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Mensaje por Kadzuki Hatake Lun Jul 23, 2012 6:12 am

Habían pasado ya varios días desde que Kadzuki acabó sus sesiones de entrenamiento en Sunagakure. Dieron un estupendo resultado, y la verdad es que aquello le encantaba. Se sentía más fuerte, más peligroso, más mortífero. Sabía, sin embargo, que aquello no era suficiente. Debía entrenar más, debía fortalecerse más, debía estar completamente preparado para lo que supondría el Chunnin. Un reto más, un desafío más, una barrera que superar. Sin embargo, el examen de Chunnin ya pronto daría comienzo, por lo que no le daría tiempo a entrenar mucho más en Sunagakure. Aquello en un principio le entristeció, le gustaba mucho la Villa Oculta del País del Viento, pero tenía que asumirlo. Al fin y al cabo, si todo iba bien, volvería de Iwagakure hecho Chunnin, crecido y maduro. No todo volvería a ser lo mismo. Le tendrían un mayor respeto, le serían encomendadas misiones más importantes y podría aprender técnicas más útiles, mejores y más poderosas. La perspectiva de aquello le sobrecogía, le abría las puertas a un escalafón más en la escala social ninja. Todo aquello le impactaba, pero a la vez le agradaba, le hacía sentirse un paso más cerca de sus objetivos, de sus aspiraciones, de completar su camino del ninja. Quería llegar a ser Raikage, y así hacer con Kumogakure como Asuke con Sunagakure, levantarla de sus cenizas, hacerla poderosa, así como la gran ave mitológica Garuda, que resucitaba, tras suicidarse y arder entre sus llamas, emulando al milenario Ave Fénix.

Todos estos pensamientos alborotaban la adormilada mente de Kadzuki, que aún estaba en la cama, semidesnudo, medio tapado por la sábana. Con los ojos entrecerrados, dejaba su mente vagar libre entre pensamientos de gloria y grandeza, rodeado de mujeres, dinero, alcohol y comida. Lo único que evitaba que su cuerpo estuviera completamente desnudo, eran los boxers oscuros que vestía, ceñidos a su cuerpo, musculoso y trabajado, gracias a tanto entrenamiento. Aún no había sido mancillado por cicatriz alguna, y realmente Kadzuki no tenía claro si aquello podría ser bueno. Realmente, una cicatriz podía ser muestra de muchas cosas. Tanto como una prueba irrefutable de que había luchado, como la posibilidad de que hubiera tenido algún descuido. Por eso, Kadzuki pensaba guardar todas las posibles cicatrices, en perfecto cuidado. No es que no quisiera que desaparecieran, tampoco que se mantuvieran, simplemente quería que todo siguiera su cauce natural, y que cualquier cicatriz que pudiera surgirle, se fuera o permaneciera según ella misma debía estar ahí, según su destino.

Se estiró, desperezándose, en la cama, y salió de su habitación directo a la ducha. De camino, miró el reloj, viendo que no eran más de las 10 de la mañana, sin embargo, aquél día sus padres tenía que trabajar, y su hermano seguramente un par de misiones que atender, de bajo rango, con su equipo Gennin, por lo que a pesar de ser muy temprano, se encontraba ya solo en casa. Grandes shinobis salieron de su familia desde el inicio de sus tiempos. El Clan Hatake, expertos cazadores, amos y dueños del Rayo, especialistas en luchar a media y corta distancia, ese era su clan. Esa era la estrategia que solía usar Kadzuki, el miembro más joven del Clan Hatake en Kumo, Gennin y quizá próximamente Chunnin.

Envuelta su cintura en una toalla, Kadzuki salió del cuarto de baño de su dormitorio, acercándose a la ventana, apoyando su antebrazo en el marco, suspirando a la vez que observaba a los paseantes, despreocupados, siguiendo con su día a día, con la monotía de ir a trabajar un día tras otro al mismo sitio, encontrarse a la misma gente, hacer lo mismo, día tras día durante el resto de sus vidas. Esto en cambio no les ocurría a los ninjas, que solían hacer todo tipo de trabajos y misiones, para diferentes personas, cada una diferente, todas únicas, distintas unas de las otras. Aquello era sin duda una de las ventajas de ser un shinobi, un ninja, no hay aburrimiento, no hay monotonía, ni existe nada parecido. Matar, infiltrarse, proteger, robar, o cualquier otra tarea cotidiana era buena para sacarse unos ryos. Había quien consideraba a los ninjas como los esclavos de las Villas, pero la realidad era otra bien distinta. Sin los shinobis, una Villa era inestable, problemática, y además vulnerable al ataque de otras Villas.

