Demonio Negro VS Ángel Negro. [strike]Fiesta gótica[/strike]

El olor a sangre, aún sigue impregnado en las rocas de aquel lugar. Y, aun así, algunos, estúpidos, o quizás más esperanzados como yo, seguimos defendiendo ese trozo de tierra quemada. Con el pelo atado, con aquella cinta negra que Hiaji-sama me había regalado, caminaba, quizás sin rumbo por las ruinas. No hacía mucho que había llegado, la casa de Kyouta, el amigo de mi abuela, seguía siendo demasiado pequeña para mis grandes estudios. Realmente no sabía por qué seguía luchando por aquel lugar. Quizás, porque fue el lugar que me vio nacer, crecer, aprender, ganar y perder. También cometí errores, salve vidas… Aunque también perdí las vidas de muchos. Perderlas, delante de tus propios ojos, pudiendo saborear en el aire la propia muerte, tocando, con tus propias manos el cuerpo de alguien que algún día, antaño había sido una gran persona en tu vida. El viento soplaba aquel día. Y mis pasos, me había llevado hasta las puertas de las derruidas villas, donde me paré, mirando lo que hace ya más de quince años fue el campo de batalla que decidió el futuro de Kirigakure. Aunque yo, ni siquiera pude protegerla. Cuando llegué de aquel templo bajo el mar, ya no quedaba nada. Tan solo un cadáver decapitado y escombros. Cierto… Aquel fue el día que conocí a Taiki, mi pequeño cadáver. Si me paraba a pensarlo había sido un buen conejillo de indias para mis experimentos. Aunque eso ya había pasado.

Sin embargo hoy tendría que cambiar mi vestuario, de nuevo, pues había retado en combate a un chico, del cual solo conocía su nombre, aunque eso no importaba, ese “demonio negro” no me intimidaría, no ahora. Giré levemente la cabeza, mirando de nuevo las ruinas de Kiri. Hoy sería un gran día. Di el primer paso, dando comienzo al viaje que me llevaría al coliseo de batalla. Cuando, finalmente llegué, pasé, como siempre por el vestuario, tendría que tapar mi identidad, como era una norma estricta, así que no le di mucha importancia y me puse la ropa que usaría. La chaqueta negra ajustada que llevaba era larga, y cubría todos mis brazos, en los bordes de su cuello, estaba forrada por plumas negras que dejaban un toque de elegancia sobre ella. Un pantalón y unas botas del mismo color. Las botas altas de tacón, que siempre había llevado y que aún me acompañan. Entre las plumas negras, se podría ver un pequeño colgante con forma de “Ala” de color rojo, el mismo rojo sangre que poseían mis uñas. Mi pelo, sujeto por la cinta negra de Hiaji, y mi rostro, tapado por una máscara blanca de marcas rojas, por la que se podían ver mis ojos, y su color la máscara partía desde mi nariz hacia arriba, dejando mi boca al descubierto. En mis piernas, llevaba las pequeñas fundas de Kunai, donde guardaba en cada una un kunai distinto. El porta armas grande lo llevaba por mis caderas, en la zona de atrás, haciendo así del porta armas grandes un material útil al que recurrir rápidamente. Con todo el equipo preparado y listo para luchar, cogí mi último complemento, unos guantes negros que me pondría a medida que las puertas que daban lugar al gran campo de batalla se abrían ante mis ojos. La batalla daría comienzo dentro de muy poco. Mientras mis puertas se abrían, por el filo que estas dejaban podía ver como las puertas de mi contrincante se abrían al mismo tiempo. Cuando se acabaron de abrir, entré, avanzando tan solo cinco metros desde mis puertas, dejando el suficiente espacio como para que estas se cerrasen. Cuando ambos estuviéramos en el campo de batalla, un aullido de ánimos y otro de burlas, se desprendería de los espectadores, sonreí para mí misma, puesto que a la distancia a la que estábamos mi contrincante no conseguiría apreciar mi sonrisa.  Finalmente y para calmar mi cuerpo y relajar mis nervios, metí mi mano derechas en el porta armas grande, sacando una pequeña píldora del soldado, la cual coloque entre mis dientes manteniéndola ahí por un instante, y luego, la empuje grácilmente con mi dedo índice, metiéndola en mi boca. La mordí con rabia y me ajusté los guantes, luego puse mi mano derecha en la cadera correspondiente, posando el peso de mi cuerpo sobre la pierna derecha y adoptando una postura más cómoda  preparándome para realizar mis ofensivas en cuanto lo viese oportuno.

Finalmente, como si de un leve susurro las puertas se cerraron. Un leve clack, que sonó por toda la arena, dio señal de que ahora, estábamos cara a cara en aquella pelea, y de no ser por la bulla de la gente que nos miraba expectantes, no se escucharía nada. En mi boca, aun saboreaba el sabor amargo, y a la vez dulce que la píldora del soldado me había dejado. Me tomaba aquellas píldoras para tranquilizarme, y controlar mi temperamento, además, su sabor me recordaba irremediablemente al té negro que mi abuela me preparaba. Al parecer mi contrincante había caminado hacia delante, aproximadamente diez metros, que sumados a los metros que yo había avanzado, hacían un total de quince. Reduciendo así, la distancia entre nosotros a ochenta y cinco metros. A aquella distancia, todavía, ambos veríamos borrosos al otro, así que decidí avanzar, tranquilamente quince metros, quedando entre ambos setenta metros. Los suficientes como para que mis ojos pudiesen analizar al chico.

Volví a sonreír, sin despegar mis labios, una sonrisa fina y para nada necesaria en aquel momento. A mi derecha, había uno de esos árboles que estaban allí para ocupar espacio desde mi punto de vista. Sin apartar mis ojos rojos del joven, comencé a caminar hacia el árbol. Acaricié su tallo, y finalmente golpeé su tronco, haciendo que el árbol cayese hacia delante, y que al caer, sus ramas se partieran. Una vez  había acabado con el árbol, hice un sello con ambas manos, el cual solo me llevaría 0’5 segundos en hacer. De mis poros, de todo mi cuerpo comenzó a surgir una pequeña neblina o vapor, que se comenzó a condensar en distintos puntos del lugar a mí alrededor. Unos instantes después, habían diez Nana’s más, a parte de la original. Cada una de ellas apareció a mi lado, haciendo que a mi lado derecho hubieran cinco Nana’s y a mi lado izquierdo otras cinco. Las cinco nanas de mi izquierda se colocaron enfrente de mí, haciendo así una “barrera” mientras que las otras cinco comenzaban a avanzar, caminando hacia mi contrincante. Yo, quedaría oculta por los cinco clones que me tapaban. Un segundo después,  las diez Nana’s correrían hacia mi enemigo, sin embargo yo ya habría desaparecido para él. Los clones, en cinco segundos, habrían recorrido cincuenta metros, quedando a veinte metros de mi oponente, metros en los que ahora, comenzarían a rodearle.