Entrenamiento de Dártirus en solitario

Habilidad a desarrollar:

Cuando se coló el gato en mi piso, eran todavía las cinco de la mañana. Había dejado las ventanas ligeramente abiertas, para que se crease algo de corriente y no tener el aire sin renovarse. Así ayudaba un poco a soportar el calor. El caso es que estaba dormido desde hacía ya unas cuantas horas, y el reloj debía sonar en una hora, más o menos, para despertarme y entrenar antes del amanecer. Pero no había previsto que podrían colarse bichejos de ese tamaño... El gato, negro como el carbón, se puso a caminar por toda la casa, hasta que encontró lo deseado: la bolsa de basura. En ella había restos de sushi y maki, y cómo no, el gato empezó a ponerse las botas. A y diez quedó satisfecho, y fue a marcharse de mi piso, con una barriga tres veces superior a la que traía cuando entró.

Sin embargo, antes de salir, se pinchó con uno de mis kunais, oculto en el suelo, y saltó maullando fuertemente. Qué casualidad, que del salto aterrizó en mi cara, y bufando, comenzó a arañarme. Obviamente yo me desperté por el dolor y el jaleo, y empezamos a darnos de tortas, zarpazos y coletazos. tras un par de gritos y maullidos, se largó a toda leche, y yo me quedé flipando en colores de arco iris. Sangrando por todos lados, me fui al baño con el corazón a mil por hora, y vi que estaba lleno de cortes. ¡Maldito gato! Entre el susto y los arañazos, por poco me mata... Pero aproveché que estaba en esas condiciones, para darme una ducha y empezar antes el entrenamiento. Por ello, me lavé con el agua más fría que saliera del grifo a esas horas de la noche, y tras beber un simple zumo de naranja, me vestí y me fui a entrenar.

Con tranquilidad, me dirigí a las puertas de Iwa, donde montaban guardia dos jounnin. Tras saludarles y ellos corresponderme, salí de la villa, dispuesto a mejorar mis condiciones en batalla. Caminé a buen ritmo, estirando los músculos, y llegué por fin a la zona en la que había desarrollado mi última técnica de rango C. Al contrario que la otra vez, buscaba una superficie lisa y vertical, sobre la que podría realizar el entrenamiento. Así, me planté ante el muro que rodeaba la villa, y miré su altura con curiosidad. Debía subir sin caerme, y mantener el equilibrio estando en posición horizontal.

Después de suspirar con confianza, empecé a acumular chakra en mis piernas. Luego, por debajo de mis rodillas, y luego mis pies. No estaba acostumbrado a trabajar el chakra en esa zona, por lo que tardé un poco más de lo normal en conseguir mantenerla sin despistarme. Finalmente, subí un pie al muro, plantando su base en la pared. Con paciencia, puse todo mi empeño en crear un efecto de absorción en el chakra, de tal forma que trabajase como una aspiradora, quedando así pegado a toda superficie lisa. Poco a poco noté cómo mi pie se iba fijando en la pared, pero no lo suficiente como para mantenerme. Con el pie aún plantado en la pared, fruncí el ceño. Mantener ese sistema de absorción con el chakra, mientras me esforzaba por no perder el equilibrio al cansarme, era duro. Finalmente, noté que mi pie se había fijado a la pared, y decidí que era el momento de pasar a lo difícil.

Al principio tuve algo de miedo, no dejando caer mi cuerpo hacia atrás, pero poco a poco fui completando el ángulo de noventa grados para quedar en horizontal. Estaría a unos treinta centímetros del suelo, con un pie en la pared y el otro apoyado aún en el suelo, pero de muy poca ayuda. Mantener todo mi peso en una pierna no era fácil, y muy cansado. Con decisión, subí el segundo pie, y realicé el mismo proceso que con el otro, pero de forma más rápida al haber deducido la macánica. Y finalmente, me encontré fijado a la pared, en horizontal.

Obviamente, eso era lo fácil. Ahora quedaba andar, y poder realizar un efecto de ventosa con cada paso. Con tranquilidad, despegué el primero que había sujetado a la pared... O lo intenté. Lo había fijado completamente, pero ya no se despegaba. Me encontraba fijado perfectamente a la pared, como si me hubieran fundido con la piedra... Pero no podía moverme. Y para colmo, tampoco podía mover el más reciente. Estaba atrapado en la pared sin poder deshacerme de ella. Y el cansancio de mantener mi peso me estaba agotando. de primeras, tenía que relajarme, así que dejé caer mi cuerpo para acostarme en la hierba, dejando el cuerpo muerto y los pies sobre la pared, pegados de una forma inexplicable.

Mirando al cielo, observé que serían ya cerca de las seis y media. Había estado una hora fuera de casa, y no había conseguido más que pegarme a las paredes. Pero achaqué eso a mi complejo de Spiderman. Por ello, decidí ponerme en serio, y terminar antes de que saliera el sol. Respirando con paciencia, cerré los ojos, y me concentré en mi chakra. Poco a poco, la conseguí retirar de mis pies, y al final noté que caían al suelo, despegándose así de la pared. Por fin, podía seguir mi entrenamiento.