Después de un rato mirando por la ventana, el pequeño de los Hatake, suspiró, acercándose al armario para recoger toda la ropa que pensaba llevarse a los exámenes Chunnins. Tras abrirlo, lo examinó detalladamente, buscando entre su ropa, lo más apto. Aunque, sinceramente, no tenía mucha variedad entre la que poder elegir. Casi toda su ropa, por no decir toda, era la misma, o muy parecida. Todo su armario consistía en un conjunto de prendas de mismo color, camisetas oscuras, negras, pantalones largos, azabaches, zapatos, guantes largos, hasta los codos, cinturones... Todas sus prendas eran de color negro. Bueno, todas menos dos conjuntos, blancos enteros, reservados para dos ocasiones en su vida, únicos e irremplazables. Kadzuki era así de especial, al menos en lo que a la ropa respecta, por lo que realmente no tuvo problema alguno para elegir la ropa que quería y definitivamente iba a llevar. Estiró el brazo y agarró un par de camisetas, lanzándolas a la cama y un par de pantalones, haciendo lo mismo. Después, miró en los cajones de dentro del armario, en busca de la ropa interior, de los guantes y de los cinturones, haciendo lo propio tras coger los necesarios. Acto seguido, recogió el desorden que había causado dentro del susodicho guardarropa y lo cerró de nuevo. La ropa estaba sobre la cama, y el macuto bajo la misma, así que Kadzuki se acercó cogiéndolo y poniéndolo a un lado de la capa, donde no aplastase la ropa, comenzó a meterla en orden dentro de la misma. Primero los pantalones, doblados, después las camisetas y la ropa interior, finalmente tanto los cinturones como los guantes serían colocados sobre ellos. El macuto ya estaba hecho, tan solo quedaba recoger sus armas, prepararse él para salir y despedirse de todos los que conociese en la Villa. Aunque, eran pocos, debía de hacerlo, ya que quizá nunca volviese.

Tras vestirse y atarse tanto el Kouken de su clan como las espadas gemelas regalos de su padre, salió de la habitación del motel donde se encontraba. Su expresión era seria, sus ojos brillaban con melancolía. Su corazón latía más rápido de lo normal, nervioso por todo lo que ocurriría en las siguientes semanas. Haría amigos, conocería otros shinobis, forjaría nuevas relaciones, y quien sabe si haría algún enemigo. Lo único que tenía claro era que aquel examen marcaría un antes y un después en su vida. Quisiera o no, pasase lo que pasase, aquello le marcaría de por vida. Se acercó al mostrador y pagó el precio de su habitación, agradeciéndole todo y marchándose sin decir nada más. El recepcionista lo miró preocupado. Sabía quien era aquel joven, aquel shinobi, que tuvo el valor, o la locura, de enfrentarse al Shukaku, al Ichibi, al temido Bijuu de una cola. Y, sinceramente, en cierto modo le admiraba. Era el único shinobi de todo el Imperio del Viento que se presentaba al examen, y eso le daba una carga de responsabilidad extra. No podía dejar en mal lugar al Imperio, a su clan, a su villa, ni traicionar la confianza que todos había puesto en él. Debía de luchar por todos aquellos, que estarían pendiente de su actuación en el examen, debía demostrar que era digno de toda la confianza que se le había puesto. Todo ello le daba fuerzas, le daba un motivo por el que luchar. Incluso el mismísimo Kazekage había tenido una reunión especial con él, de dónde salió bien parado gracias a que un tercer shinobi, también de rango más alto que él, le enseñó una técnica. Llevaba un gran peso encima, pero no sería él quien eludiese su responsabilidad, no sería él quien renegase de todos aquellos que habían depositado su confianza en su habilidad, en su poder, no sería él quien huyese como un perro con el rabo entre las piernas.

