Entrenamiento de INT

Habían pasado unos días desde la anterior vez que fui a las montañas intentando ampliar mis conocimientos en general, practicando mi ortografía y vocabulario léxico con ayuda del diccionario. Estaba algo desgastada respecto al uso de las palabras y me costó escribirlas correctamente, pero las debidas rectificaciones me ayudaron a abrirme en la materia. Esta vez iría a hacer algo semejante que la anterior, pero más complicado, ya que no lo había realizado nunca antes. Escribiría la historia del hada protectora del bosque, aquella de la que tantos hablaban y nadie conocía. Ya era hora de que alguien la agradeciera de esta forma todo lo que hacía.
Me desperté temprano, intentando así coincidir con cada pequeño detalle entre la noche y el día que solo a estas horas quedaba visible: el búho que iba a descansar cuando las tinieblas ya no le podían resguardar, el águila que surcaba los cielos, las gotas de rocío que cubrían las hojas y los pequeños animales que se beneficiaban de ello. Incluso las hormigas a las que tanto miedo guardaba las miré con especial cariño en esa mañana.
Al llegar junto a la cascada que tantos recuerdos me traía, cuyo sonido del agua contra las rocas me había acompañado en tantos entrenamientos, no pude contener una sonrisa de recibimiento. Ya solo me quedó introducirme en la fría agua, con el pantalón recogido para que no se mojara, sentándome en una de las piedras que había en el centro del lago en posición india, y saqué el cuadernito que usaría de ahora en adelante si esto no se me daba demasiado mal. Pensé en el comienzo, pero todos me parecieron muy comunes.. Erase una vez, en un país lejano... Muy comunes para mi gusto.

Mucho antes de que los hombres aparecieran para destruir los lugares sagrados, aquellos donde se pueden escuchar los espíritus del bosque, ya existía la magia. Algunos seres la poseían y podían crear con ella cosas beneficiosas, siempre como ayuda para las otras criaturas con las que convivían. Aunque otros, que ni siquiera merecen ser recordados, cegados por el poder y la codicia hicieron mal uso del don que les habían concedido.
Todo era un lugar árido antes de que ella llegara. Se deslizó como un ángel salvador sobre los desiertos parajes dejando el destello de su aura verde allá por donde pasaba. Muchos no pensaron que pudiera hacer las maravillas que concedió, pero a pesar de su pequeño tamaño tenía un corazón muy grande, que dejaba insignificantes a los que la subestimaban.
Se posó sobre las Montañas, y el lugar marrón y seco que antes era atrapó sediento la vida que ella le concedía. De sus manos nacieron los árboles, unos altos y frondosos, cuyas hojas ofrecían refugio a todo aquel que quisiera, otros más pequeños que seguían el camino de sus semejantes. Plantas crecientes del suelo que adornaban con colores pastel cada paso que dabas. Las cascadas y los lagos que daban tranquilidad al sitio, con el constante silbar del agua cayendo sobre las piedras, que formó las primeras estrofas. La agradecida melodía de los pájaros, los movimientos de las hojas agitadas por el viento y la rutina de los animales que fueron tomando lugar lo acompañaron, creando su propia canción, única y especial.
En esos momentos muchos se paraban a escucharla, y la bella Hada miraba fascinada su creación. Cada día, sin faltar a ninguno, hacía recuento de que todo estuviera en su sitio. De que las setas crecieran cómodamente, el árbol fuera lo suficiente confortable, las hormigas consiguieran sus reservas, el señor búho pudiera dormir a gusto, incluso que los ciervos pastaran a su antojo. En definitiva: procuraba que cada una de las notas estuviera bien escrita.
Y lo estaba, realizaba un gran trabajo. Pero a veces ocurrían cosas que no estaban en su mano... Algunos miraban aterrorizados como la liebre era presa del águila, el lobo se comía al cervatillo, que este a su vez devoró anteriormente las perfectas plantas que crecían.
Le pareció una masacre, ella que había creado vida ahora se daba cuenta de que también daba la oportunidad de quitarla, y pensó que eso era horrible. Se pasó días llorando, creyendo que había hecho mal, tachándose de mala influencia, pensando que no servía para nada... Y entonces la vida se fue apagando, ya no iba cada mañana a hacer una rutina para asegurarse de que todo estuviera bien, pues nada le parecía tan maravilloso como antes. En una ocasión intentó solucionar aquello que estaba quitando, pero las tinieblas que cubrían su corazón lo destruyeron aún más.
Tenía el alma dolida, y le costaba dejar su perfecto mundo atrás, pero más aún ver como ella misma apagaba cualquier pequeño brillo. Se alejó del lugar, estuvo caminado durante días, hasta que cayó rendida de nuevo en un paisaje yermo. Rehuyó el levantarse y se dejó morir, pensando que ese sería su destino, pero algo cambió el recorrido del que creía que no saldría. Un animal magullado por los caminos de la vida se aproximó a ella y la cargó en su desgastado lomo, que dejaba ver una vida llena de desdichas.

