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Erik Lycan vs Limomalo
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Erik Lycan vs Limomalo
Aquella noche, desperté en un páramo. Una bella colina verde y fresca, en contraste con el calor de julio, mes en el que nos encontrábamos y que estaba avanzando a grandes y cálidos pasos. Estaba a tres kilómetros de mi villa, la Villa Oculta de la Roca. Una villa con gente amable, shinobis cercanos y un Kage joven, pero un gran Kage, por lo que parecía. La razón de por qué me había dormido allí, no la recordaba con exactitud... Supongo que fue por el calor y el cansancio. Alguna insolación, o algún golpe de calor. El caso es que había salido a ver los alrededores de la villa, y por casualidades del destino llegué a parar a un pequeño jardín del Edén. Con tranquilidad, me erguí, muy lentamente. Muy lentamente... Hasta quedar sentado en la hierba, mirando al cielo con serenidad. La luz nocturna que proyectaba la luna me mostró dónde me encontraba: una pequeña pradera verde, con árboles aquí y allá, de forma aleatoria, y un arroyo pequeño a unos metros de mí.
Con la palma de una de mis manos, acaricié las puntas de las suaves hojas de hierba. Notaba como, al pasar suavemente mi piel por ellas, me llevaba su frescor y su suavidad. Una sensación increíble, adquirir la esencia de lo que se toca... Me hizo sentir poderoso y débil a la vez. Pues aunque en ese momento pudiera disfrutar de algo que podía tener... Sabía muy bien que cualquier conflicto me lo podría arrebatar. Sin duda, el tesoro más valioso para la humanidad, y para tod ser vivo, es el recuerdo de lo querido.
Mientras, mis ojos miraban al cielo, observando las estrellas que relampagueaban en el firmamento. Esa noche parecían estar más bellas que nunca. La luna, llena, me hacía ver los recovecos de la colina con la luz que desprendía hacia el lugar. Entre los árboles había pequeños animales acostumbrados a vivir en esas zonas rocosas, que les esperaban a unos metros de donde se encontraban. Sin duda, también habían acudido a relajarse al lugar... En las ramas pude ver a un par de ardillas que también miraban a la luna, y en el arroyo, unos peces jugaban a saltar por el cauce del mismo. La verdad es que encontrar esa pequeña zona verde había sido una suerte increíble.
Pero debía ponerme en marcha. En poco tiempo comenzaría mi combate, y debía estar preparado.
Con tranquilidad, me levanté del todo, despidiéndome antes del frescor de la hierba con una última caricia y una mirada de confianza a la luna. Con la luz que proyectaba, creaba sombras por doquier, y embellecía mi figura, todo con una luz suave, débil, y blanca... ¿Significaba eso que tenía su apoyo? ¿Serían las sombras un mensaje de ánimo? En cualquier caso, ya se lo preguntaría tras el día de mi muerte. Con tranquilidad, me acerqué al arroyo, y bebí de sus cristalinas aguas, ayudándome de mis manos. Si era potable o no, no lo sabía, pero desde luego sabía a gloria. Su frescor y el alivio que me dio no me lo daría nungún otro agua. Tras una fina sonrisa, que se realizó desde el borde de mis labios, me di la vuelta sin mirar atrás, comenzando a caminar en dirección al combate. Al rato dejé atrás al último árbol del pequeño paraíso, y comencé a caminar por terreno rocoso.
Con una tranquilidad extrema, llegué al lugar indicado: el Coliseo. Tras justificar mi falsa identidad, me dejaron pasar al vestuario, y entré sin dudarlo un segundo. Al parecer, iba a combatir en un campo especial, que nunca antes se había visto. Eso me daba ánimos. Si era un campo nunca visto, ambos estaríamos en igual posición. Aunque... Reconozco que estaba algo nervioso. Limomalo... Un gladiador catalogado dieciséis niveles más que yo, con ninguna derrota en sus estadísticas, y una experiencia que me daba vergüenza comparar con la mía. Desde luego, no iba a ser un combate fácil...
