendría que estar en Konoha por esa fecha. Sin esperar ni un momento más, notando que era una decisión algo precipitada, me deshice de la toalla para dejarla bien puesta en el baño, allí se secaría. Fui a mi habitación y comencé a vestirme. Después de ponerme la ropa interior, vinieron unos pantalones largos negros, y una camiseta de hombro caído rosa con los bordes de las mangas decorados con unos suaves trazos de un tono más claro. Al cuello me puse la bandana de la villa de la hoja, mientras que sobre mis hombros estaba la capa de Iwagakure. Aunque era algo extraño, me daba igual como me miraba la gente o lo que pudieran pensar. Me gustaba pertenecer tanto a Konoha como a Iwagakure, y aquella era mi forma de demostrar que pertenecía a ambos lugares. Preparé una mochila con comida y bebida para el viaje, mis armas de combate (que consistían en Barafematsu, los shurikens, kunai, la poción de chakra y ambas bobinas de hilo ninja); también metí una libreta, la usada en las Montañas para escribir la historia del haga protectora de los bosques, María; mi caja de música con la canción del Cascanueces, y después de dar un repaso, estaba todo lo que consideraba imprescindible.
Apresurada salí corriendo, con el Sol alumbrándome el camino, sin dar explicaciones a nadie sobre dónde había ido o cuándo vendría, no tenía tiempo para eso, tenía que darme prisa, aunque las respuestas de mi corazón fueran a continuar allí hasta que las resolviera mi mente sufría sin ellas y me costaba mantenerme al máximo de mis capacidades, debía estar avispada sino quería que me aguardaran sorpresas indeseadas. Me dirigí a las puertas de Konoha, donde sí di explicaciones a los anbus, así en el caso de que Viral se preocupara por mi localización ellos podrían decirle que me había ido a Iwagakure. Volvería en unos días.
Igual que yo tantas veces le había prometido que le esperaría, esa vez yo me dirigí a uno de ellos, para que le diera un recado de mi parte. Simple pero directo, era lo único que necesitaba.

“Espérame”

Ese fue mi mensaje, la última palabra que pronuncié antes de salir corriendo por la puerta que ya había atravesado en varias ocasiones, hacia mi siguiente dirección, que me ayudaría para crear otro capítulo de la propia historia de mi vida. Y aunque fuera mía, yo no la dirigía, ni ponía los puntos a parte o final, la dejaba abierta para que entrara quien quisiera a escribir la próxima página, y así, poco a poco, se iba formando. Algunas cosas me gustaban y otras eran más desagradables, pero sabía con total certeza que eran necesarias.
Apreciaba la felicidad porque había conocido la tristeza; me gustaba un hogar porque conocí la soledad de no tenerlo; amaba a Viral porque provocaba sentimientos en mí que nunca antes había tenido, alumbrando mis tinieblas; quería a Shika porque había conseguido que me abriera con ella y era para mí como una hermana; disfrutaba del Sol al haber conocido el frío de la lluvia… Si solo me hubieran ocurrido cosas buenas en la vida no sería capaz de apreciarlas lo suficiente, así que daba gracias por lo que tenía y deseaba no perderlo nunca. En mis momentos más sentimentales hasta apreciaba una pizquita a Kinder, claro que eso duraba bien poco, después volvíamos a pelearnos como era habitual entre nosotras, así nos amargábamos la existencia otro ratito la una a la otra. Teníamos unos hobbies un tanto peculiares, así al menos se hacían algo más entretenidos los viajes, claro que tal como estaba pro entonces, lo último que necesitaba era a alguien que me estuviera dando la plasta. Debí de pensar eso demasiado alto, pues mi queridísima amiga no tardó mucho en comenzar a hablarme. Era un auténtico incordio.

¿Qué, cansada? ¿Y adónde vamos? ¿Por qué corres tanto? ¿Te ha dejado el pescadito ese? ¿O tú a él? Viéndote seguro que hay miles de señoritas mejores.

No sé si te das cuenta, pero tenemos el mismo cuerpo, y siempre estás presumiendo de lo buena que eres. Por lo que, si hay mejores que yo, también que tú. No lo olvides.

