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Mensaje por Sonzu~ Sáb Dic 01, 2012 4:18 am

Había buscado paz donde no la había, luz donde antes hubo oscuridad, en noches sombrías vi pasar gente de todas las clases con miradas cabizbajas y cargando un pasado a sus espaldas. Aprendí a leer algunos de aquellos rostros e inventarme historias de otros tantos, mientras yo tan solo deseaba pasar desapercibida entre las tinieblas. A su vez lo más profundo de mi ser anhelaba la preocupación de las personas de mi alrededor, para así tener algo a lo que aferrarme tan fuerte que ni la misma realidad pudiera despojarme de mi tan ansiado tesoro. Buscaba la paz que tan rápido se escapaba con afán imbatible. Intentaba acallar las voces de mi cabeza para así no desvelar la oscuridad de mi corazón. Escondía esa maldad con rostro dulce y sonrisa amable, que en verdad sentía, pues lejos de ser una persona infeliz la vida me había tratado bien. A pesar de que mi camino empezó siendo tormentoso, se había bifurcado en suficientes sendas para desembocar en un lugar apacible donde la lluvia brillaba por su ausencia. Sin embargo daba igual lo lejos que fuera, cuantos lugares visitara o los días que me mantuviera alejada del resto del mundo, siempre volvían las pesadillas, que lejos de ser irreales transformaban mi día a día en un infierno. Desde mi gran cúpula de cristal observaba aterrada como perdía el control, llegando a causar grandes daños, tanto a personas conocidas como desconocidas, pero todos inocentes que no debían haberse cruzado conmigo en un momento así. No tenían culpa alguna y en cambio pagaban por su error un alto precio.
En mis huidas donde era perseguida por mi propia sombra contemplé los sueños rotos de fantasmas que lloraban de tristeza ahogando sus penas en alcohol, me adentré en los cementerios con sus historias olvidadas, ascendí hasta lo alto de una cordillera con sus cumbres nevadas por la pena eterna, incluso llegué a ver las lágrimas de luna sobre los lagos. Cada una de aquellas estructuras eran símbolos de paz pero guardaban tristeza, y no hallando allí mi tan ansiada serenidad, poco sabía sobre el lugar que me transportaría a un descanso de mente y cuerpo.
Estuve días investigando sobre distintos países, sitios recónditos de donde no llegaba apenas información. Había estado en distintas villas pero mis ganas de conocer mundo no cesaban por mucho que viajara. Acabé por encontrarlo.

El sol comenzaba a alumbrar la mañana cuando mi figura salía del bosque de la muerte hacia las puertas de la villa. No llevaba más equipaje que mis armas y la ropa que tenía puesta, podría apañármelas en caso de necesitar algo más o buscar sustento. Iba comiendo las castañas típicas del otoño, estación que bañaba el suelo con un manto amarillo de hojas secas, mientras me movía con paso ligero. Había decidido no correr, puesto que no tenía ninguna prisa en volver. En caso de que preguntaran por mí no había dado más pista que el haber partido, y sin motivo claro decidí separarme durante unos días de Konoha, lugar donde se había basado mi estancia hasta entonces. Por esas horas ya se habían apagado los incendios que poblaban los bosques a la noche, y con el mismo misterio que los propagaba desaparecían de madrugada. Esperaba que no necesitaran ayuda en mi partida, a pesar de saber que se las podían arreglar por ellos mismos, ya que había altos rangos preparados y los gennins tampoco escaseaban. Así estaría bien, sin preocuparme por nada más.

Las puertas fueron quedando atrás junto con las murallas, que se alejaban al mismo paso que yo llevaba. Una extraña sensación de parentesco me envolvió, recordándome que en su día abandoné la villa de la roca de una manera semejante, y a mi regreso ésta había sido exterminada por una gran fuerza. No se parecía a esa vez, me dije, puesto que yo tomaba las riendas de mi propio destino y en tal ocasión nadie iba a decidir por mí. No era un títere bailando al son de dos gigantes, estaba formando un aparte lejos de la civilización. Necesitaba estar sola para pensar, y aún sin indicaciones, confiaba en que encontraría el lugar que necesitaba.


