Entrenamiento de Dártirus en solitario

Datos del entrenamiento:

Jutsu a aprender:

Era de noche, cerca de la una de la madrugada. Habían pasado más o menos dos días desde mi último entrenamiento, el de la carrera por la montaña con Shika y Sonzu. Esa noche habíamos cenado en un buen restaurante, para saldar la deuda que tenía con ellas... Y el día siguiente, lo había pasado en el Coliseo, dando a ver al público mi mejoría. Después, por la tarde, había vuelto a casa para descansar... Pues sabía que aún me faltaba un entrenamiento, duro y costoso. Tras estar un par de horas echado en la cama, descansando mi cuerpo y mis músculos, me había dado una ducha fría a las nueve de la noche. Tras el cansancio de dos entrenamientos y un combate en el Coliseo, una buena ducha fría me relajaba y calmaba mis nervios. Era lo mejor para recomponerme, y seguir mejorando. A la media hora había salido del baño, y me había dirigido a la nevera, buscando un cuenco de ramen que había dejado con los crudos ingredientes para preparármelo. No era la cena más sana, pero el caso era ganar algo de energía y no llenar mucho el estómago... Así que me vino de perlas.

De esta forma, tras cenar los fideos instantáneos, había dejado la banda de la villa encima de la mesita de noche, y había salido de casa. A las once de la noche, las calles estaban poco concurridas, pero me encontré a algún que otro conocido, que me saludaron con una sonrisa. Yo, tras corresponderles, seguí mi camino, directo a las puertas de Iwagakure. Esta vez mi entrenamiento sería en solitario, cual lobo renegado de su manada, y en la noche, el elemento preferido del mismo. Por si fuera poco, la luna estaba medio llena, pues era creciente, lo que me daba más ánimos de salir en una noche como la que era. La luz no era tan intensa como la de la noche que estuve fuera con la luna llena, pero se veía muy bien.

Poco a poco, las luces fueron apagándose, señal de que llegaba la hora de echarse a dormir. Sin embargo, me encontré algún puesto ambulante, que dejaba la calle llena de un olor a comida caliente y a alcohol. No eran los sitios más lujosos, pero si no te apetecía quedarte solo en casa, eran los sitios más acogedores. Los dependientes solían ser agradables y cercanos. Mirando la luna, deduje que serían alrededor de las once y media, segundos antes de llegar al final de Iwagakure.

Tras salir de las puertas de mi villa, me dirigí hacia el norte, donde se encontraban las montañas. Días atrás lo había recorrido a buen ritmo, perseguido por los rayos del sol, pero esta vez tenía tiempo de sobra. De hecho, como he dicho, la hora rondaba la una de la madrugada cuando llegué. Estuve una hora y media en el camino... Pero poco me importó eso. El paisaje hacia las montañas era precioso. Saliendo de la villa, a unos minutos, comenzaban a verse árboles solitarios, que alegraban el árido clima de las piedras. Y caminando un poco más, estaba la primera fuente, una cascada natural, de la que siempre era un placer beber. El agua fresca relajaba mi cuerpo, y me hacía sentir el frescor de su naturaleza. Amaba esa sensación...

Después de beber de sus cristalinas aguas, miré a la luna, y seguí mi camino. Caminé bastante tiempo, apreciando la fresca brisa nocturna. En la villa, la aglomeración de viviendas y de gente producía un calor que agobiaba en las veraniegas noches. Pero fuera de ella, en un camino llano, el aire soplaba fresco y suave. No un frescor como el que me gustaría, pero menos daba una roca... Nunca mejor dicho. Así pues, llegué a los páramos que había antes de llegar a las montañas. Eran unas irregulares explanadas llenas de una hierba fresca y verde, en varias tonalidades. Saliendo del camino, me adentré en el páramo, dispuesto a encontrar un lugar tranquilo para realizar mi entrenamiento. Caminar por esa blanda superficie satisfacía mi deseo de naturaleza. Me había criado entre árboles, y cuando mi viejo maestro me había llevado con él, me alojé en su casa, parte de un pueblo que convivía con la naturaleza. Por ello, adoraba caminar por el campo, por los ríos, por los caminos verdosos... Todo lo natural me reconfortaba y me ayudaba a olvidar la tensión de la vida ninja a la que me enfrentaría cada vez más de frente.

Unos minutos después de salir del camino, encontré en el páramo una zona perfecta para entrenar. La irregularidad del terreno había creado una especie de concavidad en la tierra, y en ella, nadie me vería a no ser que se subiera a la verde circunferencia que sobrepasaba mi altura. Mi aspecto era el de siempre: Medía un metro con setenta y siete. Era ligeramente delgado, pese a tener un cuerpo bien trabajado, y mi tono de piel era levemente pálido. Mi largo cabello liso me llegaba hasta la altura del diafragma. El color de este era absolutamente negro, un negro metalizado, que se confundiría con la misma oscuridad de aquella noche. Esta vez, lo llevaba suelto. Mis ojos eran de un color azul verdoso, notablemente oscuros, y las largas pestañas hacían que fueran bastante llamativos. La nariz, fina y recta, y los labios suaves y finos también. Vestía una camiseta negra de manga larga, ceñida y sin adornos. Un pantalón también negro y largo, y las típicas zapatillas ninja, ajustadas. Llevaba mi collar de cuero negro ceñido a la mitad de su cuello, y tres pendientes de aro de plata en la oreja izquierda. En la mano derecha tenía un anillo con un tribal, también plateado.