"Déjame aquí, no traigo más que problemas, te haré mal"

Le advirtió el hada, pero el animal no hizo caso, y sin mediar palabra le llevó a su hogar. Este estaba construido entre unos arbustos a los pies de un estanque, era pequeño, pero no le importaba compartirlo. La fue cuidando y no se separó de ella ni un momento, sabiendo que necesitaba su ayuda. Cuando se recuperó lo suficiente para verle y recuperar la consciencia, advirtió que era un pato lo que la había salvado. La criatura estaba con bastante mal aspecto, y le preguntó que era lo que le había ocurrido. Él la contestó que la vida se estaba agotando, el corazón que sostenía todo lo que conocían se había apagado y todos iban cayendo, consumiéndose lentamente, a lo que el hada respondió que ella no podía hacer nada, pues el Sol era su único alimento, y se había caído del cielo, cubriéndolo en la más inmensa oscuridad.
Pero el pato no se conformó con su respuesta, y la llevó por los caminos del bosque para que viera lo que estaba ocurriendo. Nada parecía igual, no eran sus ojos oscuros los que la mostraban aquella visión, la vida se apagaba de verdad, y nadie podía hacer nada por evitarlo. El hada rogó al pato ayuda, le preguntó que debía hacer, a lo que este respondió que solo ella tenía la solución, que su cielo volvería a brillar si contemplaba lo maravilloso que había en cada rincón. Y él la enseñó a verlo, la demostró que no era todo malo, que igual que la vida se apagaba también volvía, la mostró lo bonito de este mundo. Que por muy larga que sea la tormenta, el sol vuelve a brillar entre las nubes.
Renovada el hada se lo agradeció, y devolvió toda la vida que había quitado sin darse cuenta, hizo que su aura sanadora se desplazara por todos los lugares y los bañó en una inmensa calidez. Todo volvió a ser como antes, todo menos el pato, que seguía igual, a lo que esta preguntó que ocurría para que él no estuviera en perfectas condiciones. Este rió a su propia suerte y dijo que había renunciado hace mucho a todo eso, que no había nada que pudiera cuidar ya su desgastado corazón.
Devolviendo todo lo que había hecho por ella, le cuidó, estuvo con él en cada momento y recorrió de nuevo los lugares que ella creaba, volviendo a ver que todo estuviera correctamente, orgullosa de su creación, recordándolo a cada instante que era gracias a él. Pero un día no pudo más, el pato se fue con ella a su sitio especial, a aquella colina que tenía vistas perfectas del lugar, y arropó a ella entre sus alas. Antes de irse, cuando su alma ascendía hacia los cielos, la llamó:

"María, mi elegida, gracias por dar un nuevo sentido a mi vida"

Al terminar esas palabras, simplemente sonrió... Y se dejó llevar por la suave brisa que meció sus cuerpos en la última caricia de la Primavera. María puso una de sus plunas en su pelo, guardando así al único que le demostró todo lo que valía, a aquel que le dio un nombre... Al que le demostró que era la elegida, y que ella también valía.
Aún hoy sigue cuidando el bosque, y la podrás ver, en cada lugar, dando una brizna de vida allá por donde va.


A pesar de que tuve que mirar varias veces el diccionario, poner algún que otro tachón para corregir las frases y darle el sentido que quería, no me costó demasiado. El bosque me contaba la historia que yo plasmaba en las hojas de papel, y no pude evitar sonreír, pensando que yo tenía una persona también que había dado una nueva esperanza a mi vida, a la que cuidaría y protegería con todo mi ser. Que a mi alguien también me había devuelto la esperanza. Así llegué a casa, mientras en mi cabeza solo resonaba un nombre, mecido entre las hojas, cayendo con el agua, susurrado por el viento: María...

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