Eres tú la que no te enteras, estúpida. Tenemos el mismo cuerpo, pero yo lo sé lucir mil veces mejor. Solo tienes que recordar cuando fui desnuda, solo con la toalla, a su habitación.

¿Y a quién le dieron plantón, querida? Que solo te acuerdas de lo que te interesa.

Pues a ti, que a mí no me conoce de nada. Y no me extraña, si es que hay que estar loco para querer compartir cama contigo.

Cuando estaba a punto de contestarle por millonésima vez, ya más irritada por la cabezonería y la soberbia de Kinder, que juntado con mi falta de sueño no es que hicieran una gran combinación, sonó la voz de Son Goku, firme y cansado de nuestras estúpidas discusiones.

Callaros de una vez y centrémonos en el viaje, que no creo que sea tiempo para estar diciendo en qué momento dieron plantón a tal o a cual, o si tenéis mejor cuerpo que una u otra. Sois ninjas, y además mi recipiente, así que lo que os va a importar es derramar sangre porque de lo contrario conoceréis las consecuencias; y ser fuertes para realizar vuestro camino. Punto.

Por una vez, o quizás con esa llevábamos ya unas cuantas, agradecí la intervención del demonio. Gastar energías en cosas tan simples y absurdas no iba a mejorar nada, en todo caso nos retrasaría porque me suponía un cansancio mental del que después me podría costar recuperarme, y si dormía tan mal como otros días, difícilmente iba a llevar un viaje.
Si bien Konoha estaba rodeada de bosques, donde pude contemplar los cerezos en todo su esplendor, con los que encajaba perfectamente y me sentía algo más animada, a medida que fui avanzando aquello desaparecía. Primero fue un enorme bosque, con árboles más altos o bajos, y en algunas partes entre las raíces y demás plantas del suelo se hacía demasiado complicado ir por la tierra, así que subía a las copas y saltaba de uno en otro, haciendo así el recorrido más ameno, además de que me ayudaba a entrenarme un poco y no quedarme retrasada respecto a mis habilidades como ninja.
No paraba ni de noche ni de día, si eso pequeños descansos para reponer fuerzas y pegar alguna cabezada, aunque empezaban a notarse algunos estragos de mi falta de sueño. Sin embargo, no me paraba, seguía caminando firme en mi recorrido, así podía ver algunas de las cosas que antes me habían pasado desapercibidas. Bien sabido era, ya que la noticia se difundía sin cesar, que estaba habiendo estragos en distintas zonas. En Sunagakure había una gran tormenta de arena, la mayor que se había contemplado nunca, y no se sabía la causa de la catástrofe meteorológica. Ni de ella, ni de ninguna, pues por si fuera poco en Konoha amenazaban los incendios. De causa también desconocida, estos amenazaban por la noche con destruir todo a su paso, pero al nacimiento del amanecer, desaparecían como si fueran fruto de algún ente caprichosa que solo jugaba con el miedo que deseaba implantar en los corazones de los habitantes. Me habría gustado investigar las causas y poder aportar algo útil en esos sectores, pero actualmente parecía imposible. Tenía suficientes cosas que resolver y poco tiempo para hacerlas, así que al contrario de lo que una parte de mí pedía, huí del fuego. Esquivé los incendios y me moví por otros lugares, sigilosa, intentando no llamar la atención, aunque dudaba mucho que alguien se fijara en mí. No había coincidido ni con un solo alma en mi recorrido. Al subir a las más altas copas, podía ver lo que se movía con facilidad, recoger algunos frutos (las manzanas rojas eran mis favoritos entre los que se me podían presentar), y estar en contacto con el Sol, la Luna y las estrellas. Era increíble que por muchas cosas que cambiaran, otras permanecían como siempre, tentando el no irse jamás.
Los sentimientos que guardaba para aquellos que me importaban parecían eternos, y a pesar de que sabía que algunas estrellas se apagaban, otras volvían a brillar. Aprendía mucho del cielo, pues usaba esa mecánica en mi propia vida. No negaba la entrada a la gente, les permitía el paso y deseaba que su estancia fuera lo más confortable posible; si llegaban a querer salir, aunque me doliera, no se lo impediría, eran libres de hacer lo que desearan. Pero que no se quedaran en la puerta parados, porque entonces no dejarían que otros volvieran a entrar o salir, y cerrarían el paso.