Pero no lo daba por perdido. Era difícil, y eso era lo que siempre había buscado: dificultad. Fallos, errores, dolor... De esas cosas, aprendía cada vez más, y me hacía más fuerte. ¿Qué importaba una estúpida clasificación de prensa por niveles? ¿O que tuviera más experiencia? Ambos éramos gladiadores, que luchábamos por diferentes causas, pero ninguno sabía nada del otro, y tampoco del campo. Estábamos en las mismas condiciones. Él podía tener más recursos, pero yo tenía mi cabeza, y no me hacía falta nada más. Con astucia y una buena estrategia, le ganaría. Con esfuerzo, dolor, y a costa de lo que fuera... Pero ¡ganaría!
Así que tras tomar confianza en mí mismo y llenarme de seguridad, me vestí como supuse que sería lo mejor. Tras ello, cerré los ojos, respiré profundamente, y los volví a abrir, con el fuego de la victoria ansiando ser liberado en ellos. Al momento me puse a caminar por el pasillo de los vestuarios, y llegué a mi habitáculo. Esta vez era una puerta opaca, seguramente la misma que la de mi contrincante... No veríamos el campo hasta salir al mismo. Sin embargo, sabía que mi turno era el primero, o eso me habían dicho los guardias del Coliseo. Así que tras abrirse la puerta, salí sin temor, decidido a machacar a mi oponente. Nada más salir, me quedé de piedra, deteniéndome en el umbral de mi puerta y observándolo con incredulidad.
El campo era un ortoedro, con una base cuadrada de doscientos metros de lado, y una altura de treinta. Las paredes, el suelo y el techo estaban hechos de un material negro e irrompible, totalmente opaco... Supuse que el público nos vería por algunas cámaras que estarían repartidas en el escenario, ocultas e inlocalizables. Cubriendo el suelo del material negro, había arena en algunas zonas, para hacernos notar que seguía siendo un combate de ese estilo. Pero eso no era lo mejor... En cada vértice del cuadrado superior había dos potentes focos de luz blanca que inundaban la superficie del escenario, chocándose contra las figuras que había por el extraño y negro suelo: había repartidos árboles y rocas, con piedras pequeñas, medianas y grandes, y alguna que otra rama por el suelo. No se podía dar cinco pasos sin encontrarse un árbol o una roca... Esto impedía que viese a mi adversario, cuya puerta se encontraba en paralelo a la mía. En el centro había una especie de edificio de tres pisos en ruinas, con parte de las paredes derrumbadas y el interior destruido y comido por las plantas. Era todo muy psicodélico... No sabía cómo los árboles habían llegado a crecer en ese extraño material... Las rocas también parecían estar allí de forma natural... Y la luz blanca, junto a una pequeña neblina falsa que comenzaba a cubrir el suelo y no nos cubría más que hasta los tobillos. El combate iba a ser un constante suspense, una pelea en blanco y negro, como en un manga. Todo era perfectamente surrealista...
Pero no me dejé llevar por la adrenalina que sentía en ese momento. Tras unos dos segundos que tardé en analizar el momento, salí corriendo en dirección al edificio, el centro del campo. No lo había visto por las rocas y árboles, por lo que yo simplemente corría hacia el centro del campo. Llevaba una máscara de lobo ibérico, hecha con la cabeza real de un lobo de esa raza. El pelaje caía hasta el cuello, cubriéndome toda la cabeza, los ojos, siendo los del lobo una membrana oscura (lo que me daba un aspecto tétrico), y parte de mi cabello. Sin embargo, el resto del cabello caía sobre mis hombros, resbalando hacia el pecho. Era de un color gris claro. Las ropas que utilizaba eran finas y ligeras, ajustadas a mi cuerpo: Una camiseta de manga larga negra, elegante, y unos pantalones largos y de tela fina, también negros. Era una sombra... El calzado en esa especial ocasión era unas sandalias japonesas de color madera de abeto. Me sentía como una fiera que, sigilosamente, busca una presa que llevarse a la guarida.
Con una sonrisa tras la boca del lobo, corría con un sigilo extremo, de sombra en sombra, hacia el centro del campo.
Con la palma de una de mis manos, acaricié las puntas de las suaves hojas de hierba. Notaba como, al pasar suavemente mi piel por ellas, me llevaba su frescor y su suavidad. Una sensación increíble, adquirir la esencia de lo que se toca... Me hizo sentir poderoso y débil a la vez. Pues aunque en ese momento pudiera disfrutar de algo que podía tener... Sabía muy bien que cualquier conflicto me lo podría arrebatar. Sin duda, el tesoro más valioso para la humanidad, y para tod ser vivo, es el recuerdo de lo querido.
