Demostrar de lo que soy capaz...[Saga personal]

La furia de los mares llevaba años azotando las costas de todo el mundo con una fuerza sobrenatural. Nadie sabía por qué, a ciencia cierta, pero en el País de la Niebla se decía que el día que el primer Mizukage desapareció, su heredero partió hacia la costa y liberó un mal asesino, con la intención de que su maestro no saliera vivo del mar, medio que tarde o temprano debería atraversar para salir del País del Agua. Probablemente fuera una exageración popular, sin envargo el motivo no cambiaba la situación. El mar embravecido, los vientos aullantes, la colosal tormenta que todo cubría. Nadie estaba lo suficientemente loco como para salir a la mar en los días en que la eterna tormenta amanecía tan violenta, sin envargo una pequeña embarcación surcaba las colosales olas como un niño corriendo por las colinas. A cada golpe de la mar, la nao se tambaleaba y crujía violentamente. Hacía tiempo que el capitán había ordenado plegar la vela mayor, y tan solo se movían empujado por las dos velas de menor tamaño, pero mayor manejabilidad, por miedo a que el palo mayor se partiera y los hundiera al fondo del océano. Sin envargo, parecía que su destino era el mismo, independientemente de lo que hicieran, pues las olas, que creían por segundos, amenazaban por volcar el barco como si de una cáscara de nuez se tratara.

En la proa del barco, ajeno al ajetreo que se desarrollaba a su alrededor y a la fuerte lluvia, una figura envuelta en una capa larga de color claro escrutaba la inmensidad sin temor ni preocupación alguna. Si alguien mirara sus ojos a través de la densa cortina de agua que caía de los cielos, más bien podría haber encontrado irritación, y enfado. Su rostro quedaba cubierto por una placa ovalada que le cubría la nariz y la boca, mientras que el resto de su cabeza quedaba oculta bajo una capucha ceñida que tan solo mostraba sus azules y penetrantes ojos. La parte superior de su cuerpo vestía una prenda holgada, ajustada en la cintura por una faja y en el antebrazo por unos brazaletes del mismo material que la máscara. Sus manos estaban revestidas por unos guantes de resistente cuero, con el mismo color que el resto de sus ropajes. Sus piernas vestían un simple pantalón holgado rematado por unas botas de viajero. Aunque su atuendo estaba empapado, él no parecía tener frío, y si uno se fijaba bien, los ropajes, más que absorver el agua, la dejaban resbalar, como si estuviera aislado de la humedad y el frío de alguna manera. La capa, que remataba sus vestimentas, arremolinándose en su cuello a modo de bufanda y ondeando al viento con furia, parecía estar hecha del mismo material que el resto del uniforme. Una curiosa vestimenta para un viajero, seguramente los bandidos le hubieran atacado varias veces, pero él se mantenía sin temor frente a aquel maremoto constante en que se había convertido el mar del este.

Uno de los marineros se acercó al hombre, con miedo en la mirada y la cabeza gacha, y se dirigió a él lo más alto y claro que pudo. Seguramente el hombre le escuchara, sin envargo, cualquier otro que hubiera intentado oirle se hubiera visto frustrado por el aullido del viento. El hombre, que era más alto que el marinero, aunque menos fornido, asintió con la cabeza y siguió al lobo de mar hasta el castillo de popa, entrando en el camarote del capitán.

En el camarote del capitán, Asuke pudo resguardarse de la lluvia y el frío momentáneamente, dejando que sus ropas comenzaran a secarse al calor de la lumbre. Dos pequeños hornillos caldeaban el ambiente, tratando de alejar el frío penetrante que anidaba en los huesos y te dejaba tieso como un muerto. En Señor de la embarcación era un hombre fornido, seguramente tras más de veinte años de navegación, de músculos prietos y cabello negro cortado casi al cero. Lucía varios tatuajes bastante reveladores, por lo que cualquiera podría haber pensado que era o había sido pirata, pero al dueño no le importaba. Había sido el único marino tan loco o estúpido como para embarcarse en dichas condiciones y Asuke necesitaba urgentemente volver a Sunagakure. Mantuvo una charla educada con el hombre durante un par de minutos hasta que un niño de cabello oscuro les interrumpió, entrando como alma que lleva el diablo farfullando no sé que cosa sobre algo que se acercaba. Cuando el ninja escuchó sus palabras, inmediátamente salió del camarote ajustándose los guantes y quitando el tapón de la calabaza que llevaba en la espalda. EL niño preguntó por la identidad del misterioso personaje, a lo que el Capitán respondió con una severa mirada.

-Ése hombre es el dueño de la embarcación, y quien ha propiciado nuestra partida. Tu dinero va a parar a sus bolsillos.

Por otra parte, Asuke escrutaba el horizonte, entrecerrando sus ojos azul celeste, tratando de discernir algo entre la cruel oscuridad de la tormenta, cuando un brusco temblor sacudió todo el barco. Algo les había golpeado desde abajo, y no podía ser nada bueno... Corriendo hacia la otra punta de la nave, el shinobi tampó su calabaza, pues en estas condiciones los jutsus de su clan servirían para poco, tendría que conformarse con sus elementos. Cuando el hombre llegó a la baranda, pudo ver finalmente a su enemigo. Un colosal depredador de dientes afilados se dirigía de vuelta hacia el barco. Debía medir al menos veinte metros de largo, pues su aleta de tiburón se alzaba sobre el agua casi cuatro, y por la estela que dejaba en el agua y su velocidad, era un animal enorme. Sin pensárselo dos veces, Asuke hizo una secuencia de sellos con ambas manos y de entre sus labios comenzó a fluír un enorme tornado que tomó la forma de un dragón. El temporal se encrudeció en los alrededores, arrancando varios postes y parte de la barandilla cuando el dragón se dirigió directamente hacia el ser que estaba ya a menos de treinta metros del barco, con las titánicas fauces abiertas, mostrando decenas de filas de grandes dientes triangulares. El dragón avanzó directo hacia las fauces de la bestia, probocándole a ésta cientos de cortes por la potencia del viento que le rodeaba, haciéndole saltar dientes y carne por igual. El Tiburón gigante cerró la mandíbula con un poderoso chasquido , lo que produjo la detonación final del dragón, causándole cortes que traspasaban la boca y llegaban al exterior.

La bestia se sumergió con un bramido de dolor y tiñendo la mar de carmesí, un segundo antes de golpear el barco, sin envargo Asuke sabía que no estaba acabada, y que volvería a acabar con su presa. Preparándose para ello, volvió al camarote del capitán y le ordenó evacuar el barco, huyendo todos en los botes salvavidas lo más rápido posible. Una vez dada la orden, Asuke sacó un paquete lleno de varias herramientas y se puso en camino a la bodega del barco...

-Ése hombre es el dueño de la embarcación, y quien ha propiciado nuestra partida. Tu dinero va a parar a sus bolsillos.

Una respuesta clara y concisa por parte del capitán, mientras que el supuesto dueño de la nao salía del camarote para ver aquello de lo que les venía a hablar, mientras que destapaba una especie de calabaza que llevaba en la espalda


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