No solo me movía por los altos árboles, también mis pies pisaban el suelo, y si no podía continuar era capaz de abrirme paso entre la frondosa vegetación usando mi fuerza. Así de paso me medía, nunca dejaba de hacerlo, y podía continuar sin grandes complicaciones mi recorrido. A medida que fue pasando el tiempo, que parecía ir a contrarreloj a cada paso que daba, el paisaje también varió. De estar lleno de árboles se volvía más árido, con más rocas, desapareciendo las plantas lenta pero sucesivamente. No recordaba cuántos días duró mi viaje, pero en caso de haber una fecha exacta con la que llegar, se había visto algo adelantada gracias a la velocidad que había tenido en todo momento. Por ello no comencé a llegar a la misma hora de mi partida, sino que el Sol se comenzaba a desperezar y alumbrarnos con sus rayos. De todos modos, por mucha claridad que hubiera habido, creo que nada, absolutamente nada, habría cambiado el paisaje.

Al llegar no encontré las puertas, o al menos lo que se podría haber distinguido como tal. Era igual que mi sueño. Polvo y destrucción. Estaba hecho añicos, de lo que había sido una villa ya no quedaba nada, las esperanzas de los habitantes sobre un futuro mejor, la prosperidad y los sentimientos buenos y prometedores que habían constituido los pilares principales, ¿dónde estaban? Se encontraban marchitos, hechos cenizas entre los trozos que quedaban, entre las ruinas…
Quizás fue mi mente, que me estaba jugando una mala pasada después de ese tiempo, acarreando las consecuencias de mis malos sueños, pero juraría que era de un color blanco y negro. Como si una capa de humo y cenizas se levantara, había nublado el lugar destrozando lo que fue y podría haber sido, no quedaba nada por lo que salvar ni por lo que luchar. Y sentí que una parte de mí se rompía con esa noticia, que conocía anteriormente, pero no había querido escuchar hasta ese momento, hasta que no había podido negarlo. Era cierto que mi presente estaba en otro sitio distinto, la villa de la hoja, de donde venía, aunque eso no significaba que no me doliera esa imagen. Al fin y al cabo, a mis 10 años fue la fe que me mantuvo con vida después de intentar alcanzar la muerte, donde entrené y conocí a las personas que me habían enriquecido y por las que luchaba día a día para conseguir ser fuerte, así podría ser fuerte y nada ni nadie nos dañaría.
Caminé hundiéndome en un cráter a escasos metros de la puerta, cuando salí de él pasé por los primeros escombros. Quizás, tal vez, era posible que todavía fuera un mal sueño… Que nada de eso fuera real… Que me estaba engañando… Una mala pasada de Son Goku por no haber encontrado nadie con quién pelear en el camino… O uno de los trastornos de Kinder por discutir con ella… Esperando aquello, busqué el trozo de muro más grande que había, y puse toda mi fuerza en los puños, golpeándolo una y otra vez. Sin parar se hicieron cada momento más consecutivas, y cuando arañaron mi piel los escombros, también se unieron patadas. Como era de esperar debido a los entrenamientos de fuerza, no tardó en hacerse añicos, aún más pequeños que los principales. Esos también los fui rompiendo, sin hacer caso al daño sufrido de mis manos. Estaba claro que el dolor era demasiado real para que fuera una pesadilla, o un mal suelo, cualquier tipo de delirio o una mala pasada; pero eso no me hacía parar. Al contrario golpeaba con más dureza, y si alguien lo viera desde fuera, podía pensar bien que me había vuelto loca, una loca con ojos acuosos y con manos y pies sangrantes. Tenía los nudillos completamente despellejados, las sandalias que había llevado como calzado ya estaban rotas y los pies iban en el mismo camino. Un fino hilo de sangre recorría mis brazos, hasta que las gotas caían al suelo y se fundían con mis propias lágrimas. Cuando no pude sostenerme en pie, caí, y yo misma me bañé en esa extraña mezcla que había provocado. Con los últimos restos de muro, seguí arañando, una y otra vez hasta que me quedé dormida entre sollozos.