Como tuve pensado, llegué a mi destino varios días después, aunque no llevaba la cuenta; cuando las sombras del crepúsculo comenzaban a culebrear por los recodos del bosque. Juraría que el sitio estaba más que inhabitado, ya fuera por viejas supersticiones o debido a la falta de guías que llevaran hasta allí. Sin embargo, sentía que había más de lo que alcanzaba a la vista, no habría podido describirlo. Lo notaba en mi piel, en la forma que se me erizaba el vello, en los instintos de supervivencia que me llevaban a permanecer alerta y tener preparada una secuencia de sellos, sin saber hacia qué apuntarla. Pero otra parte estaba tranquila, como si no hubiera ningún peligro, parecía que el ambiente intentara calmarme y me incitara a dormir. Esa tranquilidad debía ser la que escondía las amenazas, o lo que mi intuición clasificaba como tal. Quizás, si no hubiera estado esa armonía en el ambiente, me habría percatado de que muy cerca de mí un pringoso rastro seguía mis movimientos… Pude notarla cuando la pequeña babosa se posó sobre mi hombro, y antes de poder quitármela de encima, la misma me estaba transportando al lugar que ella quería. El movido viaje hizo que quedara dormida en cuanto mis pies volvieron a pisar la tierra.

Los rayos de sol que se filtraban entre las ramas acariciaban con delicadeza mi rostro. Me envolvía una reconfortante calidez que se entremezclaba con los sueños que me habían mantenido ocupada. Aquellos hablaban de criaturas imposibles que solo existían en los cuentos, pero cuya esencia parecía estar presente en un lugar como el que me encontraba. Tardé un segundo en asimilar la información: ¿cómo había llegado allí? Agitada, me levanté de un salto observando con mirada crítica alrededor. Estaba en un sitio que clasificaría como paradisiaco, miles tonos de verde se unían como uno solo en mi maravillada mirada. Con la falta de luz, casi me había pasado desapercibida la belleza de donde estaba, cuyas ramas formaban inquietantes sombras en el suelo, y parecía que los frondosos arbustos te atraparían llevándote bajo tierra, así no podrías escapar jamás. A la luz de un nuevo día tenía una visión distinta y ciertamente más correspondida con el ambiente que me envolvía la noche anterior. La hierba sobre la que mis pies pisaban parecía suave y fresca, como de costumbre me quité las botas para poder disfrutar de su tacto, y al sentir las cosquillas sobre las plantas de mis pies una sonrisa alumbró mi rostro, despejando todo temor por una milésima de segundo. En ese instante solo cabía en mí una reconfortante sensación de ser una con el enorme árbol. Usando singular, por supuesto, ya que al alzar la vista me faltaba visión para alcanzar el final de la planta que me invitaba a su hogar. Su tronco estaba envuelto por millones de ramas que se hacían un mismo ser en un abrazo vegetal.

Con entusiasmo infantil me decidí por trepar el árbol. Era sencillo, puesto que el nudoso tronco ofrecía múltiples apoyos para no caer. Cuando ya llevaba un buen rato subiendo tragué saliva y miré hacia abajo, maldije por lo bajo no haberme atado con hilo ninja, haciendo así una escalada más segura, pero era tarde para echarme atrás y la idea de bajar me daba una angustiosa intranquilidad. La idea ya no me parecía tan entretenida como al principio, debía pensarme un par de veces más las cosas antes de hacerlas. Al alcanzar las primeras ramas, estando el final de la copa todavía bastantes metros por delante, decidí hacer una pausa para descansar. Me senté en la primera rama con las piernas a cada lado de la misma, sujetándome fuertemente por miedo a caer. Apoyé la espalda sobre el tronco y sentí un tacto pegajoso en mi nuca, aunque me obligué a no hacer movimientos bruscos y actuar con aparente normalidad. Una sustancia pringosa salía de la madera y resbalaba por la madera. En un primer vistazo la catalogué como sabia, pero no había ninguna herida que la hiciera brotar y era demasiado blanda para ello. Al subir la cabeza me cayó la misma sustancia en la cara, en cantidades menores, lo que me llevó a quitármela como acto reflejo en un total acto de repugnancia. Abriendo los ojos después de limpiar la baba con mis manos me encontré con dos cuernos que se atrevieron a tocarme la cara, pero al tacto se escondieron, volviendo a salir tímidamente en un segundo intento.

