Asustando a los otros gennins

Habilidad aprendida:

Palabras:

Algunas veces me entristezco al recordar a Prim, al pensar en lo que fue, pero que jamás podrá volver a ocurrir. Al ser consciente de que se fue para no volver, de que cruzó una puerta hacia otro mundo sin dejarme opción para salvarla, para retenerla a mi lado. Las ideas, las palabras dan vueltas en mi mente cuando recuerdo a la pequeña de ojos vivaces que siempre se sentaba frente a la chimenea para escuchar historias provenientes de aquel al que en mi infancia llamé padre. La alegría con que ella vivía el día a día, la sonrisa que se formaba en mi rostro cada vez que la veía junto a mí. Esa sonrisa sigue en mi rostro, testigo de todos los recuerdos que nadie podrá presenciar más, conocedora de la alegría que siempre me acompañó junto a Prim. Ahora parte de esa alegría ha desaparecido, aunque la sonrisa no quedó atrás, aún me acompaña para recordarme cada día lo feliz que pude ser, ajena a cada problema que me rodeó alguna vez.

Ahora la alegría no inunda mi ser, no me cubre como un manto cada mañana ni me trae dulces sueños cuando la oscuridad de la noche hace acto de presencia. Pocas veces estoy realmente alegre y no suelo mostrarlo a los demás, no creo que mi alegría sea muy importante para todos los rostros que me observan con indiferencia a lo largo de las calles de Ame. Aún queda en mi interior un pequeño rastro de alegría, un recordatorio de que la tristeza no debe llegar a mi mente, de que pase lo que pase tendré que llevar la frente alta.

La vida es dura, da a cada uno lo que en su momento se labró, aunque a veces cruza un límite que daña más de lo esperado. Una pérdida, un encuentro, en la vida todo sucede llevado por un impulso invisible, por un destino que cada día nos pone a prueba. Yo me esmero en superar las pruebas, no me considero una perdedora, tengo mucho orgullo. El día que conocí a Taila, la chica que entrenó conmigo varias habilidades, descubrí que hay personas que me superan en cuestión de orgullo. De todas formas, el orgullo no forma parte de mi territorio. No le diré nada por ser orgullosa, lo cierto es que la chica me hace bastante gracia con esa testarudez que le acompañó cuando estaba a mi lado. Aunque no sé si es bueno reírme de ella. Sea como sea, no está prohibido.

El caso es que ahora tengo que entrenarme para lo que pueda llegar en un futuro. Mi experiencia propia me ha demostrado que no debo esperar nada, que hacer planes es absurdo cuando la vida se esmera en destrozarlos. Si algo aprendí de Prim fue su forma de disfrutar el momento, sin pensar en el futuro, ignorando lo que en un pasado le había hecho sufrir. Recuerdo cada día su forma de afrontarlo todo, el cariño que siempre tenía para padre, la atención que destilaba cada día para todos. Sólo éramos tres en la casa, pero nos apreciábamos. El hombre que cuidaba de nosotras había sido para mí un padre durante mi infancia y eso jamás lo olvidaría, la confianza ciega que siempre había tenido en él.

Me defraudo a mí misma al pensar que un simple relato consiguió cambiar mi forma de pensar en él, al saber que un secreto desvelado se llevó el cariño durante un tiempo, aunque después volvió. Jamás olvidaré al padre que me cuidó aún cuando yo no correspondía a su cariño, que confiaba en mí como antes aún cuando yo no pensaba como él. Ahora soy consciente de mi error, pero sé que el pasado es mejor dejarlo atrás, asumirlo y afrontar el presente, con lo bueno y lo malo que traiga. Que no debo pensar más de la cuenta en el futuro.

Y eso hago, simplemente me dejo fluir cada día, afronté hace tiempo lo que la vida quiso darme y ahora me fijo en el presente, en lo que ocurre mientras camino y no en el destino que guardo desde tanto tiempo atrás. Sé cuál era mi propósito al salir de la casa, pero el reto se guardó en mi mente como algo que hacer más tarde, algo para lo que primero debía mejorar. El camino que en su momento escogí, el que ahora sigo, requiere un entrenamiento que ahora tengo que realizar, una dedicación que no cualquiera se limita a ofrecer.

Con la simple intención de entrenar atajo por los diversos callejones que tiene la villa oculta de la lluvia en dirección a las cloacas. Cuando cruce la entrada tendré que callejear aún más, pero no me importa siempre y cuando pueda llegar al templo del amekage, donde entrenaré hoy. El camino que debo seguir para poder llegar está grabado en mi mente, por lo que no encontraré demasiados problemas a la hora de seguirlo.

La capa de la villa cubre mi figura, evitando así que la lluvia me empape por completo y protegiéndome del frío que el invierno trae consigo. Las constantes corrientes de aire evitan que la lluvia caiga de forma vertical, llevándola a colarse entre los recovecos que se abren en mi ropaje. No me importa pasar frío, es el precio que debo pagar para poder ir a entrenar en un lugar cómodo. En casa no tengo espacio para entrenar, rompería todos los muebles y no es mi hobbie favorito ir a comprar más muebles si los de ahora están destrozados. La casa está bien como está, mejor no destrozarlo todo.