Comparado con las noches anteriores, donde me perseguían las pesadillas, esa vez no fue tan malo. Ninguna imagen atormentó mi mente, sino que fueron en blanco, totalmente vacíos de emoción, solo un pequeño suspiro para el cuerpo y la mente que tanto necesitaban desconectar. Aunque me podrían haber despertado miles de cosas, y la atmósfera tan gris no me ayudaba a saber cuánto tiempo permanecí dormida, nunca imaginé lo que me iba a encontrar en cuanto abriera los ojos. Pero no lo haría por voluntad propia, pues no sabía ninguno de los males que me acechaban entre las sombras, sino que tendría que agradecérselo a alguien inesperado. Unos mordiscos sobre mis ropas, que se fueron acercando hasta mordisquearme la nariz y las orejas, juntado con saliva en la cara, y los incesantes ladridos que me taladraban los oídos. Eso me despertó, y aunque su intención debía ser otra debido al odio que sabía que guardaba esa criatura hacia mí, me libró de lo que podía haber sido una muerte segura. El perro no estaba contento con mi presencia, y lo sabía, al igual que conocía que le había abandonado y me había olvidado de él, que en un principio no fue mío y a quien perteneció era a un chico de Ame que tuvo la mala suerte de cruzarse conmigo en un día donde mi humor se veía trastornado debido a la influencia de Kinder. Era aún un cachorro, me sorprendía que no hubiera crecido nada desde mi partida, seguía cabiendo en menos de mis dos manos y podía llevarlo a donde quisiera. Claro que él no estaba de acuerdo con eso, pues me mordía y ladraba, dando a entender que no era de su agrado. En cambio yo si estaba contenta de haber a alguien conocido, así que mientras le cogía y él se entretenía dando mordiscos a uno de mis dedos, que estaba algo sucio y con sangre reseca, yo le saludé con una sonrisa.
- Hola, chico. No sabes cuánto me alegro de verte, siento que hayas tenido que pasar por todo esto. ¿Qué haces aquí, estás bien? Te prometo que nunca más volverás a estar solo, encontraré la manera de que me cojas algo de cariño, ya verás.