Mientras, mis ojos miraban al cielo, observando las estrellas que relampagueaban en el firmamento. Esa noche parecían estar más bellas que nunca. La luna, llena, me hacía ver los recovecos de la colina con la luz que desprendía hacia el lugar. Entre los árboles había pequeños animales acostumbrados a vivir en esas zonas rocosas, que les esperaban a unos metros de donde se encontraban. Sin duda, también habían acudido a relajarse al lugar... En las ramas pude ver a un par de ardillas que también miraban a la luna, y en el arroyo, unos peces jugaban a saltar por el cauce del mismo. La verdad es que encontrar esa pequeña zona verde había sido una suerte increíble.
Pero debía ponerme en marcha. En poco tiempo comenzaría mi combate, y debía estar preparado.
Con tranquilidad, me levanté del todo, despidiéndome antes del frescor de la hierba con una última caricia y una mirada de confianza a la luna. Con la luz que proyectaba, creaba sombras por doquier, y embellecía mi figura, todo con una luz suave, débil, y blanca... ¿Significaba eso que tenía su apoyo? ¿Serían las sombras un mensaje de ánimo? En cualquier caso, ya se lo preguntaría tras el día de mi muerte. Con tranquilidad, me acerqué al arroyo, y bebí de sus cristalinas aguas, ayudándome de mis manos. Si era potable o no, no lo sabía, pero desde luego sabía a gloria. Su frescor y el alivio que me dio no me lo daría nungún otro agua. Tras una fina sonrisa, que se realizó desde el borde de mis labios, me di la vuelta sin mirar atrás, comenzando a caminar en dirección al combate. Al rato dejé atrás al último árbol del pequeño paraíso, y comencé a caminar por terreno rocoso.
Con una tranquilidad extrema, llegué al lugar indicado: el Coliseo. Tras justificar mi falsa identidad, me dejaron pasar al vestuario, y entré sin dudarlo un segundo. Al parecer, iba a combatir en un campo especial, que nunca antes se había visto. Eso me daba ánimos. Si era un campo nunca visto, ambos estaríamos en igual posición. Aunque... Reconozco que estaba algo nervioso. Limomalo... Un gladiador catalogado dieciséis niveles más que yo, con ninguna derrota en sus estadísticas, y una experiencia que me daba vergüenza comparar con la mía. Desde luego, no iba a ser un combate fácil...
Pero no lo daba por perdido. Era difícil, y eso era lo que siempre había buscado: dificultad. Fallos, errores, dolor... De esas cosas, aprendía cada vez más, y me hacía más fuerte. ¿Qué importaba una estúpida clasificación de prensa por niveles? ¿O que tuviera más experiencia? Ambos éramos gladiadores, que luchábamos por diferentes causas, pero ninguno sabía nada del otro, y tampoco del campo. Estábamos en las mismas condiciones. Él podía tener más recursos, pero yo tenía mi cabeza, y no me hacía falta nada más. Con astucia y una buena estrategia, le ganaría. Con esfuerzo, dolor, y a costa de lo que fuera... Pero ¡ganaría!
Así que tras tomar confianza en mí mismo y llenarme de seguridad, me vestí como supuse que sería lo mejor. Tras ello, cerré los ojos, respiré profundamente, y los volví a abrir, con el fuego de la victoria ansiando ser liberado en ellos. Al momento me puse a caminar por el pasillo de los vestuarios, y llegué a mi habitáculo. Esta vez era una puerta opaca, seguramente la misma que la de mi contrincante... No veríamos el campo hasta salir al mismo. Sin embargo, sabía que mi turno era el primero, o eso me habían dicho los guardias del Coliseo. Así que tras abrirse la puerta, salí sin temor, decidido a machacar a mi oponente. Nada más salir, me quedé de piedra, deteniéndome en el umbral de mi puerta y observándolo con incredulidad.