Pienso en el día en que coincidí con Taila, la chica orgullosa que aprendía varias habilidades aquel día. Me hizo gracia su forma de hacer amigas, diciéndome cosas bonitas y dulces, era muy tierna. Realmente no debería ser irónica, pero si quiero llevarme bien con ella tendré que pensar en sus acciones de forma que me agraden, al menos que me hagan reír un poco. Mis ojos van fijos en las calles de Amegakure que, como siempre, se empapan bajo el constante manto que forma la lluvia. La iluminación de la villa le da un aspecto extraño, poco animado, pero que me encanta. Muchísimos días yo misma voy sin ánimos en los paseos, en los entrenamientos y en los diversos detalles de mi vida cotidiana.

Preferiría estar contenta, alegrarme con cada buen aspecto de mi vida y contemplar con felicidad todos los detalles de la villa, pero no encuentro motivos para sonreír. A veces algún detalle consigue sacar el gesto en mi rostro, pero normalmente camino distraída, con la mente fijada en mis propios asuntos. Tal vez una mascota podría traer un poco más de alegría a mi vida, o alguna amiga. Es por ese motivo por el que intento agradar a Taila, ella es la única persona con la que he coincidido en la villa y que realmente me ha agradado de una forma u otra. Tal vez si diera más paseos por aquí, si me esforzara en buscar personas con quien compartir las cosas cotidianas de mi vida, conseguiría encontrar amigos. Sé que últimamente la villa se está llenando de gennins, pero por el momento solo he coincidido con la extraña chica.

Cuando termine mis entrenamientos ya iré a ver si encuentro más personas que coincidan en algo conmigo. Tengo que prepararme bien para cuando llegue el próximo examen Chunnin, quiero estar lista y dar la talla en lo que se me pida. Quién sabe lo que ocurrirá para entonces, puede que incluso no salga con vida de la prueba, que tan difícil se le antoja a todos.

Absorta en mis pensamientos, acabo de llegar frente a la puerta de una de las salas especiales para entrenar. Parece que están todas las salas ocupadas, pero aunque esta no esté libre, me sirve para aprender lo que quiero. Supongo que no hay mejor forma de aprender una habilidad que con la práctica en las diversas ocasiones. Una oportunidad como ésta no la tendré cualquier día, y menos aún la idea.

Abro lentamente la puerta, evitando informar a quien esté entrenando de que yo he llegado. Veo a un gennin entrenar una técnica, es más o menos de mi nivel, tal vez uno menos, tal vez uno más. Espero que no se tome demasiado mal las bromas, porque no me apetece perder el tiempo con un combate, aunque ante tal inepto lo ganaría, está clarísimo. Está tan metido en su entrenamiento que ni se entera de que he abierto la puerta, mejor para mí. Así podré darle un susto y practicar a la hora de hacer emboscadas, quién sabe cuándo necesitaré emboscar a alguien. Entro en la sala sin hacer demasiado ruido y, aún en la puerta, doy varios pasos para comprobar que consigo tener la habilidad. No es demasiado fácil, pero habiendo aprendido antes la de trepar por superficies verticales y la de guardar el equilibrio en superficies inestables, lo consigo en poco tiempo. Puedo comprobar cómo al cabo de unos minutos recorro las distancias de la sala sin que mis pies lleguen a tocar el suelo realmente.

El gennin sigue aún sin ser consciente de mi presencia, el pobre está tan absorto en su entrenamiento que ni siquiera ha oído los pasos que he dado un rato antes. Ahora es momento de darle una lección y mostrarle que un ninja no debe estar siempre tan vulnerable ante los posibles enemigos que pueda tener. ¿Quién sabe si a este chico le persigue alguien para deshacerse de él? Debe aprender la lección, el camino del ninja es duro y hay muchos ineptos que no aprenden, tendré que mostrarle lo que yo aprendí a las malas. Al menos él se dará cuenta de su error con una pequeña broma, espero que no se lo tome a mal, si no ya me enfadaré yo.

Miro de nuevo a la puerta, asegurándome de que un rato antes la cerré. Después dirijo la vista a mis pies y compruebo que no llegan a tocar el suelo, una macabra sonrisa aparece en mi rostro. Podría hacer lo que quisiera al gennin en este momento, nadie podría impedir que le matara, pero aún no soy tan mala. No pienso perder la calma frente a un inepto que ni siquiera se da cuenta de que he entrado en la sala, sería una pérdida de tiempo innecesaria, prefiero entrenar y prepararme para el examen Chunnin.

Comienzo a caminar en su dirección, satisfecha al no oír los pasos de mis pies. Lentamente me acerco al gennin, que no se da cuenta de mi presencia. Cuando llego tras él, saco mi preciado kunai y se lo coloco en el cuello sin perder el tiempo. Puedo notar cómo su respiración se acelera al tiempo que sube el ritmo de sus latidos. La verdad es que le he dado un buen susto, pero tiene que acostumbrarse si quiere ser un buen ninja… bueno, no, realmente tiene que acostumbrarse a notar antes la presencia de alguien.

- Gracias por ayudarme a entrenar -digo al tiempo que guardo el kunai y salgo de la sala, en dirección a mi casa.

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