Apenas salió del motel, dirigió su vista al edifico del Kazekage, donde habló con él, donde le fue confiado uno de los más antiguos secretos de Sunagakure, donde le fue otorgado un nuevo jutsu, y fue sellado, en su mejilla izquierda. A simple vista no parecía tener nada, pero, la realidad era bien distinta. Recordarlo le hacía sonreír. No muy lejos de allí estaba el Dojo, donde tiempo atrás había ensayado tantas técnicas. Donde se comenzó a labrar un nombre. Allí entrenó el Sennen Goroshi, técnica ancestral de la familia Hatake, el Raiken, famoso entre los shinobis de naturaleza de chakra Raiton, y Kai, el famoso jutsu de liberación de Genjutsus. Aunque no servía si habías caído en uno, si era de utilidad si sabías que ibas a caer en uno. Allí también aprendió a andar por las paredes, a través de su chakra, descubriendo una pequeña sala oculta, antigua, vacía, donde parecía que tan solo había entrenado en más de 100 años. Aún recordaba todos los pasos que tuvo que hacer para aprenderla, aún recordaba todas las paredes escaladas, los desperfectos, la sequedad del ambiente, cada una de las antorchas que iluminaban la habitación, dándole un ambiente tétrico a la vez que místico. Aquella fue la primera habilidad ninja que aprendió, pero no la última.

Dirigió sus pasos hacia las puertas de Sunagakure, con la cabeza gacha, en parte triste, en parte alegre. No sabía lo que le depararía todo el viaje, ni lo que tardaría exactamente. Había quien decía tres días, otros aseguraban que cuatro. Por si acaso, el joven Hatake salió 5 días antes del comienzo de los exámenes de Chunnin, para llegar a tiempo, y con un día extra de entrenamiento, por si se le ocurría alguna otra técnica que aprender. De todas maneras, aprovecharía el viaje para entrenar sus capacidades físicas, tanto velocidad como control de chakra e inteligencia. Para ello, se había llevado unas pesas especiales, que le habían sido otorgadas muchos días antes por su padre, usadas por los Hatakes de antaño, que imbuidas por chakra Raiton brillaban de color azul, aumentando su peso. Gracias a ello, se habían ganado el apodo de veloces como el Rayo, ya que cuando se liberaban, sus músculos se fortalecían, volviéndose mucho más rápidos que la mayoría de los shinobis. Ello ya le favorecía para los entrenamientos de velocidad y control de chakra, tan importantes para un Hatake. De hecho, eran las aptitudes en las que debía de despuntar un Hatake, si quería ser un hábil y poderoso shinobi. Por eso mismo las aceptó gustoso, cuando se las entregó su padre, sabiendo que les daría un buen uso. Cuando salía de la Villa, las llevaba puestas. Notaba como apresionaban sus músculos, como le costaba caminar. No podía correr a la máxima velocidad, pero, esforzándose, aumentaría la musculatura de sus piernas, su velocidad en general, ya que imbuyéndolas de chakra Raiton, hacía que todo su cuerpo en general se volviera más pesado. ¿Como entrenaría la inteligencia en mitad del viaje? Era fácil. Varios días antes, se compró un manual ninja, donde ponían diversos ejemplos de situaciones ninjas, famosas, comunes, y diversas historias. Allí, estaban escritas diversas recomendaciones, diversas metodologías, para diversas situaciones, las mejores para ser aplicadas. Kadzuki lo que tenía pensado no era estudiárselas de memoria, si no simplemente aprenderlas, y en cierto modo adaptarlas a su comportamiento, a su metodología propia. Además, en un capítulo final, casi al acabar el libro, venían una serie de genjutsus comunes, de los que te avisaba el libro en qué consistían y qué hacer ante ellos.