Ajeno a mis palabras, seguía entretenido mordiendo todo lo que tenía a la vista que me perteneciera con pequeños gruñidos, pero mis sentidos no tardaron demasiado en ponerme alerta. Desde luego había sido tonta si pensaba que era la única que había ido ahí, aunque mis intenciones eran buenas, cada persona tenía sus propios intereses, y no hacía falta conocer mucho a esos chicos para conocer las suyas. Una villa en ruinas después de una catástrofe podía parecer inútil para algunos, dolorosa para otros, pero si había algo que se pudiera rescatar entre los escombros ahí estaban ellos para cogerlo. Eran un grupo reducido de tres personas, pero quién sabe si habría más merodeando por la zona. Con suerte aún no me habían visto y mi querido pero no fiel amigo me había despertado a tiempo para actuar. Si unos asaltantes no tenían respeto alguno por perturbar la tumba de quiénes no habían conseguido salir, incluso profanando sus cadáveres para hacerse con sus pertenencias, mucho menos iban a tenerla conmigo, una chica de 18 años que había ido a cruzarse con las personas equivocadas en el momento equivocado. O no, porque yo no me consideraba una chica cualquiera, y aunque algunas pudieran sentir miedo y quisieran huir, lo que se cocía en mi interior era muy distinto. Estaba furiosa, no solo porque fueran tan irrespetuosos y listillos de venir a la villa, MI villa, o lo que quedaba de ella; también influía el hecho de que fuera quien fuese el que había causado esto tenía el odio de mi corazón multiplicado por unas cuantas veces.
Me levanté ocultando al perrito en mi mochila, lo que sabía pagaría caro en otro momento, cuando destrozara mis pertenencias o algo por el estilo, claro que eso no era ningún problema comparado con lo que podrían hacerle en caso de que se quedara en un lugar donde pudieran alcanzarle y le dañaran. A mí no me molestaban sus ladridos o sus mordiscos porque los veía normales y no me extrañaba en absoluto su comportamiento, pero ellos, aquellos dos hombres y la mujer que les acompañaba, podían pensar bien distinto.
Debían estar a unos 20 metros de mí, y haciendo uso de una de las técnicas aprendidas recientemente sin darme cuenta, seguramente cortesía de Kinder, hice un sello con ambas manos y gracias a mi elemento Doton salieron unas estacas de madera del suelo que les dañarían. En respuesta a mi ataque, al haberme visto, ellos comenzaron con su ofensiva. Desde una bola de rayos hasta una bola de fuego, que conocía como Endan pues yo misma sabía utilizarla, fueron sus ataques. El chico más musculado parecía mantenerse al margen de esos ninjutsus, pero como protección debía hacer algo. No iba a poder esquivar continuamente sus ataques, así que activé el Byakugan y así al menos les vería con facilidad, más allá de que se ocultaran o no. Después de eso se convirtió en una encarnizada pelea para mi desigualdad, sin embargo, aunque estaba en desventaja y ellos no se quedaban atrás en el arte de la pelea, parecía que mis entrenamientos habían dado sus frutos y no estaba tan desnivelada como creía. Es decir, que batalla tras batalla había ido alcanzando conocimientos. Con justsus lejanos, sin llegar al combate cuerpo a cuerpo pues hacerlo a la vez con 3 personas me parecía demasiado complicado, dejé al primero de los chicos KO. La chica, que parecía la cabecilla de la operación, mandó al musculado a por mí. Y oh, no os podéis imaginar cómo disfruté descargando mis golpes contra él, desde simples ataques físicos como puñetazos o patadas hasta una nueva técnica que consistía en un golpe que además de dañarle le rechazaba, y fue ese estreno de mi nuevo jutsu el que acabó con él. Como era de esperar, yo también había recibido algún que otro golpe, estaba algo magullada, pero seguía teniendo energías suficientes para acabar con lo que me pusieran por delante. En plena pelea hicieron algo de lo que más me molestaba: huir. La señorita rizos carbón, me miró sumamente indignada ante mi actuación, y en vez de luchar como una buena ninja por ella y sus compañeros decidió salir corriendo antes de sufrir su mismo final. Claro que antes de que terminara la carrera fui capaz de alcanzar uno de mis shurikens y lanzárselo en la espalda, a la altura de su homoplato. Sin darle mucha importancia siguió corriendo y corriendo, así que en vez de preocuparme más por ella, decidí seguir con cosas que requerían mi mayor atención.