El ser, por llamarlo de alguna manera, iba saliendo sin ninguna prisa de su escondite, dejando el rastro de babas por detrás. Ya no cabía ninguna duda en que era suya la marca del árbol y la que llegó a mi cara. Ambos comenzamos a analizarnos silenciosamente, la criatura tocándome con sus apéndices y yo procurando mantenerme quieta mientras observaba sus movimientos. Era más largo de lo que pensaba, y lo califiqué como una “babosa”, claro que las de su especie solían ser de un tamaño mucho menor. Cuando me hubo baboseado entera y parecía no ser hostil, acercó su cabeza hacia mi estómago y me propinó un fuerte cabezazo. A duras penas mantuve el equilibrio, pero el animalillo pareció convencido de que no estaba pasando la prueba tan mal. De no haber sido por aquel golpe, habría jurado que lo que pasaría a continuación era obra de mi imaginación.

- Ven

Escuché a la vez que el bichillo de color verde se daba la vuelta, con acciones mecánicas le fui acompañando a donde quisiera llevarme, de pie sobre los nudos del árbol, agarrándome a la corteza para no caer. Tras un rato comprobando mi torpeza, el animal me invitó a subir a su lomo, y sin que me importara finalmente la baba me subí sobre él. Íbamos a una velocidad más lenta de lo que estaba acostumbrada, pero parecía un lugar seguro y no puse ninguna pega. Me llevaba abajo.
Cuando terminamos de descender descubrí entre los huecos de las raíces a la pequeña babosa que se había posado en mi hombro la noche anterior, y supuse sería la causante de haber acabado ahí. Había escuchado historias sobre la gran reina de las babosas, en los relatos donde era una descomunal criatura que ayudaba a los shinobis a dirigirse a los pozos de la sabiduría para encaminarles hacia el control del chakra natural. Sabiendo mejor que yo lo que tenía que hacer, la pequeña criatura volvió a subirse en mi hombro. Me senté a los pies de un lago y cerré los ojos, sin saber muy bien qué hacer. No sentía gran conexión con el pequeño bicho, pero empecé a concentrarme en la energía que fluía por todas las cosas, intentando ser un propio canalizador de ese chakra. Tras un rato sin grandes resultados, hice un sello con ambas manos y a mi lado apareció un clon, concentrándose en mi misma labor. Noté un leve cosquilleo en la mano izquierda, al abrir los ojos pude ver, horrorizada, como el miembro parecía comenzar a desaparecer. Corté la concentración un instante y suspiré viendo que volvía a la normalidad. Parecía que tendría que tener cuidado. Con lentitud y perseverancia fui insistiendo en mejorar las habilidades que me ofrecían las babosas, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones y sin rechistar ninguna de sus órdenes. Mi concentración debía ser tal que hasta que me tumbé agotada sobre la hierba no reparé en que había llegado un amiguito más grande aún, pues esa babosa medía al menos doce metros de largo, y a diferencia de sus “hermanas” tenía apéndices a lo largo del cuerpo. Haciendo uso de ellos, se propulsó para quedar a mi lado, haciendo una técnica de reconocimiento parecida a la de su primera compañera.

La pequeña Katsuyu me fue acompañando moviéndose por el cuerpo, a su vez yo procuraba acostumbrarme a su compañía y rápidamente dejé de repudiar las babas que me habían asqueado. La babosa de color verde, del punto intermedio, se llamaba Nameku. Aunque me había atacado como recibimiento después supe que era una forma que tenía para jugar conmigo, pues era más tranquila que la azulada, Tsunade, que parecía más protectora al no querer dejarme sola ni un momento. Me bañé en las aguas ante la mirada atenta de tres babosas. Bien, podían ser animales, pero esos ojos observadores no me quitaban la vista de encima, como si fuera a huir en caso de que me dejaran sola. Desde luego, era más rápida que ellas. Cuando acabé mis tareas allí, y me hice con la aprobación de mis nuevas amiguitas, decidí que iba siendo hora de partir.

- Vamos - apremié con voz segura.- Volvemos a casa.

Sabía que quedaba un largo camino de vuelta, así que preferí darme prisa. Estaba feliz de haber llegado a allí y haber descubierto la energía que residía en los lugares más ocultos. Katsuyu se encargaría de teletransportarme de nuevo, asegurándonos así de que nadie más conocía el sagrado Bosque Shikkotsu sin nuestro consentimiento.

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