Traspasó las puertas de la Villa capital del País del Viento, y del Imperio del mismo nombre, tras enseñar a los Anbus guardianes la notificación que demostraba y aseguraba que había sido convocado al examen Chunnin, y que debía viajar al País de la Tierra, más concretamente al pueblo Yotsuki, donde llevaría a cabo dicho examen, dejando atrás su etapa de Gennin, y subiendo un grado en la sociedad ninja, quedando como Chunnin. Aquello le abriría nuevas puertas, mayor libertad y fomentaría sus ganas de participar. Aunque, claro, para ello debía de aprobar antes el examen de Chunnin, que sin duda no sería fácil, aunque tenía diferentes bazas a su favor. Las susodichas pesas no las usaría en el examen, debido a su valor, y a que no quería que se rompieran, pero si el resto de sus armas, incluida quizá un arma secreta, oculta, que aún nadie había visto. Sin embargo, no era seguro, puesto que serían sus padres quienes tendrían que enviársela desde Kumo, por correo urgente, con seguridad, si se acabase de forjar antes del examen. Aunque, eso al joven Hatake no le importaba demasiado, sabía que no le vendría mal toda clase de ayuda, fuera la que fuera. Además, al ser el único shinobi del Imperio del Viento que se presentaba al examen, lo hacía un blanco fácil para el resto de las villas, que si querían eliminar futuras fuerzas de su rival, no tenían más que eliminarlo, ya fuera con veneno, a través de un ‘’accidente’’ o incluso asesinándolo a sangre fría. Aunque aquello preocupaba a Kadzuki, no debía de emparanoiarse, ya que al fin y al cabo había seguridad, y si hacía amigos, no estaría solo. Todos estos pensamientos asaltaban la mente del joven Hatake cuando se dio cuenta de un factor importante en la ecuación del viaje a Iwagakure. Le iba a faltar comida. Aunque en su macuto llevaba bebida de sobra, comida tenía la justa para salir del desierto y poco más. Tendría que cazar, aprovechando las enseñanzas de su padre durante toda su infancia. Aquello agudizaría aún más si cabe su inteligencia. El viaje en sí sería otro entrenamiento por tanto.

El desierto del País del Viento se extendía cientos de kilómetros a lo largo del mismo, y aunque en algunos puntos había pueblos escondidos, sufrían constantes ataques de tormentas de arena y de bandidos. De aquello era consciente Kadzuki, que gracias al mapa que le otorgaron previamente los Anbu de Sunagakure, pudo orientarse para seguir una línea de viaje, de pueblo en pueblo, hasta abandonar el desierto. Diariamente pasaba por un pueblo, pasando allí la noche, pasando por tanto por 3 pueblos hasta salir del País del Viento. En el primero no hubo ningún incidente importante, digno de nombrarse. Al igual que no compró comida, sabiendo que sin duda le beneficiaría cazar, como modo de preparación para el examen. Sus músculos ya se habían acostumbrado a las pesas de los Hatake, por lo que no le costaba apenas andar, y aunque se las quitaba a la hora de dormir, siempre se las ponía a cada mañana. Al abandonar el segundo pueblo, sonriendo, podía sentir como incluso con las pesas, podía correr normalmente. Su preparación comenzaba a dar resultado, su velocidad aumentaba, y su control del chakra, ya que cada día le costaba menos llevar parte de su chakra a las pesas, y mantenerlo ahí durante todo el día, con el objetivo de ralentizarlo para aumentar más su velocidad en general. Adoraba a su padre, que era quien más sabía de todos estos aparatos, de todas esas herramientas, usadas por el clan, desde la antigüedad, a modo de entrenamiento y de preparación. Aunque, en parte no era de extrañar, ya que era el líder del Clan Hatake en Kumogakure, y con razón, debido a todos sus méritos de guerra, y a todo lo que dio a lo largo de su vida por el Clan.

Su hazaña más famosa, y para muchos una de las más grandes de la historia de Kumogakure, fue durante la Guerra Civil que dividió al Clan Hatake, poco antes de la fundación del Kumogakure y el primer Raikage. Esta tuvo lugar en Konoha, mucho tiempo atrás, de donde realmente procede el clan de los lobos cazadores. Esta dividió al clan en 2 bandos principales, los que estaban de acuerdo con la expansión de colonias del Clan por todos los países, y los que estaban en contra. Su padre, Raiba, era el líder los primeros, ya que consideraba que permanecer en un solo país, cuando el resto de los clanes se expandían, perjudicaría al Clan, llevándolo a una posición secundaria en comparación con todos los demás. Sin embargo, su opositor no opinaba lo mismo, debido a lo conservador que era. Esto llevó a una discusión de proporciones mayores, dividiendo el Clan y provocando la llamada Guerra del Lobo del Rayo. Sus proporciones fueron inmensas, y debido a ello pocos miembros del clan sobrevivieron. La batalla final fue llevada en Konoha, por Raiba y Raika, los líderes de ambos bandos en el Valle del Fin, donde tantos otros habían luchado con anterioridad, donde tantos otros había muerto, tras cruentas, feroces y violentas luchas. Nadie más luchó, nadie se interpuso entre ellos, temorosos del poder de ambos. Aunque Raiba no mató a nadie de su clan, puesto que iba en contra de su moralidad, si los paralizó, o los incapacitó, mientras que Raika, mucho más violento y furioso, si los mataba, sin pudor, sin miedo. Aquello llevó al padre de Kadzuki a retarlo a un combate singular, donde quien ganara sería el jefe del Clan y donde se decidiría el curso de la guerra y de la historia del Clan.