Recorrí las calles de la villa de forma lenta, intentando averiguar lo que un día llegaron a ser, y cuando veía algún cuerpo mutilado por las rocas caídas sobre él, mi corazón lloraba y le despedía, pensando en si alguien más sufriría su pérdida. Los fui apuntando mentalmente y recogiendo un par de rocas de cada uno de los lugares por donde pasaba, acabando con una gran montaña. En vez de hacer alguna cosa sin sentido con ellas, me dediqué a ponerlas una a una de forma lenta, esta vez sin prisas o interrupciones por lo que pudieran hacerme, parecía que había marcado bastante bien mi territorio dándoles una lección a esos imbéciles. Como quien construye una casa, piedra a piedra fui formando un muro, que iba desde la puerta rodeando toda la villa por la parte izquierda hasta llegar a las montañas. El lugar de su desembocadura no podía ser sino otro que la gran piedra en la que había ido a los encuentros de tantos entrenamientos con Shika y Dártirus. Ya solo iban a quedar recuerdos en la memoria, pasar página y formar nuevos momentos, entonces el dolor que suponía escuchar los llantos de las almas que quedaban enterradas de la villa, de los habitantes que jamás volverían a sus hogares, de todos los que al igual que yo guardaron lealtad a nuestro hogar, desaparecería. Mientras tanto escuchaba los lamentos y me unía a los suyos, sin ninguna molestia de las voces de mi mente, que permanecían de igual manera en un silencioso luto. Ya no me importaba que el Sol desapareciera, pero antes de lo que pensaba que daría paso a la noche, vino una lluvia. Pensé que el cielo también estaba llorando, pero no era solo eso, iba mucho más allá. Estaba regando los campos para que empezara una buena vida, estaba haciendo que las cenizas se esfumaran para que ya no estuviera todo de un color gris, estaba bañando la baja muralla que había hecho rodeando toda la villa. Y mientras el agua caía, miré al cielo pensando en los angelitos que habían ascendido, y comencé a escribir por ellos. No solo los nombres de algunas personas que había tenido el placer de conocer, además una especie de rezo por sus almas, un recordatorio de todos los momentos que pasé, la importancia de ese lugar en mi corazón y cómo me había ido formando en la persona que era.
Entre los huecos de las piedras guardaba esos papelitos, sin necesidad ni ganas de que nadie los leyera alguna vez, pero sabiendo la importancia que tenía ese gesto simbólico para mí. Solo deseaba que supieran que para mí no serían olvidados, y que al igual que ese muro, nosotros habíamos estado juntos hasta al final en La Villa de la Roca, Iwagakure no Sato. Con un corazón ardiente y un espíritu inquebrantable.
Al terminar, me pasé por lo que un día fue mi casa, y sentí que aunque las cosas hubieran cambiado, podía adaptarme a lo que me echaran encima. Hacer frente a las desdichas y compartir las alegrías… Porque no estaba sola, nunca iba a estarlo, ni cuando no fuera a mis ángeles brillar en la oscuridad. Aunque ocultas las velas que se encendían entre las tinieblas para guiarme de camino a casa siempre estarían presentes y me acompañarían en mi recorrido. En las Montañas de Iwa conocí a Viral con lo que sería un entrenamiento con Kenko, cayendo mi amado del cielo. No sabía hasta qué punto sería un ángel en mi vida, encendiendo los sentimientos que parecían olvidados y que nadie podría recuperar jamás. No mucho después llegó Shika y con ella El Chico de la Nube. Quién sabe cómo ni por qué, jamás olvidaré ese día de primavera en compañía del hada María donde pasé de perseguir una langostita por el río hasta calarme los pies a encontrarme con una amiga que me arroparía en las noches más frías y permanecería a mi lado después de todas las situaciones a las que tendríamos que enfrentarnos. Y no solo eso, además conocí a alguien que escuchaba como yo a los espíritus del bosque y llegó a mí como un chispazo encendiendo a quien creían perdido. También estaba el Tsuchikage que me había enseñado desde mis comienzos, con quien había hecho los primeros entrenamientos, mis pasos de bebé hasta llegar a convertirme alguien de quien podía estar orgullosa y no defraudaría a quienes habían puesto esperanzas en que pudiera seguir y convertirse en una buena ninja. Ya era Jounnin y seguiría mi recorrido sin miedo hacia cualquier lugar, me gustara o no, eso era indiferente. También apareció Dártirus y con él las risas y el mejorar tanto el control de chakra como la velocidad, huyendo yo de las hormigas y Shika de las serpientes, escalando cuestas a todo correr y terminando agotados a la sombra de una roca… La roca que terminaba el recorrido de mi muralla.
Me subí a la parte más alta que dejaba ver tanto el Bosque como lo que ya no quedaba de villa. Nada volvería a ser como antes, lo sabía, pero tenía unas ganas locas de continuar y seguir adelante, sin miedos ni preocupaciones. Sabía a dónde pertenecía, y a quien serviría. Guardaba lealtad a la villa de la hoja, el imperio de Kirigakure, podía hacer que Viral se sintiera orgulloso de mí y demostrarle que no había metido una palurda en casa.
En verdad el viaje me había servido para aclararme las ideas… El hada María cubriría lentamente de verde la villa, inundándola con su vegetación y haciendo que el lugar volviera a ser hermoso como antaño. Y mi presencia perduraría mucho tiempo, hasta que algún día, llegara a ascender con los demás angelitos y arropara a la Luna en sus noches más oscuras. Pero no era el momento, debía volver, y conmigo, las respuestas a mis preguntas, más un perro mordiscón que no dejaría de darme el coñazo en todo el viaje.
Estaba lista para vendar mis heridas.
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Mensaje por Sonzu~ Mar Sep 25, 2012 3:19 am

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Mensaje por Blank Mar Sep 25, 2012 8:20 am

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