El campo era un ortoedro, con una base cuadrada de doscientos metros de lado, y una altura de treinta. Las paredes, el suelo y el techo estaban hechos de un material negro e irrompible, totalmente opaco... Supuse que el público nos vería por algunas cámaras que estarían repartidas en el escenario, ocultas e inlocalizables. Cubriendo el suelo del material negro, había arena en algunas zonas, para hacernos notar que seguía siendo un combate de ese estilo. Pero eso no era lo mejor... En cada vértice del cuadrado superior había dos potentes focos de luz blanca que inundaban la superficie del escenario, chocándose contra las figuras que había por el extraño y negro suelo: había repartidos árboles y rocas, con piedras pequeñas, medianas y grandes, y alguna que otra rama por el suelo. No se podía dar cinco pasos sin encontrarse un árbol o una roca... Esto impedía que viese a mi adversario, cuya puerta se encontraba en paralelo a la mía. En el centro había una especie de edificio de tres pisos en ruinas, con parte de las paredes derrumbadas y el interior destruido y comido por las plantas. Era todo muy psicodélico... No sabía cómo los árboles habían llegado a crecer en ese extraño material... Las rocas también parecían estar allí de forma natural... Y la luz blanca, junto a una pequeña neblina falsa que comenzaba a cubrir el suelo y no nos cubría más que hasta los tobillos. El combate iba a ser un constante suspense, una pelea en blanco y negro, como en un manga. Todo era perfectamente surrealista...
Pero no me dejé llevar por la adrenalina que sentía en ese momento. Tras unos dos segundos que tardé en analizar el momento, salí corriendo en dirección al edificio, el centro del campo. No lo había visto por las rocas y árboles, por lo que yo simplemente corría hacia el centro del campo. Llevaba una máscara de lobo ibérico, hecha con la cabeza real de un lobo de esa raza. El pelaje caía hasta el cuello, cubriéndome toda la cabeza, los ojos, siendo los del lobo una membrana oscura (lo que me daba un aspecto tétrico), y parte de mi cabello. Sin embargo, el resto del cabello caía sobre mis hombros, resbalando hacia el pecho. Era de un color gris claro. Las ropas que utilizaba eran finas y ligeras, ajustadas a mi cuerpo: Una camiseta de manga larga negra, elegante, y unos pantalones largos y de tela fina, también negros. Era una sombra... El calzado en esa especial ocasión era unas sandalias japonesas de color madera de abeto. Me sentía como una fiera que, sigilosamente, busca una presa que llevarse a la guarida.
Con una sonrisa tras la boca del lobo, corría con un sigilo extremo, de sombra en sombra, hacia el centro del campo.
- Información de pj:
- Fue: 18
Int: 25
Vel: 47
Cck: 65
Res: 15
PV (Puntos de vida): 76
PC (Puntos de Chakra): 105 (+5%) = 110
Poder de jutsus:
Nin: 6 (+2) = 8
Tai: 4
Gen: 2
- Acciones:
- Dos jutsus ocultos
Dos acciones ocultas
- Tipo de Arena y datos de creación del campo:
- Arena de Especialista: Arena creada al gusto del retado con una cantidad superior al 75% del campo de batalla cubierta por un elemento que favorezca a uno o los dos participantes (Un abismo sin suelo, campo inundado, río de lava, ect)
Tamaño: Entre 50 y 200 metros de radio, en caso de ser de otra forma, no deberá sobrepasar los 200 metros desde su centro hasta el punto más alejado.
Ganancias: + 250 Ryos al vencedor. + 15 Exp a quien reta. + 2 Puntos de Ranking al ganador. (La mitad redondeada hacia abajo al perdedor.)
Característica Especial: creada al gusto del retado.
Datos:
-Al ser el lado del cuadrado de 200m de largo, la diagonal creada por los vértices es de 280m, más o menos, por lo que cumple los requisitos del tamaño límite.
-El 25% de superficie de campo de serie es la arena simple, que está distribuida aleatoriamente en el campo.
-Las paredes, el suelo y el techo irrompibles, son semejantes a la capa invisible de la Arena Clásica: No se pueden romper por norma. El cambio es que no son invisibles, sino opacas, pero sigue siendo imposible romperlas.
-El detalle de las cámaras es meramente estético, para que el público pueda ver el combate. Por ello no deberían aparecer en combate, simplemente saber que están.
-La neblina también es pura estética. En principio no produce nada, aunque si alguno puede usarlo para algo, es parte del escenario, por lo que puede hacerlo.
Dártirus- Chunin Konoha
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