El combate empezó con ambos situados en la explanada de la montaña, frente a los dos grandes ninjas de las estatuas, fundadores de su villa de origen, que de igual modo se enfrentaron allí, con devastadoras consecuencias, alterando el paisaje hasta el punto de dejarlo tal y como está actualmente. Frente a Raiba y Raika había 20 metros, una distancia ínfima para ambos, y lo sabían. Los kunais y shurikens volaban, de un lado a otro, pero ninguno encontró su objetivo. Bloqueados o esquivados, todos fueron inutilizados por ambos combatientes. Rápidamente pasaron a los jutsus, y uno tras otro fueron esquivándolos, bloqueándolos o incluso absorviéndolos, como hizo Raika un par de veces gracias a un jutsu propio suyo. Aquello sorprendió a Raiba, que desenvainó su Kouken, y activó uno de sus jutsus propios. Raiba, al igual que su hijo Kadzuki, era un enamorado de las espadas, del Kenjutsu, y eso le había hecho realmente famoso en el Clan. Su Kouken se alargó, y se volvió más ancho y afilado, convirtiéndose en una espada de doble filo, más afilada y ligera que el Kouken anterior. Aunque Raiba no era un mal espadachín, rápidamente se vio superado por le padre de Kadzuki. Ello le provocó a alejarse, el tiempo justo para formar una serie de clones, que provocó la inferioridad numérica para Raiba. Aunque aquello realmente no le importaba en un principio, a los pocos segundos se vio acosado por todos los flancos por Raika y sus clones. En un momento, Raiba estaba a punto de morir, pero tras hacer un Kawarimi de Rayos, aprovechando un hueco en su ataque, los clones se disolvieron y Raiba finalmente salió ileso. El combate era arduo, intenso, e igualado. Ambos contendientes se encontraban al mismo nivel, igualados, la balanza no se decantaba a ningún lado. Separados por apenas 10 metros, Raiba preparó un Chidori en cada mano, sin esfuerzo ninguno, gracias a la habilidad que tenía sobre los mismos. En cambio, Raika comenzó a hacer sellos con ambas manos. Raiba los reconoció, sabía lo que pretendía, no podía permitirlo, sabía que si llevaba a cabo el jutsu moriría por lo que corrió hacia él, con ambos chidoris en la mano. Raika estaba a punto de finalizar el último sello, cuando los dos Chidoris le impactaron, clavándose con fuerza en su pecho. Todo el combate fue en silencio, o al menos eso se piensa, ninguno de los dos habló, hasta que llegado el final, tras destrozar su pecho con ambos Chidoris, Raiba susurró, entre lágrimas ‘’Lo siento’’. No le gustaba matar a los miembros de su Clan, a su familia, pero contra él no tuvo otro remedio. En cambio, Raika murió con una sonrisa, ya que en el fondo, estaba orgulloso de su hermano menor. Recogió el cadáver y lo llevó a la capital de su Clan, dándole honroso entierro, con todos los honores. Desde entonces, el Clan Hatake se había expandido por todo el mundo, llegando incluso a Kumogakure, donde se estableció el líder del Clan, debido a que en esa Villa se encontraban los mayores conocedores del Chakra Raiton, quienes le enseñaron los secretos de dicho elemento.