De esta forma, en el suelo, tumbado, seguí con los ojos cerrados, y puse ambos pies sobre la piedra de nuevo. Creé el efecto de aspiradora, esta vez más suave, pero sin perder intensidad. Y tras notar que al fin estaba sujeto, realicé de nuevo el esfuerzo que me mantendría en horizontal. Poco a poco, fui despegando y pegando mis pies al muro, de tal forma que avanzaba de veinte en veinte centímetros. Eso era lo máximo que me dejaba mi cuerpo, al menos hasta tener más confianza. Sin embargo, pasó algo que siempre recordaré cómicamente. Mientras subía lentamente por el muro, vi acercarse una sombra negra, pequeña. Poco a poco, desde lo más alto, llegó hasta donde yo estaba, y cuál fue mi sorpresa, al ver de nuevo al endiablado gato que me había despertado entre arañazos y bufidos.

Él tampoco parecía haberse olvidado, pues en cuanto me vio, se erizó su pelaje. Iba a bufarme, cuando se dio cuenta de la situación. Ágil y sigiloso, saltó hasta mi abdomen. Yo intenté moverme y tirarle de encima, pero el cansancio me había debilitado, y mis movimientos eran torpes y kenkosos patosos. Con una mirada triunfal suya, y una de terror en la mía, se acercó a mi cara, y lamió mi nariz. Yo me quedé confuso, sin saber qué hacer, pero una sonrisa maliciosa apareció en su rostro, y terminó de adornar mi cara con el resto de arañazos que no me había regalado por la mañana. Por ello, me caí al suelo, perdiendo la concentración. Mientras caía, el gato dio un gran salto, encaramándose a lo alto del muro, y se marchó victorioso mientras yo me desangraba en el suelo. Maldito gato de los cojones las narices...

Pero no iba a detenerme por ello. Tras marcharse, repetí el proceso, tranquilo esta vez y bastante molesto en cuanto a mi cara se refería. Y cuando llegué al final, me dispuse a bajar. Con esfuerzo, me giré en horizontal, y me encontré con la fuerza de gravedad empujándome de tal forma que como me despistase, me comería el muro, y me partiría el tobillo por la presión. Poco a poco, y con mucho esfuerzo, conseguí bajar. Sudando, a cuarenta centímetros del suelo, me dejé caer, para poder descansar, jadeante. Al menos, había aprendido a caminar lentamente. A partir de ahí, debía ganar confianza y hacerlo más seguido.

Así pues, procedí a realizar el mismo objetivo, pero en menos tiempo, a mayor velocidad y a mayores pasos. Y poco a poco, fui limando mi técnica. Al principio costó lo suyo... Pero con constancia, uno aprende a manejarse. Comencé alargando mis pasos, y automatizando el proceso de sujeción mediante el chakra. Eso fue lo primero que conseguí domar. Me costó dos viajes de ida y vuelta a lo alto del muro, pero finalmente lo hice de forma automática. Tras automatizar el sistema, todo fue más sencillo: con rapidez, conseguí dar más grandes los pasos, y aumenté la velocidad gradualmente. Después conseguí subir y bajar sin apenas esfuerzo, y poco a poco, terminé por acostumbrarme.

Pero aún me quedaba acostumbrarme a realizar esos mismos procesos estando de pie. En un combate no iba a tumbarme y preparar mis pies para realizar la subida... Así que me aparté del muro, unos pocos pasos. Y como quien no quiere la cosa, me puse a caminar hacia la pared de piedra. Antes de llegar, levanté un pie, realizando el contacto con la piedra, y después puse el otro para fijarme al muro. Y después me di un porrazo de primera. ¡Vaya que si me di! Al poner el segundo, el equilibrio se me fue, y mi cuerpo, en vez de quedar horizontal, se dobló del todo hasta darse un cogotazo contra el suelo. Por suerte era césped, así que no fue grave, tan sólo molesto.

Así pues, me aparté de nuevo. Mirando hacia el muro, comencé a caminar hacia atrás, concentrándome en la distancia que no separaría y la que debía recorrer. Sin embargo...

Mientras caminaba hacia atrás, noté una especie de bicho subir por mi pierna, una especie de serpiente, que se enroscaba a mi pierna y subía por detrás... Me giré para verlo, y ¡sorpresa! Eran los rayos del sol, que ya había salido por el horizonte, y poco a poco iba ganando terreno. Aunque lo de poco a poco... Es una locura, pero yo cuento lo que vi en ese momento: yo comencé a correr hacia el muro, huyendo de la luz, y el sol al darse cuenta, comenzó a perseguirme para arrastrarme hacia ella, a toda velocidad, casi pillándome. No tenía otra escapatoria... Debía trepar por el muro. Saltaría, y me agarraría con los dedos arriba, para luego hacer fuerza y trepar. Pero para cuando me quería dar cuenta, el muro ya había desaparecido. ¿Dónde estaba?

Obviamente, la respuesta era sencilla. Al haber automatizado el proceso, y haber entrenado sin descanso, había comenzado a correr por el muro sin darme cuenta, con una perfección y naturalidad de los cuales luego me asombraría. Pero en ese momento, lo único que me importaba era el sol. Corrí pues por el muro, y al llegar al borde, realicé un ángulo de noventa grados con todo mi cuerpo, para dar un paso, y realizar otro ángulo de noventa grados, quedando así al otro lado del muro, corriendo hacia el suelo. A dos metros del mismo, me impulsé en la pared, y salí despedido como si me hubieran lanzado cual flecha desde un arco. Di una voltereta para no partirme el cuello, y tras la voltereta me levanté por la misma inercia, continuando con la carrera directo hacia mi casa. Todo esto, con una sonrisa de adrenalina en mi cara, una sonrisa poco característica, pero alegre y divertida.

De esta forma, gracias a la persecución que la luz me tenía jurada, conseguí aprender a caminar por las paredes.

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