De esta forma, me introduje en la concavidad, y relajé mi cuerpo, para pensar en lo que debía hacer. Nunca había entrenado un genjutsu, y quería hacerlo bien. Tenía que expandir mi chakra, de tal forma que el enemigo la recibiese y dejase de ver sombras. Con tranquilidad, miré a mi alrededor, y la única sombra que vi fue la mía, pues en los páramos no había árboles o rocas grandes. así que probaría el efecto del genjutsu en mí mismo, dirigiendo su efecto hacia mí, y sabría que lo habría conseguido tras no ver mi sombra.

Así pues, me puse de espaldas a la luna, observando mi sombra y su largura, que al ser temprana la noche, la longitud de la oscura réplica de mi silueta era bastante superior a la mía. Así pues, me mantuve de pie. Porque, obviamente, es lo más difícil, pero en un combate no iba a estar sentado todo el rato. Debía acostumbrarme a no cansar mi cuerpo mientras lo realizaba. Con tranquilidad, me centré en mi chakra, concentrado en mi sombra. Sentía su flujo, su rapidez. Desde luego el entrenamiento del control de chakra me estaba sirviendo para realizar este. Realicé el sello con mi diestra, y comencé a realizar el proceso indicado. Pero poco conseguí la primera vez, pues tras notar cómo el chakra salía de mi cuerpo, perdí la concentración, sacudiendo la cabeza. De nuevo, lo intenté, fijándome en la sombra. Y nada, el mismo resultado...

Y el mismo...

Y otra vez...

Al quinto intento, conseguí sacar el chakra necesario de mi cuerpo, y sudando, hice que avanzase un metro, para volver hacia mí. Cuando el chakra se introdujo en mi mente, noté un pequeño pinchazo en la cabeza, pero poco más. Debía centrarme... Debía hacer que el chakra llevase la información del jutsu, de lo que quería conseguir... De nuevo, lo intenté, esta vez centrado en mi objetivo: Hacer desaparecer las sombras de todo lo que viera. Tenía que invadir la mente del individuo, de tal forma que afectase a su percepción. A lo que percibía por sus sentidos. Confundir esa información en su cerebro...

Tras soltar un suspiro de relajación, volví a concentrarme en mi chakra, su flujo, y en mi sombra. De nuevo, realicé el sello con la mano derecha, y saqué otra vez la parte del chakra correspondiente al jutsu. Hice que recorriera una distancia pequeña para introducirse en mí de nuevo, ya con el jutsu activado. Esta vez, noté cómo mi sombra empezaba a emborronarse... Y cómo me empezaba a doler la cabeza. Al momento, lo deshice. ¡No podía hacer que se notase tanto! Si no conseguía hacerlo sin que la cabeza sufriera un pequeño dolor, mi contrincante descubriría que era un genjutsu. De nuevo, el sello, mi flujo de chakra y mi sombra. Y de nuevo, el mismo resultado...

Y el mismo, durante unas cuantas veces...

Hasta que, finalmente, conseguí no ver mi sombra. Según la luna, serían ya las tres y mucho, y a mí me dolía la cabeza como si me hubieran dado con un martillo... Así que decidí relajarme. Me tumbé en el suelo, y miré a la luna unos minutos, relajando mi cuerpo sudado, y mi cansada mente. Y después de unos minutos, me levanté, decidido. Por última vez, me puse de espaldas a la luna, miré mi sombra, y realicé el sello.

Sonreí.

Al momento de realizar el sello, había dejado de ver mi sombra... Pero sabía que mi chakra había salido de mi cuerpo y había recorrido una distancia mínima. Esa vez lo había conseguido de forma automática, pues de tanto repetir el movimiento, mi mente y mi cuerpo se habían acostumbrado, y sabían lo que tenían que hacer. Además, me di cuenta de que no me dolía para nada la cabeza. Miré hacia todos lados, y no vi mi sombra por ningún lado. ¡Lo había conseguido! De hecho, me di cuenta de que, la pequeña sombra que producían las hojas de la hierba tampoco estaba. De que la redonda elevación que me protegía de la vista de curiosos ya no producía sombra alguna por la luz reflejada de la luna, y de que todo parecía estar más iluminado. Lo había conseguido, sin duda. Mis entrenamientos habían dado sus frutos.

Más contento que unas castañuelas, salí del páramo para volver al camino, y recorrí el camino sin ver una sola sombra. Miraba aquí y allá, pero nada, ni una... Con una sonrisa de oreja a oreja, llegué a la fuente natural, y bebí del agua con los ojos cerrados, disfrutando así su frescura, su suave textura... Tras incorporarme de nuevo, liberé un suspiro de alivio. Fu en ese momento cuando vi que mi sombra había vuelto a mis pies, y que el paisaje estaba lleno de esas pequeñas y oscuras réplicas de cada elemento que tocaba la luz. De nuevo, sonreí, y el lobo solitario volvió caminando a la villa de la Roca, rodeado de sus más fieles amigas: las sombras.

Revisado.