Llegó al tercer pueblo, ya casi a punto de abandonar el País del Viento, al anochecer del segundo día. No le quedaban más de dos días de viaje, por lo que decidió descansar en el pueblo, ya que iba bien de tiempo. Sin embargo, en mal momento decidió quedarse, ya que un grupo de bandidos atacó el pueblo, nada más despuntar el alba. Kadzuki se enteró debido a los gritos de la gente, asustada debido a los ataques de los bandidos. Afortunadamente, ese día Kadzuki durmió vestido, y no tuvo más que recoger las armas y salir a la calle para ver la amenaza que asediaba al pueblo. Al parecer, un grupo de no más de 5 bandidos, estaba robando, a todos y cada de los tenderos del diminuto pueblo. Desde su posición, Kadzuki pasó a estudiarlos uno a uno, escondido tras una columna. El más grande parecía ser el líder, mediría alrededor de 2 metros. Su cuerpo era musculoso, enorme, estaba seguro que de tan solo un golpe le dejaría K.O, malherido con suerte. Sin embargo, los otros no eran tan grandes como él, si no que tenían el tamaño de Kadzuki. No parecían ninjas, ni renegados, ni nada por el estilo, aunque por si acaso debía de tener cuidado. Tan centrados estaban en el pillaje, que no se dieron cuenta de que Kadzuki salió de su escondite, con su arco eléctrico armado, apuntando al bandido más cercano, situado a apenas 10 metros de su posición. Cuando soltó la flecha, esta voló recta, directa a su cabeza, con la que impactó, matándolo en el acto. Sus compañeros, al oír el leve quejido que pudo escapar de su boca poco antes de que esta explotara al recibir el impacto de la flecha eléctrica, que desapareció al impactar, se giraron, viendo a Kadzuki, ya con el arco desecho y con las espadas en ambas manos. Iracundos, llenos de rabia, al ver a su compañero muerto, tendido en el suelo... O lo que quedaba de él.
Analizó la situación, rápidamente. Dos se encontraban a 15 metros, otro a 17 y el que parecía el jefe, el gigante, a unos 25 metros.
Antes de lo esperado, los más cercanos corrieron hacia él. Ambos con los puños desnudos. Kadzuki, al verlos acercarse, de igual modo corrió hacia ellos. Les superaba con creces en velocidad, además de no poder estar a la altura de un shinobi. Parecían los más nuevos del grupo, los más inexpertos, ya que fueron los únicos que se acercaron en primera instancia a por él, mientras los demás, más cautos y conscientes del peligro que suponía enfrentarse a un ninja, tuviera el rango que tuviera, permanecían algo más lejos, mirándolos, expectantes por determinar la habilidad del defensor del pueblo, para así definir una estrategia clara y favorable para ellos. El primero de todos, el más rápido de los dos temerarios bandidos, al tenerlo al alcance, intentó propinarle un puñetazo en la cara, sin embargo Kadzuki lo esquivó sin problemas, hundiéndole el filo de la primera de las espadas hasta el estómago, momento en el cual llegó el segundo, iracundo y ciego de rabia, intentando de igual modo golpearle, con puñetazos y patadas. Kadzuki las esquivó facilmente, estaba acostumbrado a aquella clase de movimientos, por lo que de un tajo preciso y veloz, aprovechándose de un puñetazo fallido, cortó su brazo a la altura del codo, a lo que el bandolero se retiró, llevándose la mano al muñón. Aunque aquello no le bastó para retirarse, si no que intentó volver a atacar a Kadzuki, ansioso de venganza, pero vio su ofensiva cortada, al igual que su cuello, al encontrarse con la misma espada que le cortó el brazo. Tres vidas sesgadas en menos de tres minutos. Aquello se estaba convirtiendo en una sangría, en un auténtico matadero, donde él era el causante de la pérdida de tantas vidas. Sin embargo, no le había quedado más opción, debido a que de igual manera ellos hubieran intentado acabar con su vida, si hubiesen tenido oportunidad. Los otros dos, el líder, gigantesco, y el otro, el que sin duda era el cerebro del grupo, habían desaparecido mientras duró la refriega, huyendo seguramente al refugio del que provenían. Los aldeanos, habitantes de aquel pueblo, sabían donde tenían los bandidos el escondite, pero no se habían atrevido a ir, debido a que para ellos eran demasiado poderosos. Kadzuki se ofreció voluntario para librarlos de ellos, gracias a que su guarida estaba de camino a Iwagakure, donde tendría lugar el examen de Chunnin.

Apenas quedaban dos días para que empezara el examen, y aún se encontraba en el bosque, salido ya del País del Viento, dirigiéndose a donde se encontraba la guarida de los bandidos. Gracias al entrenamiento proporcionado por aquellas extrañas pesas, heredadas generación tras generación en el clan Hatake, llegó antes de lo previsto al lugar. Sin embargo, todo lo que acaeció desde ese entonces, hasta la llegada de Kadz al examen, es harina de otro costal... O en otras palabras, material para otro post.

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Mensaje por Kirugani Lun Jul 23, 2012 7:21 am

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Mensaje por Kadzuki Hatake Lun Jul 23, 2012 10:43 pm

No, es +300 CCK porque en otro entrenamiento subí otros 100 CCK XD
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